Noches fieras: bailar al borde

El Museo del Chopo inaugura esta exposición que ofrece una mirada a ese espacio subversivo, de resistencia y de violencia que surge al terminar el día

 

Ciudad de México (N22/Ana León).- El francés Alexis Fabry, curador de fotografía latinoamericana y editor, ha reunido a un grupo de fotógrafos y artistas de diferentes países de América Latina que retrataron las noches urbanas en esta región desde 1970 hasta el 2017. ¿Qué hay en la noche que fascina a la lente? En la noche “se compenetran la rumba y la violencia”, dice Fabry, pero también es que “la noche es un diamante para el fotógrafo porque no hay noche que no tenga pequeñas señales de luz y me parece que esas señales de luz son muy fotogénicas también.” Del acervo proveniente de la Colección Leticia y Stanislas Poniatowski se tomó la obra de 57 artistas para dar forma a la narrativa de Noches fieras, inaugurada el día de ayer en el Museo del Chopo.

En este marco temporal, 1970-2017, Argentina y Chile pasan por dictaduras, Perú por la violencia de Sendero Luminoso, Colombia por lo ocurrido con las FARC y los cárteles, la turbulencia inherente a Cuba, y en México los hechos del Jueves de Corpus, la Guerra sucia, el terremoto… ¿Cómo abordar escenas tan disímiles?

Adrede empezamos la muestra en el setenta para que los eventos del 68 visualmente no ocuparan demasiado lugar. Me gustaba que fuera más la resonancia de esos eventos a que esos eventos estuvieran como tal. Pero es cierto que esas décadas son décadas de gran violencia, violencia ejercida por el Estado y también por las crisis que se repiten: violencias ejercidas por la sociedad civil. Hay un continuo continental de violencia que está visible en la muestra y que en algunos momentos incluso no sabemos muy bien en qué país estamos ya que el contexto social es bastante parejo. También esta idea de combinar la rumba y la violencia es una idea, quizás, venida del carnaval, de esta manera en cómo bailamos al borde del abismo. En esos años de plomo también incluían la rumba, la fiesta, iban a la par.

¿Qué papel juega la ciudad en la vida nocturna y qué papel juega la vida nocturna en una ciudad?

La vida nocturna es más fotogénica en una ciudad que en el campo por razones evidentes, porque necesitamos suficiente luz para que pueda ser fotografiada, aunque sabemos que en esta muestra es más “lo fotográfico” que la fotografía como tal ya que hay muchas obras que no son fotográficas pero que incluyen una fotografía derivada, un recorte de periódico, por ejemplo. Hay en la muestra obras de Santiago Rebolledo, Ernesto Molina, del grupo Suma, que trabajan a partir de desechos urbanos, de recortes de periódico encontrados en las calles de la ciudad de México.

La noche es un diamante para el fotógrafo siempre y cuando sea una noche urbana en la que hay puntos de luz.

¿Qué códigos o ideologías comparten estas escenas de la vida nocturna en países que si bien tienen rasgos comunes pero que se aglutinan en una misma región?

Curiosamente hay en la muestra una combinación de obras de denuncia, obras vernáculas, que nos hablan de un estado económico, de la violencia económica, del estado de precariedad de un pueblo. Pienso en Nicolás Torres, por ejemplo, un albañil de las afueras de Lima que en los años ochenta acudía a las fiestas chichas, que son esta mezcla de música electrónica y música andina, y siendo un albañil, fotografiaba las fiestas y a sus integrantes y al día siguiente iban a su estudio a ver las fotos y elegías el retrato que querías. Creo que esto nos habla de la precariedad, en los años noventa los limeños, de las afueras de Lima, no tienen algo tan sencillo como una cámara fotográfica y compran fotos muy cotidianas, muy prosaicas a un fotógrafo que es un albañil. Las fotos que están en la muestra, por cierto, son fotos que nunca fueron recogidas y que retratan en su mayoría a personajes alcoholizados.

¿La noche es aún un espacio de disidencia, se le puede considerar así?

Sí, es verdad que es un espacio de disidencia y es un espacio de gran violencia, se le puede considerar así. Sabemos que la represión también se ejercía durante la noche por el mismo motivo, porque los rincones son más abundantes, porque uno puede escapar a la vigilancia del Estado y por este mismo motivo para el Estado eran momentos en los que se aprovechaba para desaparecer a los individuos. Hay unas fotos de la población de La Victoria, en Chile, que era una villa miseria o, por lo menos, un barrio muy precario de Santiago donde, efectivamente, en las noches más que en cualquier momento se volvía un espacio de disidencia. 

¿Las fieras hace algún guiño al movimiento fauvista, a la no sumisión y también a ese rechazo a lo establecido, en el caso de la exposición, el rechazo a la realidad de los que habitaban esos países en aquellos días?

Exactamente. También se refiere al reventón porque hace referencia, también, a una película que fue muy importante en los noventa en Francia que se llamó Les Nuit Fauves, que fue una de las primeras películas sobre el sida, el que rodó la película murió de sida y fue un poco su testamento. También está este referente a la noche como espacio de dislocación, de alcohol, de rumba.

Estas fotografías fueron tomadas para algún proyecto artístico en específico o son como las de Nicolás Torres, parte de la vida cotidiana?

Lo que tratamos es que no haya jerarquías. Hay desde obras de Felipe Ehrenberg que eran obras explícitamente artísticas, que son conscientemente artísticas, y hay reportería gráfica para periódicos pero con una gran conciencia de la forma, por ejemplo, de Nacho López, que construye un ensayo fotográfico en la reportería gráfica. Me gusta mucho, precisamente, que la muestra conjuga todas esas clases de fotografía, desde las más altas, digamos, hasta las más bajas.

¿Se hace alguna referencia musical dentro de las imágenes, porque no se puede separar la noche del baile?

Sí, hay escenas de pogos punk, unas fotos de Laureana Toledo, fotografías de samba, de tango, de pogos, y otras clases de música que en algunos casos son muy locales, como los pogos punk que creo que atraviesa el continente. Hay unas fotos que están en la colección [Leticia y Stanislas Poniatowski] de Bartelsman, un fotógrafo colombiano, que fotografió a los pogos muy jóvenes, sicarios de la Medellín de los ochenta, que se reunían en antros y bailaban pogo y se parecen mucho a los de Quito de los años noventa y a los de Laureana, también de los noventa, el 2000.

¿Cuál es la mayor diferencia que encuentras del inicio de tu marco temporal, de los setentas al 2017? ¿Qué ha cambiado en esta escena nocturna, hay cosas que se oponen, que se han perdido?

Hay una cosa que es evidente: la violencia. Hemos pasado de una generación de los sesentas, heredera de los setentas, en la que el compromiso del reportero tenía que representar la violencia, reportarla, denunciarla… a unas generaciones en las que la violencia podía ser denunciada por modos más elípticos, los artistas contemporáneos usan la fotografía de otro modo, esa es una evolución. En cuanto a la fiesta como tal y a la representación de la fiesta por ejemplo, quizás los ochenta estaban impregnados de peligro y quizás la fiesta por eso era un poco más estridente. Diría que pasamos de una estridencia a algo menos estridente. Quizás más eufórica, intuyo. Menos consciente de lo que era. Menos autoconsciente.

 

Todas las imágenes son cortesía del Museo del Chopo