Claudia González Sánchez/CDMX
«La moda no solo existe en los vestidos (…), la moda tiene que ver con las ideas, con la forma en la que vivimos, con lo que está pasando»:
Gabrielle Chanel
¿Qué tienen en común Jackie Kennedy y María Antonieta? Pues que ambas fueron iconos de la moda.
Podríamos pensar en la moda como un tema poco importante y banal, sin embargo, nos marca las características propias de vestir de cada etapa de la humanidad, es un fenómeno cultural y social que establece parámetros de vestimenta que se popularizan y que se hacen comunes, diferenciando claramente unas de otras.
La moda se relaciona con el contexto histórico, social, económico, político o cultural en el que surge, es importante ya que es una forma de expresión de una sociedad determinada en un espacio y tiempo específicos.
Nos da una idea de cómo era la vida cotidiana en épocas pasadas, incluso hay personajes históricos que le daban un gran peso a su imagen y que se convirtieron en un referente de la moda de su época.
Tal es el caso de María Antonieta a la que la historia la retrata frívola, superficial, despreocupada y obsesionada por la moda, las joyas, y por el despilfarro en diseños de alta costura convirtiéndose en una cuestión de Estado.
Y ¿quién era María Antonieta?
Fue hija de la emperatriz María Teresa de Austria, con apenas diecinueve años llegó a la corte francesa para casarse con Luis XVI. La boda se celebró el 16 de mayo de 1770 y la pareja reinó a partir de 1774.
La joven reina tenía pocas preocupaciones, ella solo buscaba divertirse, como cualquier chica de su edad, por lo que lo ostentoso de Versalles, marcada por la opulencia estética del Rococó, despertó su gusto por la moda y los accesorios.
El estilo del momento abanderado por María Antonieta se caracterizaba por vestidos de dimensiones colosales, repletos de cintas, encajes y complicados artificios, combinados con peinados que desafiaban la fuerza de gravedad, no solo fue reina de Francia: también lo fue de la moda de su tiempo.
Sus gustos dictaron las tendencias tanto en Versalles como en el resto de Europa.
La soberana dedicaba muchas horas a su arreglo y escogía cuidadosamente su vestuario de acuerdo con la ocasión, presentándose ante la corte con “looks» cada vez más sofisticados, eso sí jamás repetía, si por alguna cuestión lo hacía, era después de retocar el modelo original.
Cada semana crecía su colección pues recibía dieciocho pares de guantes perfumados con violetas y cuatro pares de zapatos y cada temporada encargaba doce vestidos de corte destinados a las grandes ocasiones, otros doce de mañana y una docena más adecuados a las veladas de tarde o las cenas íntimas.
Como todo icono de la moda, tras sus apariciones públicas, todas las damas de la corte trataban de copiar el estilo de la reina.
Así como era opulento el vestuario de María Antonieta, así era el gasto, alcanzaba la espectacular cifra de 1250 libras anuales, aunque frecuentemente se duplicaba, la mayor parte de este presupuesto se lo llevaban las escandalosas pelucas.
Con todo esto la reina pretendía refrendar el papel institucional de la Corona, marcando distancia con la aristocracia, también es cierto que vivió de espaldas a la realidad social que la rodeaba, consagrando muchas horas del día a su exuberante indumentaria y a entretenerse con juegos y diversiones.
La corte vivía en la superficialidad y atrincherada tras los muros de palacio ignorando la realidad del exterior.
Sedas, terciopelos, plumas y joyas de valor incalculable vestían los suntuosos salones, y todo esto dio origen a la industria sedera en Lyon, mientras los avances técnicos y los progresos en el ámbito de los tintes favorecieron la creación de numerosas fábricas de medias, sombreros y lencería, industria que acabaría por hacer de Francia, y concretamente de París, el corazón de la moda.
María Antonieta, la última reina de Francia, fue considerada por su pueblo una mujer ególatra y superficial, subió al cadalso tras soportar un simulacro de juicio lleno de insultos y vejaciones y donde se exageró su vida disipada y su derroche.
La moda maneja y domina el poder de la imagen que refuerza o sepulta cualquier discurso, hoy más que nunca.