La adaptación dramatúrgica de Antonio Zúñiga, bajo la dirección de Mauricio García Lozano, representada por Ilse Salas, sabe conservar los conflictos clave del texto de Eurípides y nos muestra la vigencia del clásico griego
Ciudad de México (N22/Ana León).- Hay una dualidad en Eurípides y su Medea: por un lado presenta a su heroína como mujer pasional, cegada por este sentimiento, alterados sus sentidos por el deseo, el rechazo y la traición del ser amado. Por otro, hace una crítica al pensamiento pragmático masculino basado en estereotipos y enaltece a sus figuras femeninas condicionadas por su género.
Habla de machismo, al tiempo que habla de que esta pasión nubla la razón de la mente femenina. En su versión, que vio la luz en el año 431 a. C., Eurípides presenta a la hija de Eetes no como la hechicera –adjetivo que por siglos se usa para definir y encasillar a las libres pensadoras, a mujeres que se anuncian dueñas de su destino y su deseo, a las mujeres que reclaman las mismas libertades de los hombres, incluso la libertad de nos ser buenas por naturaleza– sino como la mujer que busca vengar la traición de Jasón, su esposo. Vulnerable, pero al mismo tiempo sanguinaria y calculadora. Y feminista, también.
Corren hacia atrás,
fluyen hacia sus fuentes
los ríos sagrados.
La justicia y el mundo,
vuelven a estar revueltos.
Entre los varones imperan los engaños,
y la fe en los dioses ya no es firme.
Pero mi fama dará un giro
y recuperará mi vida su nobleza.
Para el linaje femenino
la hora del respeto está llegando.
Esa fama injuriosa
ya no perseguirá jamás a las mujeres.
Y los versos de los viejos poetas
dejarán de lado por fin esa calumnia
sobre mis traiciones.
Apolo, el maestro de las melodías,
a las mujeres no quiso concedernos
el arte divino de la lira;
pues yo habría contestado con un himno
contra la raza de los machos.
Pero el tiempo en su largo curso
tiene mucho que decir todavía
sobre nuestra suerte
y sobre la suerte de los varones.
La Medea que vemos estos días en el Foro la Gruta del Centro Cultural Helénico, es una mordida en el pecho como pieza escénica y como texto literario. La adaptación dramatúrgica de Antonio Zúñiga, bajo la dirección de Mauricio García Lozano, sabe conservar, en una versión que integra el humor, los conflictos clave de la obra de Eurípides: el tironeo entre las fronteras morales, el conflicto político, el dilema ético, la otredad y el tinte feminista. El mito griego habita las casas del siglo XXI.
¿Es Medea víctima o verdugo? Medea es un relato que no caduca porque los sentimientos universales como el amor, el odio, el rencor, la venganza, son inherentes al hombre y no perecerán hasta que el hombre desaparezca. El mito clásico se ha desmitificado para habitar casas comunes a través de las traiciones, el amor, la soledad, la compasión, el deseo.
En escena vemos una Medea interpretada por Ilse Salas que cae en este personaje cuando su activismo y feminismo se encuentran en plena efervescencia, no porque antes no existieran, sino porque han encontrado más líneas de fuga, además de que su participación en Museo, Las niñas bien y la serie sobre Colosio, le han dado una proyección que se ha cocinado lento, y que sabe aprovechar para dar salida a sus inquietudes en un terreno más de fondo y menos de forma. En una entrevista con Gatopardo, cuando se le pregunta por qué se considera una feminista radical, ella responde: –Porque puedo decir abiertamente que quiero que se muera el patriarcado
Medea no es una historia de romance o abandono, es una historia en donde se debate la racionalidad y la pasión, donde la postura de la mujer en aquella época, en esta época, la condiciona.
¿Por qué cuando termina la obra y veo la Medea de Ilse Salas pienso más en las razones que la llevaron a ese enceguecimiento que en el infanticidio? Eurípides se arriesga y lanza ese dilema ético y ese riesgo es conservado por la adaptación de Antonio Zúñiga y por la dirección de Mauricio García.
Colocar al espectador en la frontera de la acción comprensible, el límite de las fronteras morales clásicas se traslada al límite de las fronteras morales de nuestra época en este diálogo entre dos seres en conflicto.