Haroldo Conti: el árbol que canta


Hoy se cumplen 40 años de la desaparición forzada del escritor argentino Haroldo Conti en el contexto de la dictadura militar en su país. Desde México, este texto recuerda al narrador que se volvió un símbolo de la memoria y la justicia social en Latinoamérica

Por Adán Medellín (@adan_medellin)*
Ciudad de México, 05/05/16, (N22).- En la madrugada de un 5 de mayo como hoy, hace 40 años, Haroldo Conti (Chacabuco, Argentina, 1925) fue golpeado, amagado y secuestrado por un grupo armado en su casa de Villa Crespo, en Buenos Aires. De sus papeles revueltos, sólo quedó intacta su máquina de escribir y el borrador de su último cuento. Desde entonces, el escritor, docente, guionista, piloto comercial y navegante, entre otros oficios, fue otro nombre doloroso en la lista de desaparecidos por la dictadura de su país. 
He pensado mucho en Conti durante los últimos días. Nunca lo conocí, ni compartimos tiempos ni regiones vitales, pero leo y recuerdo constantemente sus obras porque me he reconocido en sus páginas y las búsquedas vitales que expresa en sus cuentos y novelas: la vida como un Camino, con todas sus implicaciones místicas y sobrenaturales, pero también cotidianas y concretas; la importancia de la escritura como una memoria y un antídoto contra la ansiedad del inexorable paso del tiempo y el olvido de los seres; el rescate de la voz minúscula y alejada de los centros de poder y los gritos mediáticos que subsisten en los pueblos diminutos y escondidos con sus personajes sencillos: actores secundarios y generalmente olvidados que atesoran preguntas y sensaciones fundamentales de la vida. 
Narrativa esencialista, han dicho alguna vez de Conti, influida por Pavese, por Melville, por Hemingway y London, en una combinación que entrega una prosa clara, lenta, diáfana, no tanto un océano, sino una línea de agua. Un mundo narrativo donde abundan navegantes y contrabandistas; hombres que construyen máquinas para volar; enamorados que esperan eternamente a una novia difunta; adolescentes que aman los animales y añoran escapar al camino y la aventura; vagabundos místicos; árboles que piensan y sienten como hombres.
¿Qué es Haroldo Conti para un tipo como yo, que escribe en México, a cuarenta años de distancia de esa noche trágica? No resolveré el interrogante de adónde habría llegado la obra de Conti, que presentaba un giro cada vez más político y comprometido en sus ficciones, como un autor que era llamado a integrar los elementos del arte con la realidad social que observaba en su país. Con los años, Haroldo se ha convertido en un símbolo de la memoria en Argentina, donde hoy se le realizan homenajes y recuerdos en el Centro Cultural de la Memoria, que lleva su nombre, y se proyectará el documental El retrato postergado (Andrés Cuervo, 2009), así como un ciclo de testimonios y lecturas en que destacan Juan Sasturáin, Ana María Shua y Ernesto Conti, hijo del escritor.
Sí, la condición de desaparecido de Conti toca mi propia situación política y la falta de certezas sobre los destinos de las vidas que aún buscamos en mi propio país. Aunado a la petición de justicia social latinoamericana que me representa la ausencia de Haroldo, puedo decir que él es para mí, además de un compañero y un místico comprometido (como lo definió Mario Goloboff), un homo viator que me encaminó a penetrar mediante la palabra en los pequeños personajes y me desafió a descubrir y trabajar una voz honesta y personal, la misma que exploro y cuestiono en el periodismo o en la literatura que hago. Concuerdo con él en que muchas veces el camino para contar la Gran Historia está en narrar el pequeño drama de los hombres y las mujeres que nos rodean. Ese contorno individual y singular puede dibujar sutilmente, con detallada plasticidad, el tiempo en que vivimos. 
Hay dos frases de Haroldo que siempre vuelven a mi mente. La primera es un fragmento de su cuento «Muerte de un hermano»: «El que anda solo como yo, siempre canta alguna cosa». Cantar y contar en voz baja siempre me ha parecido una clave en la poética de Conti, un ejercicio memorioso de fidelidad y autenticidad que nos retan en un tiempo de trending topics y posteos virales. La segunda referencia la escribió él en 1967: «No sé si tiene sentido pero me digo cada vez: contá la historia de la gente como si cantaras en medio de un camino, despójate de toda pretensión y cantá, simplemente cantá con todo tu corazón: que nadie recuerde tu nombre sino toda esa vieja y sencilla historia». 
Eso, en breves palabras, es Haroldo Conti para mí: un árbol que canta, como el álamo carolina del que habla en uno de sus cuentos más hermosos, y que, atesorando pájaros en sus ramas o mirando los trenes y los misterios de los hombres que lo circundan y vienen a dormirse bajo su sombra, me sigue narrando destellos esenciales de la vida en la tierra.
El retrato postergado (Andrés Cuervo, 2009, 60 min.)

*ADÁN
MEDELLÍN

(Ciudad de
México, 1982). En 2007 ganó el Premio Nacional de Relato Sergio Pitol
convocado por la Universidad Veracruzana, así como Menciones Honoríficas en el
XII Premio de Narrativa Breve Tirant lo Blanc y en el Concurso Nacional de
Cuentos campiranos Marte R. Gómez, en 2012. Ha publicado los libros de
narrativa Vértigos (Instituto Mexiquense de Cultura,
2010) y Tiempos de furia (Ediciones B, 2013). Ha colaborado en
diversas revistas, entre ellas, Punto
de Partida
 (UNAM), Casa del Tiempo (UAM), El puro cuento, Lenguaraz y Esquire (edición electrónica). Actualmente
trabaja en la redacción de la revista PlayboyMéxico. En 2013, resultó ganador del
Primer Premio Nacional de Cuento Sueño de Asterión, con el libro El
canto circular, 
editado por
el Instituto Literario de Veracruz en su colección Cuadernos de la Libélula.

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