Salir a la calle y cuestionar la interpretación de la realidad

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Una entrevista con el activista español, editor e investigador Amador Fernández-Savater sobre la relevancia de salir a la plaza pública, manifestarse y del afecto como motor en los movimientos sociales

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Imagen:  Cuartoscuro / El País

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Ciudad de México (N22/Ana León).- “No es fácil cuando está todo preparado para que lo que haya es miedo”, señaló Amador Fernández-Savater en una entrevista realizada la tarde del viernes 15 en el Centro Cultural Bella Época, como respuesta a una pregunta sobre la pertinencia y la efectividad de las manifestaciones, la salida a la plaza pública. El investigador español respondía con base en su experiencia como activista tras los atentados terroristas del 11M (2004) en Madrid, España, ciudad en la que radica. Ahí, durante la charla el también editor hablaba de la relevancia de salir a la calle y cuestionar la interpretación que de la realidad se estaba haciendo en el contexto antes mencionado, y sobre el afecto, aquello que te interpela directamente, hace que la gente, “cualquiera, salga a la calle, se haga preguntas: el afecto como motor de los movimientos sociales”. Dos días después esta afectación se manifestó una vez más, cuando la noticia del asesinato de Mara Castilla movilizó a miles a salir a las calles el domingo 17 de septiembre y cuestionar la interpretación que de la realidad se estaba haciendo: Mara no murió, fue asesinada: “murió por estrangulamiento y sufrió abuso sexual”, de acuerdo a la Fiscalía de Puebla. Una vez más, el espacio público, la calle, fue el punto de encuentro para cuestionar una realidad en la que en los últimos cuatro años han desaparecido siete mil mujeres en México, de acuerdo a información de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos.

Tomar la plaza pública, reunirse, salir a la calle es, para Fernández-Savater “no delegar las capacidades políticas, de pensamiento, de acción, de duda, de vínculo”.

En una entrevista que se te hizo en el Centro de Cultura Digital se tocó el tema del deseo y los afectos en los movimientos sociales, ¿por qué es relevante hablar de éstos, cómo se puede entender y cómo explicarlos?

Creo que fue la propia experiencia la que nos puso en esta línea de investigación. Pasaron cosas que vivimos en España, Madrid, la ciudad donde yo habito, que nos llevaron a pensar que quizá estaba habiendo un cambio o nosotros estábamos viviendo un cambio digamos entre la ideología como motor del compromiso, es decir, tener una serie de ideas adheridas a un determinado credo, a una determinada idea de futuro, determinado programa, ser de izquierda, a más bien pasar a pensar que lo que movilizaba a la acción tenía más que ver con el afecto, con el ser afectados por algo que ocurría. Esto se nos apareció muy claro después del atentado terrorista del 11 de marzo de 2004 en España, cuando el Partido Popular decidió manipular el sentido del atentado y presentar como responsable del atentado al grupo terrorista ETA ocultando, digamos, que se trataba de otra cosa, que se trataba de un atentado de Al Qaeda y que tenía que ver con la guerra, es decir, convertir la muerte de un montón de gente en propaganda electoral; había elecciones cuatro días más tarde.

Hubo una respuesta impresionante de la población que no tuvo que ver con lo que pasó el 11 de septiembre de 2001 en EEUU: con el miedo, con el miedo al otro, sino que más bien la población se movilizó haciendo preguntas, por ejemplo, preguntando quién ha sido y mostrando mucha solidaridad de unos con otros y también con los afectados del atentado, lo que nosotros le llamamos un “abrazo social”. “Abrazo social” sobre los afectados directos y también un momento en donde los afectos se pusieron en primer plano. Entonces, lo que nos movilizó a la calle a las personas que estábamos estaba clarísimo que no era principalmente la ideología, el ser de izquierdas, había gente de muy distintas ideas mezclada en la calle: indignada, protestando, emocionada, tocada. Ahí es cuando empezamos a pensar que de la ideología como motor político estamos pasando al afecto como motor político, hay algo en el mundo que nos ha afectado, que nos afecta, que nos concierne, que nos interpela, que nos toca, que nos mueve.

Lo que es un afecto, algo que es distinto de la emoción, que te pone en búsqueda, en movimiento, es una fuerza que hace que la política sea distinta, también, porque si la política se hace con base en la ideología pues están en la calle, por ejemplo, todos los de izquierda, todos los de tal partido, todos los que creen que el capitalismo es malo, sin embargo, el afecto es muy transversal, el afecto hace que sea gente cualquiera la que se lanza a la calle, la que empieza a ponerse en movimiento, a hacerse preguntas. A partir de ahí empezamos toda una reflexión, una investigación sobre qué es esto de poner los afectos en el centro: qué implicaciones tiene, qué consecuencias tiene.

¿Y el deseo?

El cambio social es una mutación del propio deseo, por ejemplo, para los libros de Acuarela –editorial que dirige– estuvimos leyendo mucho e investigando mucho la contracultura de los años sesenta en EEUU porque sacamos un libro sobre eso, Los yippies, de Abbie Hoffman. Lo que ahí aparecía muy claro es que el cambio social es una mutación del deseo, es decir, ahí donde estaba colocado el deseo, por ejemplo: en el consumo, en la familia, en una vida normal, en una vida estable, en el trabajo, en el futuro, de repente ya no estaba. El deseo, también como esa fuerza que nos mueve, que nos adhiere a las cosas, que hace que nos gusten unas personas y no otras, unas ciudades y no otras, unos libros y no otros, lo que ahí pensamos es que se puede pensar el cambio social como un desplazamiento del deseo. El deseo estaba puesto en determinados objetos, en determinadas maneras de relacionarse, en determinados fines, eso es lo que engancha nuestro deseo, y digamos, cambia, a lo que eran los años sesenta.

También el neoliberalismo se ha dado cuenta de esto y ya no trata sólo de reprimir el deseo sino de movilizar el deseo: de consumo, de éxito, el deseo de la autorrealización, si el deseo es el motor de la economía,  en ese sentido, la economía es libidinal. Aún así, aunque yo creo que el poder ha cambiado mucho en su relación con el deseo, no puede haber cambio social sino vuelve a haber un desplazamiento del deseo, una mutación. Si el deseo sigue estando puesto en construirnos a nosotros mismos como empresarios, en una marca, en la visibilidad, en los contactos, en el éxito, en la competencia contra el otro, el sistema no va a cambiar. Aunque haya un cambio político, si la base sigue siendo una base de deseo neoliberal, el cambio político no podrá avanzar mucho.

¿Qué significa salir a la plaza pública hoy?, ¿aún es posible lograr un cambio desde ahí?

Desde luego creo que mucho cambió el hecho que después del atentado de 2004 –el 11M, los ataques terroristas perpetrados a cuatro trenes en el metro de Madrid–, el hecho de que el miedo no determinara la acción. Si nos hubiéramos quedado en casa hubiéramos dejado que el gobierno decidiera en solitario qué había pasado, quién era el enemigo y qué habría que hacer al respecto, pues hubiera sido bastante terrible, sin embargo, salimos a la calle y cuestionamos eso. Es decir, nos dimos valentía unos a otros para salir a la calle juntos y cuestionar la interpretación de la realidad que se estaba llevando y se le dio un giro a las circunstancias. Pero, es verdad que no es fácil cuando está todo preparado para que lo que haya es miedo. Porque si sales a la plaza puede pasar otra cosa o está la policía. Es verdad que el miedo te mete en casa, pero también hay valentía en la sociedad, en la sociedad española la ha habido para no dejarse vencer por ese miedo y no delegar las capacidades políticas, porque el miedo lo que pretende es siempre que delegues la capacidad política, el gobierno lo que pretende es siempre que delegues la capacidad política. El gobernante, el soberano, el príncipe, te dice, “entrégame tus capacidades políticas: de pensamiento, de acción, de duda, de vínculo y yo te mantendrá a salvo. Soy yo o el caos”. Siempre está esta tensión entre la valentía que nos damos unos a otros para aparecer juntos y cuestionar lo dado, y el miedo que quiere dividirnos, enfrentarnos con un supuesto enemigo, hacernos temerosos, recelosos.

Hay una lucha ahí que tiene mucho que ver con la confianza: si confiamos en nosotros mismos y en otros iguales a nosotros hasta el punto de convocarnos a la calle con cierta valentía en un momento en el que no sabes qué puede pasar, como era después del atentado en Madrid, o bien dejamos que el recelo, la desconfianza se lo coma todo, lo pudra todo. Me acuerdo de un autor, Pierre Clastres, él decía: «el Príncipe gobierna en la división de los súbditos”. Hay ahí un juego entre el miedo, entre la confianza, entre la desconfianza.

En España ha generado cambios muy grandes, ha erosionado toda nuestra arquitectura política y cultural que en cuarenta años no se había erosionado y era un poder como aquí puede ser el PRI como cultura política. Ha puesto eso en cuestión. Ha movido los umbrales de la sensibilidad social. Ha evitado que haya un ascenso de la extrema derecha en España, que es el único país de Europa en el que no hay emergencia de la derecha porque todo el malestar de la crisis se ha canalizado no hacía los inmigrantes, no hacía los pobres, sino hacia los políticos y los banqueros.

Yo creo que salir a la calle produce cambios. Que salir a la calle, iniciar experiencias de lucha, de movimiento, de construcción de otro tipo de espacios de vida cambia mucho las cosas, sobre todo si tenemos esta idea de que en la base social está el deseo, que una mutación del deseo hace balancear la sociedad hacia otro lado.

En esta emergencia de la extrema derecha en Europa de la que hablas, ¿dónde queda la izquierda?, ¿cómo la entendemos hoy?

Los movimientos más interesantes que ha habido en España en los últimos años no han echado mano de la etiqueta izquierda. Para bien o para mal hay un desplome de las coordenadas clásicas de la izquierda y la derecha. Eso puede tener unas salidas más interesantes y unas salidas más terribles. Las más terribles son las populistas que dicen no soy de izquierda ni de derecha y luego hacen toda una política hacia la derecha. Hay salidas más interesantes que son movimientos que intentan representarse a sí mismos de otra manera. Por ejemplo, en vez de llamarse de izquierdas se llaman, como en España, los indignados, como diciendo, “cualquiera puede estar indignado, seas de izquierda, seas de derecha, seas ateo, seas católico…”, movimientos más anónimos que intentan salir del casillero previo y abrir otros espacios más de implicación de la gente, cualquiera que se sienta afectada por un problema: un ataque terrorista, una catástrofe ambiental o un problema social; que le toque vitalmente y que quiera hacer algo al respecto, es decir, que pase por el deseo, por la vibración afectiva, por el cuerpo.

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