«Regreso a la Tierra» (fragmento)

Memorias y reflexiones de nueve astronautas al volver del espacio. Aquí se comparten dos fragmentos de Mike Mullane y Edgar Mitchell, dos astronautas estadounidenses

Ciudad de México (N22/Redacción).- Regreso a la Tierra, el más reciente libro de la editorial Gris Tormenta, es una antología donde se recopilan memorias y reflexiones excepcionales de nueve astronautas —de cinco países y seis décadas— que narran su reencuentro con la Tierra: Anousheh Ansari, Neil Armstrong, Chris Hadfield, Scott Kelly, Valentín Lébedev, Edgar Mitchell, Mike Mullane, Rodolfo Neri Vela y Al Worden. Entre sus páginas se lee la anticipación del regreso, el viaje mismo y las reflexiones posteriores, físicas, psicológicas y filosóficas. Desde la llegada a la luna hasta la primera turista espacial, esta antología propone volver a la Tierra, explorarla como si fuera la primera vez. 

Aquí se comparten dos fragmentos de Mike Mullane (1945) y Edgar Mitchell (1930-2016), dos astronautas estadounidenses que escriben en distintas décadas y contextos. Mullane lo hace antes de su impacto con la Tierra, Mitchell después del aterrizaje. El primero es una de las más elocuentes descripciones de nuestro planeta visto desde el espacio; el segundo es una reflexión sumamente filosófica sobre el significado del universo. El libro Regreso a la Tierra reúne estos y otros pensamientos de astronautas rara vez leídos. 

«Veo girar el mundo frente a mis ojos», de Mike Mullane

Durante el último periodo de sueño de la misión, permanecí despierto en la cabina de mando superior para absorber las vistas del espacio que me tendrían que durar por el resto de mi vida terrestre. Quería escuchar música mientras lo hacía, así que busqué el Walkman que me había dado la NASA. […] Me coloqué los auriculares y puse una cinta con mis mezclas de música (la NASA nos había permitido seis), luego apagué las luces de la cabina. Flotando horizontalmente, giré boca arriba y me moví hacia adelante hasta que mi cabeza casi tocaba la ventana. Era un truco que Hank Hartsfield me había enseñado en la misión STS-41D. Con el Atlantis en posición «techo a Tierra», yo quedaba recostado boca abajo hacia el planeta.

Podía ver la pátina de los océanos de la Tierra. El agua rozada por el viento tenía la textura de una cáscara de naranja, pero en colores que variaban con el ángulo en que el sol los iluminaba. A pleno sol, el mar abierto era azul Crayola. En ángulos más suaves, los mares reflejaban tonos de gris, plata y cobre. En lugares donde la claridad del agua es excepcional, como el Caribe, las dunas y los valles del lecho marino se podían ver claramente, y su arena blanca diluía el azul del océano para crear un turquesa sorprendente. En el brillo del sol podía ver la evidencia del comportamiento del mar. Había torbellinos circulares similares a los remolinos de nubes de baja presión en la atmósfera. Las fronteras entre las corrientes aparecían como líneas oscuras. Las corrientes que pasaban por los cabos creaban patrones notablemente distintos de olas, justo como los que podía ver en las nubes que bajaban de las cadenas montañosas. En los puertos del golfo Pérsico podía distinguir los superpetroleros como «puntos» y, a veces, con un destello del sol, podía ver la estela en forma de V de uno de esos monstruos en marcha. Más tarde, cuando el Atlantis estaba en la parte descendente de una órbita en los confines del hemisferio sur, observé el cordón turquesa de una floración de plancton que se extendía por kilómetros. Nos habían dicho que los veríamos en las aguas fértiles cerca de la Antártica. Más al sur, una flotilla de icebergs navegaba con la corriente como si fuesen numerosos buques de guerra.

Pasé sobre todos los caminos de terracería por los que mis padres se habían aventurado, todas las montañas que había escalado, todos los cielos que había surcado. Con la música de Vangelis, Bach y Albinoni como fondo musical, vi la película de mi vida. 


«El gran esquema del universo», de Edgar Mitchell

Desde niño, de algún modo he vivido dos vidas y he habitado dos mundos diferentes. Y siempre me he sentido como en casa en cualquiera de los dos. El amanecer de mi vida estuvo dedicado al proceso de exploración física, al lugar en donde en efecto me desplazaba y vivía. Con el tiempo logré irme de casa lo más lejos que me era posible. Pero una vez que regresé de la Luna y experimenté esa extraña visión, entendí que esta fase de mi vida estaba llegando a su fin natural.  […] Nada de lo que pudiera hacer en la Tierra podía superarlo. Ahora estaba en casa. Cualquier otra cosa, cualquier intento de explorar por explorar pronto adquiría una ligera redundancia. Después de haber viajado tan lejos, todos los destinos parecían pálidas sombras de un viaje mucho más grande del que ya había regresado.

De alguna manera mi atención estaba puesta en mi interior, en las profundidades del vasto territorio de los espacios minúsculos. La experiencia personal de expansión que había sentido, sobre todo durante nuestro regreso de la Luna, empezaba a aparecer con nitidez. Tenía que haber algún significado en ella, algo que pudiera ser explicado más allá de una simple emoción sublime, una mayor conciencia o la experiencia de haber llegado a la cima —aunque con frecuencia usaba este último término para describirla. La experiencia era demasiado intensa, había alterado completamente mis sensibilidades. De alguna manera fue decisiva, pero una vez que pasó me había dejado sencillamente desconcertado. Algo extraordinario había pasado, y no sabía lo que era.

En las semanas y meses después del viaje a la Luna leí literatura sobre la naturaleza de las experiencias religiosas, así como la oferta científica —muy limitada— fuera de los ámbitos místico y religioso que abordaba la naturaleza de la conciencia humana. También me reuní con físicos eminentes y hombres y mujeres con gran intuición para discutir qué es lo que ellos habían experimentado en momentos similares a lo que yo experimenté. Después de unas semanas en ese proyecto, sabía que tenía algo, aunque todavía no sabía con precisión qué. A veces sentía como si estuviera a punto de resolver un gran misterio. 



Regreso a la Tierra es un libro que busca mostrar el pensamiento de aquellos que han realizado la gran hazaña que es ir y volver del espacio. Sin importar la década o la misión, todos los astronautas coinciden en que su regreso significó el redescubrimiento de su planeta y el lugar que ocupan en él. Como dice Anousheh Ansari: «Muchos cosmonautas dicen que cuando los sacan de la cápsula sienten que nacen por segunda vez. Lo entendí cuando vi la luz brillante del día que comenzaba».



Regreso a la Tierra, memorias y reflexiones de nueve astronautas al volver del espacio publicado por Gris Tormenta, aparecerá en librerías a partir del 15 de agosto.