La subjetividad de la historia

En Atardecer, el segundo largometraje de László Nemes, el director nos vuelve a llevar por los vericuetos de la narración, la memoria y el pasado   

Ciudad de México (N22/Redacción).- László Nemes fue asistente de Béla Tarr. Dato relevante.  László Nemes entregó al cine como ópera primera, El hijo de Saúl, un relato sobre la imposibilidad de mirar los horrores de la historia, en ese caso el Holocausto, y de abordarlo de otro forma al ser uno de los temas más tratados en el séptimo arte.

En su segundo largometraje, Atardecer, Nemes repite la dialéctica utilizada en su primera  cinta y nos lleva por el Budapest de principios de siglo XX, una ciudad con ínfulas de metrópoli, segunda ciudad del imperio Austro-Húngaro. La historia inicia con la llegada de Irisz Leiter, poco antes de que estalle la I Guerra Mundial. La necesidad de saber y de enfrentarse a su pasado la llevan a regresar a la tienda de sombreros que había sido de sus padres a quienes perdiera a los dos años de edad en un misterioso incendio. Alejada en ese entonces del mundo que había conocido, Irisz vuelve tras las pistas de lo que pueda recuperar de aquel mundo que apenas conoció.

La cámara nos lleva por planos secuencia muy cerca de la protagonista que poco a poco se va metiendo en las dinámicas más under de la urbe de aquella época, de maleantes, mafiosos, una especie de gánsters que dominan las entrañas de la urbe y la periferia. Pero el “mal” no sólo se manifiesta en los que viven fuera de las reglas de la sociedad de la época. En las esferas más altas, una secta juega con la suerte de las jóvenes que se emplea en la tienda de sombreros que fuera de su familia.

Irisz Leiter escarba profundo en los misterios que se le van presentando cuando se entera, también, que tiene un hermano. Todos los sucesos se filtran sólo por la mirada de la protagonista, y se van enredando cada vez más. Aunque los días suceden, da la impresión de que lo que se vive ocurre en uno solo.

En el final, sin una resolución definitiva, a manera de epílogo, Nemes nos muestra a una Irisz transformada en las trincheras. La mirada que nunca confronta a la cámara se clava en ésta y en el espectador. La verdad, la realidad, ¿cuál es, cuál fue? ¿está supeditada a quien mira? La reflexión queda abierta.

La cinta aún se puede ver en la Cineteca Nacional y forma parte de su 66 Muestra Internacional de Cine