En Agua de Lourdes Karen Villeda habla sobre la violencia de género que amenaza la vida de cada una de las mujeres de este país. ¿Es cuestión de suerte regresar a casa cada día?
Ciudad de México (N22/Ana León).- En medio de ese no lugar que es Internet ocurre este encuentro entre quien pregunta y quien responde. Un encuentro que también podríamos decir sucede en la lectura: la lectura de un ensayo y la lectura de las preguntas que éste ha despertado. Del otro lado de la pantalla, en algún momento, está Karen Villeda, escritora mexicana recientemente reconocida con el Premio Nacional de Literatura Gilberto Owen 2018, en la sección de Poesía, del que pensé preguntarle algo y terminé por no preguntarle nada. El texto en cuestión es Agua de Lourdes. Ser mujer en México, que hace poco empezó a poblar las mesas de novedades de diferentes librerías y que se publicó bajo el sello de editorial Turner México.
Voy a Google y tecleo: “agua de Lourdes”. Aparecen unas botellas con etiqueta en amarillo y azul, y en ellas una santa. Leo. Dice que el agua de Lourdes es una sustancia que posee cualidades curativas y que se empezó a embotellar a principios del siglo pasado. Pienso en que la autora escribió que “la razón del título” es el nombre de su abuela, pienso también que muchas abuelas son curativas. Pero también está el recuerdo, durante la lectura, de que ella escribe, en una conversación familiar que rememora –de las muchas que dan forma a este libro– algo así como que “ya casi se termina el agua de Lourdes”, entonces supongo que de alguna manera también tiene que ver con esta sustancia que sana. Y creo que entonces el libro es, además de todo lo que ya es –ensayo, bitácora, memoria, testimonio–, es también una herramienta para sanar, para exponer el miedo que da vivir en esta urbe donde se mata a las mujeres, una especie de catarsis donde es necesario utilizar las palabras correctas para darle una justa dimensión a las cosas.
Karen habla de muchas Karen que han desaparecido. Karen es ella y es todas, todas las que están, pero también pudo haber sido todas las que ya no. Dice que regresar viva a casa es cuestión de suerte y en su nota de entrada a este texto recalca un mensaje: «a las mujeres nos están matando en México». Escribe también que aquí «se hace uso de herramientas de ficción para hablar de una brutal realidad».
Durante el verano de 2018 Karen Villeda escribe sobre otra Karen a la que han matado. La encontraron muerta en un hotel de paso en el barrio de Mixcoac, barrio vecino al suyo. Sale, camina y llega al lugar: «estoy buscando a Karen sabiendo que no la encontraré. Ya no está viva.» Ahí inicia la narración y mi lectura. Luego se atraviesa un dato que congela: nueve mujeres son asesinadas cada día en nuestro país. Mutiladas, asfixiadas, ahogadas, ahorcadas, degolladas, quemadas, apuñaladas o baleadas. 22 mil 428 en total, entre 2007 y 2016. Vivimos en un país de muertas. Este crimen tiene un nombre FEMINICIDIO y no siempre se le nombra tal cual. Y nombrar es crucial, a partir de aquí se visibiliza o invisibiliza esta realidad. «Nombrar lo que nos está sucediendo lo hace real. Es decir, lo que no se nombra, no existe. Decir «feminicidio» y no «crimen pasional», ha hecho que se reconozca el problema y se incorpore a la normatividad jurídica. Decir «trata de personas» y no «se fue con el novio», ha hecho que se tipifique el delito. Hay que visibilizar lo que parece invisible, es un reto para las políticas públicas. Pero nosotras tenemos que nombrar lo que nos está sucediendo», escribe Karen en ese encuentro que mencionaba, en aquel no lugar, entre ella que responde y yo que pregunto.
Varias ideas se repiten constantemente durante el texto como suele suceder en los diarios, en el registro de nuestras memorias, pues como nos advierte «en estas páginas se combinan testimonios con memorias», una de ellas es seguir viva “por suerte”. Aterra esta idea “por suerte”. ¿Es decir que nuestra seguridad está en manos de la casualidad, de factores ajenos completamente a nuestro control? «Da miedo, sí», responde Karen. Y yo me pregunto mientras leo, ¿dónde están entonces las autoridades que se supone su trabajo es protegernos? «Pero también el miedo nos permite sobrevivir y, si lo vencemos, se convierte en un aliado, pues nos permite organizarnos, exigir, demandar una mejor vida para nosotras, las mujeres.»
Karen Villeda no da muchas vueltas para responder mis preguntas, que por otro lado son muy básicas y no logran reflejar el entusiasmo que provocó la lectura. Sobre este libro, señala que su intención era «continuar con la reflexión y abonar al diálogo». En el texto ella misma se hace preguntas constantemente, una de ellas es «¿Se puede ser mujer en este país?», la otra «¿Tenemos futuro las mujeres en México?». No hay una respuesta concreta. «Muchas de nosotras estamos respondiendo a diario estas preguntas y la respuesta parte de exigir lo que es básico: igualdad para nosotras, derechos humanos para todas», me contesta cuando le pregunto si logró responderlas.
-¿Crees que la violencia está directamente relacionada con una cuestión cultural? Entre las muchas cosas que escribes aquí y que alarman, está ésta: «todas hemos sufrido una expresión de violencia por el hecho de ser mujeres».
-En el triángulo de la violencia, propuesto por Johan Galtung, existen tres tipos de violencia: la directa, la cultural y la estructural. Esta última es la peor puesto que se basa en el patriarcado, cuyo sistema es desencadenante de la violencia de género. La violencia cultural lo que hace es legitimar esa violencia mediante ciertas actitudes perniciosas, por ejemplo: culpabilizar a la víctima de la agresión sufrida con un «se lo merecía por salir vestida así a la calle».
«Me pregunto cuándo conocí la palabra feminicidio» escribe en el libro. Me hago la misma pregunta y no logro dar con la respuesta. En este país hay un momento en que toda mujer se enfrenta a esa palabra, sea algo que guarde en la memoria con tanta precisión como Karen o no: «Hago memoria y aparece el recuerdo de la revista Complot, de la que era lectora asidua durante la preparatoria. Leí la palabra en un artículo sobre las muertas de Juárez. Incluso escribí un cuento pero la realidad siempre supera a la ficción. Al escribir Agua de Lourdes me topé con que esta palabra tan cotidiana en mi vida no la reconocía mi procesador de textos y hago una reflexión personalísima de cómo nos hemos apropiado de «feminicidio» en nuestro diccionario vital y eso nos ha llevado a las calles a reclamar nuestros derechos pero que, lamentablemente, todavía se la llama «crimen pasional» en la nota roja cuando asesinan a una mujer.»
El eufemismo como nuestro peor enemigo, junto con los prejuicios. Y la idea es usar las palabras correctas como un arma para protegernos.
Pocos días después de terminar de leer Agua de Lourdes vi Cómprame un revólver, una película de Julio Hernández Cordón, que plantea esta ficción: un lugar en México y un año desconocido donde la población de mujeres ha diezmado víctima de la violencia, las mujeres son desaparecidas por los narcos. Los narcos lo dominan todo. Y las pocas que quedan tienen que permanecer ocultas par salvar la vida. ¿Qué clase de existencia es ésa? Al salir de la sala de cine me pregunto qué tan lejana está esta distopía de nuestra realidad.
Es una realidad brutal como bien menciona Karen, pero una realidad que aún estamos a tiempo de cambiar.