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Las vías que muchos artistas de América Latina utilizaron para eliminar la estética y la ideología producto del colonialismo y la modernidad se exhiben en esta muestra en el Museo Jumex
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Todas las imágenes: © Ana León
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Ciudad de México (N22/Ana León).- Un contexto complejo se debe entender antes de introducirse en la más reciente exposición del Museo Jumex, Memorias del subdesarrollo. El giro descolonial en el arte de América Latina, 1960-1985, de entrada hay que atisbar el guiño que el propio nombre hace al libro homónimo del cubano Edmundo Desnoes publicado en 1965 y que fue llevado al cine, con el mismo nombre, por Tomás Gutiérrez Alea, tres años más tarde. El libro aborda la revolución cubana desde la mirada de su protagonista que se siente como un “extranjero” ante ésta. Si bien esta obra no entra en panorama de obras de arte que ofrece la exposición, sí se inserta en el marco temporal que delimita.
Es fundamental recordar que el desarrollo del capitalismo en América Latina por la vía denominada oligárquico-independiente “constituye el horizonte necesario para la comprensión cabal de los mecanismos a través de los cuales se consolidó estructuralmente el subdesarrollo de nuestros países”, escribe el investigador Agustín Cueva (El desarrollo del capitalismo en América Latina, 1977), esto quiere decir que en este proceso no se produjo una homogeneización de las distintas formaciones sociales de la región, al contrario, se acentuaron las diferencias debido a las características de cada país y sus modos de producción. Éramos subdesarrollados porque otros eran desarrollados, se decía.
Oponiéndose al lenguaje moderno internacional y a la influencia de las potencias colonizadoras, un proceso paralelo al económico se inicia en el mundo del arte latinoamericano, pero en sentido inverso. Los artistas dejan de mirar hacia afuera para entender las dinámicas propias acordes a las condiciones de sus países de origen. Lo vernáculo y lo popular, además de la educación, se convierten en el tronco común que une las perspectivas que esta muestra aglutina. El recorrido inicia por el Brasil de los años sesenta, donde se identifica “una ruptura epistemológica con el canon modernista”. Si en la economía el proceso inició con la ruptura de las bases coloniales y se volcó hacia el exterior, en el arte la narración también negó el lenguaje y las prácticas colonialistas, pero se negó a mirar hacia afuera.
Muchos de los trabajos que se exhiben abordan temáticas de clase, de raza, y contrarias a la estética nacionalista de la modernidad, además de comentarios críticos asociados a la riqueza y a las mercancías producto del imperialismo occidental. En relación a la raza, Teresa Burga, durante los años ochenta, hizo un perfil de la mujer de su país, Perú, todas aquellas características asociadas a ésta. En relación a la mercancía, el brasileño Cildo Meireles, con su Projeto Coca-Cola, intervino unas botellas de refresco con declaraciones políticas o instrucciones para la acción política para luego reinsertarlas en el mercado.
Una de las acciones más relevantes llevada a cabo por estos artistas en busca de una vuelta de tuerca, fue la enfocada a la educación, ¿cómo desencorcetarse de la ideología y la estética del colonialismo y la modernidad?: a través de la educación. Se echó mano de la Teología de la liberación, de Paulo Freire y, en el ámbito de la arquitectura, Lygia Pape se interesó en vincular la disciplina con lo popular y las expresiones producidas por la necesidad. Mantuvo una actividad continua, junto a sus alumnos, en las favelas, donde aprendían de la arquitectura informal. Trabajo que en esta muestra se puede ver en obras como Favela da Maré, 1974-1976.
En sus búsquedas por una redefinición del objeto de la obra de arte, también se integraban temas políticos y sociales específicos a la realidad de cada país, así como la marginalidad y la violencia producto de las políticas económicas implementadas. Cada artista cuestionaba su contexto, Alfredo Jaar, en los años ochenta, por ejemplo, lanzaba la pregunta ¿Es usted feliz?, a los habitantes de Santiago de Chile, a través de una fotografía colocada en espectaculares.
¿Qué es América Latina?, ¿una región unida por colores e ideas, por una historia común, por su pasado colonial, por sus ansias de modernidad, por sus diferencias? La pregunta, ahora, en un contexto que más que aglutinar, divide, vuelve a la mesa con la misma potencia que tres décadas atrás.
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