El poemario de Marcela Santos nos remite a esa parte ordinaria, incómoda y frustrante de la cotidianeidad; cada frase es un juego limpio con las emociones
Marcela Santos
No se puede hacer nada con este mentado sol
Así lo escuché en una obra de teatro
éramos ocho cabezas en el público
asentimos
es el gusano quemador en verano
tan extendido que se adhiere al piso
ilumina un camino de polvo
a las pantallas negras
es la frazada que invocamos
cuando llega el frío
para dar sueño a la niñez harta
de menear la escarcha unida
al toldo de los coches
en la primavera que acá
no existe lo miramos vengativos
desde albercas bajo techo
exponiendo nuestras pieles
con modestia
en mi ciudad el sol azota
los refugios de concreto
revienta las burbujas frescas
que nos evitan la molestia
del ahogo
¿cómo diablos vivió Alfonso sin un clima?
**
En el cerro de las copiadoras
Rubio y brillante
como un botón de encendido
empapado de luz vendiste
por primera vez el mito
de las copias xerográficas
trazabas con bolígrafo
el Cerro de la Silla y con la Xerox
tu cruz a cuestas
preguntabas de casa en casa:
¿cuál es el original y
cuál la copia?
imposible saber que en poco tiempo
tu hija jugaría con tóners
en una empresa llamada
Docusol caería
arrullada por el olor a tinta seca
gatearía por las alfombras
persiguiendo el sonido de las pisadas
antes que el cielo vi ondear
la bandera de Windows 98
no conocí el añil sino el cyan
impreso sobre el papel bond
y cuando tus máquinas
no duplicaron más que jeroglíficos
de pie sobre la acera
el día en que el negocio se iba
a liquidación vi el brillo
fluorescente de tus ojos
parpadear y
apagarse.
**
Se divisa el panorama
Naciste en Los Aldamas
años después cargaste
un ataúd entre la polvareda
y te gritaban:
no lo dejes caer, mijo
que no se te caiga
hace apenas unas horas
lo habías visto recostado
besaste su mejilla
por orden de tu madre
no volvería a escaldar
tu cabeza con sus zapes
cargaste a tu padre a los once
y se la mentaste a los sesenta
palpando un tumor pequeño
en tu cuero cabelludo
supiste que se gestó bajo el solazo
de aquella tarde
la larga caminata con el féretro
sobre los hombros
tuvo algo que ver
con esa herida naciente.
**
Cuando empieza a anochecer
No sé cómo explicarlo
duele no saber cómo decírtelo,
papá:
los poemas son charchinos
son una mentira
encendedores con aspecto de revólver
cigarros de dulce
whisky sin etiqueta
no son de esa calidad importada
ni me salen del corazón
ni estás tan solo como yo
te escribo
no eres papá tanto
como cualquier otro señor
que en la carne asada
bebiendo una cerveza
se imagina más allá de sus defectos
dando vueltas con su esposa
al ritmo de una cumbia
pero no se levanta de la silla hasta
que empiezan a barrer el patio
y ya están guardando la rockola
y ya juntaron las mesas
y ya apagaron el carbón
y ya para qué
si es demasiado tarde.
Marcela Santos (Monterrey, 1994), Sol de Monterrey, Dharma Books, 2021