Por Huemanzin Rodríguez
A las doce horas Consuelo Sáizar, presidenta del Conaculta, Teresa Vicencio, directora del INBA, así como los hijos y la viuda de Ernesto de la Peña, esperaron en la entrada del Palacio de Bellas Artes la llegada del cuerpo del escritor, melómano, filólogo y sibarita. La carroza fúnebre no tardó en llegar pero sí el público que de manera escasa fue a despedir al que fuera, tal vez, el intelectual que mejor usó los medios de comunicación masiva, pues lo mismo pasó por Canal 13, Canal 11, Imevisión, Canal 22 y Televisa, como por el IMER y Radio Educación.
En este acto de honor a Ernesto de la Peña, diversos personajes comentaron sobre el lamentable deceso.
El especialista en música clásica y ópera, Manuel Yrizar dijo: «Tuve yo la oportunidad de trabajar con él y con Eduardo Lizalde en más de 40 programas en la serie ‘Operomanía’, él adoraba la ópera y la música y era maravilloso tener las reuniones previas para hacer los programas y platicar con Eduardo Lizalde y con De la Peña, y ver lo que podían aportar a los programas».
«Y lo lamentable es que, por su puesto, que deja toda una obra rica, vasta, todos sabemos de ese viejo proverbio chino que dice: Cuando muere un sabio, en este caso un gran hombre, un viejo con gran conocimiento, arde una biblioteca, es como el incendio de una biblioteca. Eso es lo que hemos perdido», José Gordon, periodista.
Gonzlao Celorio, miembro de la Academia Mexicana de la Lengua, puntualizó: «Por otra parte hay que destacar que fue era un hombre muy gozoso de la vida. Era un hombre de buen comer y buen beber. Y la verdad sabía mucho de gastronomía, era un placer acompañarlo en las delicias de la mesa».
«Es un hombre irrepetible, un hombre que no va a volverse a producirse en México por su tesón y su cultura. Es un hombre que fue huérfano de niño, él se crio con una especie de padrastro. Y por sí mismo adquirió ese gran conocimiento», dijo la fotógrafa Paulina Lavista.
Yrizar añadió: «Yo creo que el maestro Ernesto de la Peña era un hombre que a pesar de su gran erudición y de todo lo que sabía, era el hombre más humilde, generoso, simpático y extrovertido, siempre fue una persona que todo lo daba los demás».
«Siempre fue una presencia muy viva, muy dinámica, siempre tenía algo que aportar… Era realmente un sabio, de los pocos sabios que en el mundo han sido, como decía un poeta», anotó Margit Frenk, miembro de la Academia Mexicana de la Lengua.
Cuando Kant decía: “Creo en el cielo lleno de estrellas que está fuera de mí”. Eso era Ernesto de la Peña, las dudas de por qué y para qué estamos aquí, de qué se trata esta existencia. La vida es algo que nos pasa, decía. Sin embargo su presencia se convierte en un referente para todos nosotros», acotó Gordon.
«Y yo compararía a don Ernesto de la Peña, para concluir, precisamente con ese otro polígrafo que le da nombre al premio que recibió el 6 de diciembre en el Aula Magna de El Colegio de México “Alfonso Reyes” –otro polígrafo-, que es Marcelino Menéndez Pelayo creo que hay una simetría, una correspondencia, un aire de familia, una suerte de almas gemelas», explicó el escritor Adolfo Castañón.
Gonzalo Celorio conlcuyo: «Curiosamente así es la vida, ver la carroza subiendo al féretro de don Ernesto, y pienso que aquí mismo en la tarde, en cuatro, cinco horas le vamos a dar la bienvenida a la Academia a don Hugo Gutiérrez Vega y, bueno, así es la vida un momento de dolor y otro momento de gozo, y alegría. En fin».
Cuando uno lee en la historia la existencia de personajes sabios, nos preguntamos si fueron reales; ahora nosotros podemos decir que hemos vivido en los tiempos de Ernesto de la Peña, quien abrazó con gozo el vértigo de la existencia.
Imagen: http://bit.ly/QbLp0m
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