«Proyecto Manhattan» (fragmento)

El escenario polifónico y poético donde Elisa Díaz Castelo reúne las voces vinculadas a la creación de la bomba atómica

Elisa Díaz Castelo

III. (LA CUARTA PARED LEVANTA SU LADRILLO POR LADRILLO HASTA EL NIVEL DEL TECHO Y SE PROYECTAN LAS CALLES EMPINADAS, LAS TAN MENTADAS CALLES DE SAN FRANCISCO, EL PUENTE SIEMPRE EXPLÍCITO Y LA CURVA DE TELEGRAPH HILL. EL LUGAR ES OTRO Y ES EL MISMO. SIN MOVERNOS DE SITIO HEMOS ESCAPADO DEL DESIERTO. HAY AGUA. EL SONIDO DE LLUVIA RECUBRE TODO ESTO. UNA MUJER QUE NO VEMOS LEE A KROPOTKIN EN RUSO. SU VOZ ES UN SUSURRO.)

***

(JEAN TATLOCK, una mujer joven de pelo castaño, atraviesa a nado la alberca de vidrio transparente que ha sido colocada sobre el escenario. Se detiene a la mitad, sus pies apenas tocan fondo. Camina hacia el frente. Se distingue su cuerpo bajo el agua, discontinuo. Nos mira y recarga antebrazos sobre la orilla del vidrio. Su cabeza permanece fuera del agua, su pelo negro, intacto, labios rojos.)

Quise vivir, quiero decir: quería: nadé desnuda en un lago, tuve 16 años, me morí de miedo frente al escenario, salí a comprar azúcar, pasé frío en mi departamento, me pinté las uñas, aprendí de memoria el nombre de mis huesos, fui sola al cine en la mañana. Quise vivir, quería: me sangraron las rodillas, me sangraron las costras, aprendí a sangrar, coleccioné cucharas, comí demasiados pistaches, observé la calva brillante de mi tío e intenté distinguir en ella mi reflejo.

***

(Dentro del agua de la alberca un líquido aparece, rojo oscuro, denso como una cabellera, se trenza, se distiende, se propaga. Jean permanece inmóvil. El agua es un tinto tartárico, tempranillo. Dentro del color espeso, el cuerpo de Jean se borra. Sólo queda la cabeza inmóvil, cercenada, los labios del mismo tono que el agua, las palabras flotando sobre el rojo.)

Supongo que me encontrará mi padre. Esperaré bajo el agua, muerta de frío. Labios azules como aquella vez que sola, de cuatro años, me sumergí en el mar sin tener miedo. Mi padre me rescató entonces pero ahora. Dejaré la mañana apagada, la tele sin sonido y la ventana abierta. Mi padre cree que me rescató. Aclaro. Cree. Quizá piense que puede hacer lo mismo. Ya lo veo. Que llegue a mi casa, no habrá nadie, que toque la puerta, no habrá nadie, que salte por la ventana. El futuro imaginado es opción múltiple. El futuro imaginado es cierto, tanto. Lo dejaré sin hija y, si la vida es una ecuación, como pensaba Robert, yo he sabido anularla y regresar al cero.

(JEAN sumerge la cabeza en la alberca.)

***

(El agua de la alberca se vacía. No hay nadie dentro. Nadie dentro, ante, bajo, con, contra. No hay nadie sobre la mesa de autopsia, sólo un cuerpo, un antes y un después, una quietud compleja, llena de huesos, sangre que se estanca, inflexiones. Entra JEAN con un vestido rojo, el sonido de sus tacones es un segundero estricto, un tiempo que se saca filo contra la madera, artefacto de manecillas y dientes. Le da varias vueltas a la mesa de autopsia al mismo ritmo.)

Los muertos ya no son lo que eran. Eso lo decía mi maestro de fisiología en primer año. Ahora duermen horas extra sobre la mesa de metal, sus pieles almidonadas huelen a formol. No le temen a nada. Dóciles, dejan que esculquemos sus órganos, que les contemos huesos al oído. Practicamos, con ellos, en ellos, practicamos.

***

(JEAN se acuesta sobre la mesa. El metal frío contra su espalda.)

Le pedí a Robert que me hablara de la bomba. Eso es traición, me dijo. Y yo le contesté: todo esto lo es, en más sentidos que uno. Fue la última noche. Vino a visitarme desde su deseo deslumbrado. Hablaba aventando lejos sus palabras, como si le quemaran. Yo intentaba convencerlo, enfilando mis palabras letra a letra contra las suyas: era mejor que el átomo no pudiera romperse. Deseaba que la estructura íntima del universo fuera concreta, irresoluble. Del otro lado de nuestras voces, la lluvia atenuaba la última esquina del otoño contra el vidrio. Me dolían los vértices de sus sílabas, los huesos de sus manos. No es de extrañar que todo sea de espléndida belleza: es el pasado. Partió una manzana roja con los pulgares y me entregó la mitad. Estábamos desnudos.


(Una manzana roja sobre la mesa de autopsia.)

***

(JEAN saca de su bolsa una madeja de estambre, practica verbos irregulares en alemán, se pinta los labios sin espejo o come una granada y se mancha la boca. O habla dormida. O aguanta la respiración bajo el agua. O todas las anteriores. O ninguna.)

Hasta los días felices,
con su itinerario de té y ruido blanco,
con su olor a lluvia y sus tardes de sol
echadas a sus anchas como viejas mascotas
sobre la baldosa del patio,
hasta los días felices
cuando no duele sonreírle a los otros
o tomar a los niños de la mano,
tienen su marialuisa de agobio,
su tuétano de desamparo,
son apenas vivibles
y no alcanzan,
como el domingo que de niños nos daban,
para nada.

***

(JEAN de espaldas al escenario, a la luz.)

La vida, todo su aquí: el ladrido mutilado del perro, palabras crudas y cocidas, la gotera del lavabo, el mercurio pequeño de los termómetros, la lluvia a contraluz, dos cucharas de té, los días impares.

***

(Penumbra. Entra en escena la primera consulta. Jean mira el piso. A su alrededor un círculo blanco. La luz se vuelve un poco más intensa. El círculo está formado por una serie de batas médicas. Un sonido rompe el aire, trozo a trozo, un sonido punzocortante. Son las tijeras que Jean sostiene detrás de la espalda. Se sienta con las piernas cruzadas como un niño. Toma una de las batas y comienza a cortarla sin orden aparente. El sonido de la tijera sobre la tela se reproduce como si no fuera una sola sino una multitud que corta el aire. Se deforma hasta convertirse en el canto de pájaros. Amanece. La luz se vuelve tan fuerte que deslumbra. No se distingue nada más que el blanco.)

Ella durmió junto a mí, en el año número, en el otoño nuestra sombra sobre las hojas, ella durmió a mi lado, en la habitación que no, en el hambre que siempre. Todavía me acuerdo. Todo el invierno me desveló su nombre. Ella durmió junto a mí. Nadamos desnudas en el lago que ya. Esto es lo que quería decir. Sus brazos pálidos.

***

(Pasan los años. El viejo jardín es una tumba. Los sordos comen caracoles junto al río, la sangre olvida su pulso, se descascara. JEAN observa el hambre diminuta de los insectos. Cosas que se rompen.)

Porque mi hambre y mi sed y mis huesos contados
y mis años a veces porque me duele el nunca
la bastilla del cuándo porque radico
en la quinta parte de la duda de Dios
porque es algo simplemente fisiológico
porque el agua del lago estaba fría
porque la sangre es sombra porque la fruta es negra
porque queda muy lejos porque Robert me dijo
que el tiempo se mide en kilómetros porque
he perdido demasiados calcetines porque apenas
porque no porque ahora queda lejos
todas partes porque mi idioma atardece
porque octubre porque uno de cada siete días
es lunes porque perdí mi labial porque perdí mi voz
porque mi voz es roja porque los años
me estriaron la piel y estoy muy sed
y estoy muy sombra y hablo dormida
y hablo muy lejos porque ya me cansó el sin embargo
porque de niña no tenía donde esconderme
porque mi casa era pequeña.

***

(Frecuenta que su sombra, que si apenas su nunca mientras tanto toma agua a veces para siempre canta apenas en la ducha y sin embargo.)

La noche también tiene huesos largos. Es la luna, llena de cicatrices. Su luz aún suena hueca contra las paredes. Una vez te escribí una carta. Te esperé en el borde de la última hora y metí los pies al río. Pero los años son gatos ariscos que no vuelven. Y el afuera continúa: el día se oxida y oscurece. Mi cuerpo está compuesto de esos pájaros grises y sin gracia que habitan las ciudades. Saltan sobre el pavimento sin estilo. No saben que vuelan. Pero mi sangre es redonda y envenena. Y el corazón a tientas. Lo que quiero decir es que se acabó la tinta de mi pluma y tú no estabas. Se rompió la ventana y llovió dentro de casa toda la noche. Tú no estabas. Se fueron las luces. No había velas. Quiero decir que cuenta regresiva, que sed y duermevela, que ya me queda poco. La sangre aquietará su duda. Olvidaré el nombre de mis huesos. Quiero decir que esto pasará y tú no estarás ahí.

***

(JEAN está sentada frente a una Singer. Con el pie derecho acciona el
pedal. Se escuchan las dentelladas de la aguja, el afán mecánico del
aparato. A la derecha de Jean, un montículo de batas blancas de un
metro y medio de alto.
)


Quiero saber morir, no me da pena, toda la vida imaginé ese instante, construí mi trayecto cambiando de lugar mis huesos. Construí mi trayecto a base de reincidencia pura, con la impronta salada de mi muerte pululando. Más arriba me espera, a contrapelo practica sus direcciones de escena. Más arriba me espera y no muy lejos. Su desuso. Ahora mi cuerpo es un lugar sin sombra. Pronuncio mis recuerdos en reversa. Me desahucio.

***

Ya no será necesario este asunto de la probabilidad de ser feliz y preguntarse cuántas veces, dónde exactamente, cuánto. No será necesario ensuciarse las manos con la sangre de otros o la propia. Habitaré la tierra sembrada con sal, en sus extensas llanuras existiré sin simetría posible. Iré donde los venados beben linfa, donde moriré ayer y para siempre. Donde he olvidado la latitud de tu cuerpo, sus coordenadas. Mi lenguaje atardece, pero esta luz, aunque sea a ciegas, ya es ganancia. Camino sobre la sombra de mis muertos como piedras para cruzar el río.

***

No sé si sabré morir, si lo he olvidado. Hay agua en la parte superior de mi voz. No aprenderé a caminar de espaldas, que respirar así, que respirar, qué lento traduce mi corazón el celo de estas pastillas blancas. Barbitúricos. Olvidaré mi ayer, mi haber nacido. Si a la mitad del tiempo, barbitúricos, vacilación. Después de todo, aprenderemos a dejar de respirar. Algo que se apaga, simple y necesario. Esto. Mi padre riega las plantas al otro lado del atardecer. Le habla en anglosajón a las orquídeas. Cuenta los cuervos sentados en las últimas ramas. No lo veré morir. Me llenará la tumba con sus palabras de vidrio. Seré su desencuentro. Agua a voz en cuello, sibarita de sangre, estoy llena, barbitúricos, llena de sangre sin lugar a donde. Cada latido de mi corazón vuelve mi corazón en contra mía. Mi padre me encontrará lo dicho, me sacará del agua, ocultará la curva de mi letra en el fuego. Y no podrá escapar nunca de haberme visto muerta. Aunque se vaya lejos, no habrá salido nunca de mi casa. Yo tampoco. Ahuecaré las vocales de mi nombre, dejaré de morderme las uñas. Enredo mis años alrededor del índice, mis manos que tocaron el momento, que perdieron. Todos los pájaros han muerto contra la ventana de mi cuarto. Tal vez sí viviré. Encontraré en el agua el oxígeno, sabré desmadejarlo: OH. Barbitúricos. Quiero apagarme. Sacar todos los verbos de mi cuerpo. Yo que nadé desnuda con mi mejor amiga en un lago, quiero morir por agua. Porque lo más querido es lo que mejor puede matarnos. Porque, ya que amamos a muchos, ¿podemos también matarnos a todos? Barbitúricos. Puedo hablar sin crecer. Pues mis palabras son círculos rotos. Le daré a Dios cucharadas de azúcar en la boca, podré hablarle sin más de tú a tú y su siempre me llegará a las rodillas. Barbitúricos. El corazón hace agua. No hace frío o tal vez mi piel ya no lo sabe. Ya no abriré los ojos.

(Abre los ojos.)

Imagen de portada: Las mujeres de Oak Ridge / Explore Oak Ridge