En este libro, la escritora mexicana y profesora de literatura nos muestra la poesía como un espacio de crítica, de reflexión, de resistencia, pero también «como algo que nos enfrenta a pensar eso que estamos viendo»
Ciudad de México (N22/Ana León).- Soy una habitante perpetua de ese cliché que reza que la poesía puede salvarnos. Que el recitar en voz baja algunos poemas es como esa orilla a la que nos agarramos frente a la ausencia de fondo. Que son esos versos una especie de plegaria personal y poderosa que nos salva. Para ateas como yo, rezar poesía siempre constituye una manera de sobrevivir. Una tabla de salvamento. En esas orillas, voces como la de Raúl Zurita, Idea Vilariño, Alejandra Pizarnik o Wislawa Szymboska, me tienden una mano. El abanico no es amplio ni pretende ser exquisito, simplemente es terrenal.
En Decir otro lugar, Eva Castañeda logra dar forma a un libro de fuerza poética y de honda belleza. Por eso me viene a la mente Zurita, sobre todo, porque como en su escritura, es através de la poesía que Eva logra agarrar a un país metafórica y políticamente. Resistirlo. Los poemas que se suceden uno a uno acarician con la esperanza de que otro presente es posible, de que otro futuro es posible, pero al mismo tiempo lanzan dentelladas desde la realidad de un país herido, fracturado, desbordado de ausencias y de violencias, de olvido sistémico: ¿cómo hablar desde el lugar del horror?
La historia y la memoria de nuestro país y el fantasma de la historia compartida con otros países de América Latina, está en la base de estas letras que se engarzan finamente y que atraviesan como balas en un día luminoso. Se narra desde ese campo de batalla que es lo cotidiano, desde el hacer diario, desde la casa, desde la escuela, desde la resistencia que es seguir haciendo vida; desde la soledad, pero también desde lo colectivo, desde el afecto.
¿Cómo hacer poesía desde un país herido?
Es ser testigo presencial de un contexto que no me gusta y de alguna manera desde la escritura me toca criticar quizá, y en cierto modo, desde un lado muy modesto, subvertir en la medida de lo posible.
He platicado que este libro se escribió a la par de una estancia postdoctoral que realicé y el proyecto de esta estancia era sobre escrituras producidas en contextos de violencia de Estado. Justamente, a partir de textos teóricos, críticos y de un corpus literario, pero además de mi experiencia propia en un país como éste, México, es que este libro se fue configurando.
Me parece que una de las palabras clave de todo esto es la reflexión que hay en torno a una serie de conceptos que atraviesan la noción de país como territorio: Estado, violencia por parte del Estado, violencia económica, etcétera.
¿La poesía nos puede salvar del horror?
Creo que sí. Creo que cualquier forma del arte nos ayuda a sobrevivir en contextos como estos. Está probado y comprobado en términos históricos y los ejemplos son diversos. En el caso específico de la poesía creo que sí, que siempre va a ser un lugar de resistencia desde la lengua, desde la palabra, pero también porque me parece que está reflejando todas esas emociones que hay en torno a. Durante mucho tiempo se pensó que la poesía podía ser una especie de fuga, de catarsis para lo que ocurría en la vida. Ahora creo, y desde hace mucho tiempo, la poesía es también un espacio de crítica, de reflexión, de resistencia en ese sentido. También es algo que nos enfrenta a pensar eso que estamos viendo.
Leo tus poemas y me recuerda mucho a los poemas de Raúl Zurita. Hay una epígrafe con un fragmento de él. ¿También la poesía sirve como una especie de archivo, de registro, de materializar la ausencia, de nombrarla y hacerla tangible, para afectar a otros con esa ausencia?
Me mencionas a Zurita, pero también este libro está atravesado por muchas tradiciones literarias, pero la tradición chilena contemporánea, mitades del siglo XX, década de los setentas a la fecha, creo que determinó en gran medida el rumbo que iba a seguir, porque están Diamela Eltit, Zurita, por supuesto; pienso en Miyó Vestrini que es una autora que está un poco perdida. La tradición chilena está, aunque no es la única.
Creo que la poesía da cuenta y hace las veces de registro de eso que no está, que desapareció de una manera violenta. Pero además, creo que es una forma de reactivar la memoria y de tener presente lo que no se nos debe de olvidar. Creo que este libro está justamente también atravesado por esa violencia del pasado reciente, estas memorias del pasado reciente en términos históricos que atañen al país, pero que de alguna manera, quizá viéndome un poco ambiciosa, también a toda latinoamérica.
También está Nona Fernádez y veo esa historia latinoamericana de dictadura y desaparición, de ausencia de cuerpos y de violencia que ha cruzado a toda la región. Mencionas que la poesía es una manera no solo de catarsis o de fuga, ¿es una forma de quitar un poco el velo de la ingenuidad frente a los hechos atroces que vive un país que, a veces, pasan inadvertidos aunque sean tan atroces sino te afecta directamente?
Estamos en un momento de la historia en el que tenemos que pensar nuestro presente y, por supuesto, no olvidar el pasado que nos ha definido como país y como continente. En ese sentido, las dictaduras en países del cono sur es un tema que me ha ocupado en la parte de investigación que realizo, en la parte académica y que, de alguna manera, ha permeado en la parte creativa; luego el caso de las violencias que vivimos en México o en Colombia que pueden ser muy semejantes.
Creo que en este momento de la historia, en este punto de la realidad en la que estamos cuando un virus ha enfermado a la humanidad, estamos de alguna manera obligados a pensar nuestra existencia y nuestro quehacer artístico desde otros lados. Un lado más politizado en un sentido de no nada más la mera arenga o el panfleto, sino que creo que tendría que haber una reflexión en términos históricos y artísticos, y estas dos reflexiones pueden ir a la par, de la mano.
Háblame un poco del nombre, Decir otro lugar, ¿escribir sobre el horror desde el lugar del horror, pero buscando salir de éste?
Creo que el libro está atravesado por nociones como territorio, Estado, aunque no se hacen visibles de manera evidente porque cuidé mucho que fuera así, pero de alguna manera se sugiere permanentemente. El libro cuenta la historia de este colectivo que habita un lugar, puede ser México, pero también puede ser cualquiera porque no focalizo geográficamente en términos específicos. Estoy hablando de ese lugar al que permanentemente se está nombrando, al que podemos acceder y quizá no es el que tenemos ahora, porque muy probablemente no es el que nos merecemos tampoco, porque está asignado y atravesado por la violencia, por el desamparo, por el abandono en términos políticos.
Creo que “decir otro lugar” es la posibilidad permanente, sistemática y sostenida de aspirar a un sitio mejor, de un sitio sí en términos geográficos, pero también en términos vitales, existenciales. Alude a esta posibilidad de pensar que el sitio que habitamos puede ser otro y puede ser diferente, no esto que tenemos que de repente resulta tan hostil, tan violento y tan inequitativo.
“Decir otro lugar” es esta posibilidad permanente de nombrar otro sitio al que eventualmente podemos acceder porque podemos tener condiciones más justas en todos los sentidos. También hay una mención a la posibilidad de esperanza. La construcción permanente de otro sitio.
¿Cómo atraviesa la idea de frontera el libro?
El término de frontera lo pienso en dos sentidos. Desde la perspectiva de lo literario entendido como estas fronteras que dividen a los géneros, lo que es poesía, novela, crónica, nota periodística. Me parece que en este momento de la historia esas fronteras están completamente trascendidas e incluso borradas, que estamos ante una redefinición del género literario, porque ahora estamos frente a lo híbrido y eso era algo que me interesaba.
Si hay un borramiento de fronteras ya geográficas en muchos sentidos, porque creo que el libro también habla de esta diáspora o de este ir y venir de gente moviéndose de un lugar a otro —a pesar de que nos empeñamos en las fronteras, en los muros, (Trump), la gente igual se sigue movilizando—, y si hay una disolución en géneros, en especies, en geografías, también la tendría que haber en géneros literarios.
¿Y el silencio? ¿Cómo juegas con la idea del silencio dentro de la página y también con aquello que no se nombra, que no se dice porque se niega o porque se olvida sistemáticamente?
También el tema de la memoria es un aspecto importante del libro. Y creo que en este juego de la memoria hay también silencios y borramientos. Es decir, es como una especie de archivo: no lo recordamos todo, tampoco lo olvidamos todo. Por lo tanto, estos silencios, estos puntos suspensivos a veces, son estas omisiones en la memoria, pueden ser deliberadas o un poco porque así es, no tenemos la capacidad de recordarlo todo. Pienso también en estos silencios históricos frente a la gente que desaparece frente a un Estado ausente.
Imagen tomada del Twitter de Elefanta Editorial