«El libro de Eva», reinventar el mito

La novela de Carmen Boullosa dota de voz a Eva, quien narra su propia historia no como un pedazo de Adán, sino como un ser humano completo

Ana León / Guadalajara 

El mito cuenta que Eva mordió la manzana y ella y Adán fueron expulsados del Paraíso. Ese mito que vive en el imaginario colectivo ha condicionado el lugar que la mujer ocupa, el sufrimiento de su prole y la forma en la que se narra su historia. La escritora mexicana Carmen Boullosa toma este mito, lo rompe y dota de voz a Eva, la voz no de un pedazo del hombre, sino la de un ser humano completo. 

Esta novela es una de las cinco finalistas en la IV Bienal de Novela Mario Vargas Llosa.

«Ella rebate la versión bíblica, no le gusta nada. No le gusta el compañero que le ha tocado en suerte y, en cambio, sí le gusta muchísimo la vida y le gusta la aventura de llegar a la Tierra. 

»Rehace la historia desde el incio. Ella es la primera que dibuja en una cueva, ella es la primera que hace una cazuelita; ellos juntos pronuncian, fuera del Edén, la primera palabra. Se cuenta la historia completamente distinta. Pero sí es una historia que no hubiera ocurrido si yo no me hubiera detenido a pensar en cómo había sido Eva previo al Concilio de Trento, en cómo había estado en los textos anteriores de la tradición judía y de la tradición judeo-cristiana y mirarla a los ojos, un poco despabilarla y tratar de comprender cómo acabó en este mito en el que la mujer tiene tantas desventajas. En realidad no es ella entera, es varón A, es un pedazo de él. 

»Es una novela que no la pensé como novela, no empecé con mi curiosidad de Eva pensando que iba a hacer una novela de Eva, sino que me resultó al final imposible esquivarla: no me dejaba dormir, no me dejaba comer, no me dejaba ser si yo no atendía a su voz, escribía lo que ella, a su modo, me iba dictando.

»Lee diferente la historia de ellos, anota, observa, cómo su Caín —el que es su predilecto—, es el que cultiva la tierra. Ella deserta de Abel, se lo entrega a Adán porque para Adán es muy difícil la maternidad, no soporta la maternidad de Eva y se retrae, se separa de la comunidad. Y empieza a odiarla y a inventar el mito de la Eva que aparece por fin autorizada en el Concilio de Trento.

Toda acción de Eva está cruzada por la curiosidad. Enfatizas la curiosidad como motor en la narración en el accionar de Eva. Para dar el paso. La curiosidad y el imaginar, la primera restringida, condicionada; la segunda bastante censurada en la historia. 

La curiosidad en los mitos griegos también es una característica que se adjudica a la mujer. Tenemos la curiosa mujer que abre un cofre y por esto desta el mal y saca los demonios que abren el mundo. Y lo que ocurre con nuestra Eva, con la Eva de la novela, es que ya vemos en ella reflejado cómo la curiosidad es nuestra mayor aliada. 

La curiosidad tiene que estar presente siempre en nuestra vida. Tenemos que tener la pregunta de por qué funcionan así las cosas, por qué es así el día, por qué existe la noche, por qué estamos vivos; la curiosidad intelectual, la curiosidad física, la curiosidad de nuestro propio cuerpo, la curiosidad de quiénes son los otros, ésta es la que tiene Eva. Y la vemos en total acción sin que sea un factor negativo, es un factor que construye el mundo que van a habitar reunidos, que van a habitar juntos.

Mueves de lugar a Eva, de ese lugar que se le había asignado, ¿en qué lugar sitúas entonces a Adán?

No lo sitúo yo, lo sitúa Eva en el peor de todos los papeles. Él es mucho peor que Eva en el papel original, el papel original de este Adán es el mensajero del odio, de la frustración, de la incomprensión del otro, de la envidia, eso es lo que es Adán. Y, sobre todo, el hacedor de la violencia. 

Es un personaje poco recomendable, no tiene encanto, no tiene atractivo y uno se pregunta cómo Eva intentó conservar con él la relación, cómo tal vez ese fue el error grande en la novela, en El libro de Eva.