Amado Nervo en 5 poemas

A 100 años de la muerte del poeta mexicano, una breve mirada a lo que fue su quehacer en la escritura a través de sus poemas

A Leonor

Tu cabellera es negra como el ala
del misterio; tan negra como un lóbrego
jamás, como un adiós, como un «¡quién sabe!»
Pero hay algo más negro aún: ¡tus ojos!

Tus ojos son dos magos pensativos,
dos esfinges que duermen en la sombra,
dos enigmas muy bellos… Pero hay algo,
pero hay algo más bello aún: tu boca.

Tu boca, ¡oh sí!; tu boca, hecha divinamente
para el amor, para la cálida
comunión del amor, tu boca joven;
pero hay algo mejor aún: ¡tu alma!

Tu alma recogida, silenciosa,
de piedades tan hondas como el piélago,
de ternuras tan hondas…
Pero hay algo,
pero hay algo más hondo aún: ¡tu ensueño!

El amor nuevo

Todo amor nuevo que aparece
nos ilumina la existencia,
nos la perfuma y enflorece.

En la más densa oscuridad
toda mujer es refulgencia
y todo amor es claridad.
Para curar la pertinaz
pena, en las almas escondida,
un nuevo amor es eficaz;
porque se posa en nuestro mal
sin lastimar nunca la herida,
como un destello en un cristal.

Como un ensueño en una cuna,
como se posa en la ruina
la piedad del rayo de la luna.
como un encanto en un hastío,
como en la punta de una espina
una gotita de rocío…

¿Qué también sabe hacer sufrir?
¿Qué también sabe hacer llorar?

¿Qué también sabe hacer morir?

-Es que tú no supiste amar…

Si tú me dices «¡Ven!»

Si tú me dices «¡ven!», lo dejo todo… 
No volveré siquiera la mirada 
para mirar a la mujer amada… 
Pero dímelo fuerte, de tal modo 

que tu voz, como toque de llamada, 
vibre hasta el más íntimo recodo 
del ser, levante el alma de su lodo 
y hiera el corazón como una espada. 

Si tú me dices «¡ven!», todo lo dejo. 
Llegaré a tu santuario casi viejo, 
y al fulgor de la luz crepuscular; 
mas he de compensarte mi retardo, 
difundiéndome ¡Oh Cristo! ¡como un nardo 
de perfume sutil, ante tu altar!

Inmortalidad

No, no fue tan efímera la historia 
de nuestro amor: entre los folios tersos 
del libro virginal de tu memoria, 
como pétalo azul está la gloria 
doliente, noble y casta de mis versos. 

No puedes olvidarme: te condeno 
a un recuerdo tenaz. Mi amor ha sido 
lo más alto en tu vida, lo más bueno; 
y sólo entre los légamos y el cieno 
surge el pálido loto del olvido. 

Me verás dondequiera: en el incierto 
anochecer, en la alborada rubia, 
y cuando hagas labor en el desierto 
corredor, mientras tiemblan en tu huerto 
los monótonos hilos de la lluvia. 

¡Y habrás de recordar! Esa es la herencia 
que te da mi dolor, que nada ensalma. 
¡Seré cumbre de luz en tu existencia, 
y un reproche inefable en tu conciencia 
y una estela inmortal dentro de tu alma!

Yo no soy demasiado sabio

Yo no soy demasiado sabio para negarte, 
Señor; encuentro lógica tu existencia divina; 
me basta con abrir los ojos para hallarte; 
la creación entera me convida a adorarte, 
y te adoro en la rosa y te adoro en la espina. 
¿Qué son nuestras angustias para querer por 
argüirte de cruel? ¿Sabemos por ventura 
si tú con nuestras lágrimas fabricas las estrellas, 
si los seres más altos, si las cosas más bellas 
se amasan con el noble barro de la amargura? 
Esperemos, suframos, no lancemos jamás 
a lo Invisible nuestra negación como un reto. 

Pobre criatura triste, ¡ya verás, ya verás! 
La Muerte se aproxima… ¡De sus labios oirás 
el celeste secreto!