Publicado por Dharma Books, el primer libro de cuentos de la mexicana Lilián López Camberos no se puede contar, sus relatos nos invitan a descubrir atmósferas de la experiencia humana en tiempos suspendidos como el viaje o el sueño
Ciudad de México (N22/Ana León).- La escritura de Quisiera quedarme quieta inició hace diez años. Se ha estado escribiendo y reescribiendo una década. Seis cuentos que han sido leídos y releídos por su autora, Lilián López Camberos; «trabajando de manera obsesiva», como dice ella. No es el único libro que ha pasado muchos años, más de los que imaginamos, cuidándose del accidente o abandonándose libremente a él. Ambos pueden ser una metodología. Pero no sé cuál es la metodología de Lilián, eso no se lo pregunté. Me aventuro a pensar que puede ser ese afán de registrarlo todo, de escribirlo todo, porque, ¿qué es la escritura sino una obsesión, un viaje desde adentro hacia afuera o hacia adentro, un mapa? ¿Y el resultado? Otro mapa.
En este caso, la idea de mapa se asocia con el viaje. El cuerpo en acción trasladándose de un lugar a otro. Cada uno de estos seis cuentos está relacionado con un viaje. Sus protagonistas —todas mujeres— están en un viaje, inician un viaje. Sólo en uno de ellos la geografía no cambia, pero quien narra habita un país extranjero. En todos los casos, el viaje es de otro tipo. No sólo se trata del traslado del cuerpo durante horas a una playa, a un casa en provincia, a una ciudad porteña o a un país del otro lado del mundo. La idea de viaje, la acción de viajar, va más allá de lo físico, digamos que envuelve la experiencia humana en esos tiempos suspendidos, «una especie de inmersión momentánea en un mundo lleno de atmósferas y, sobre todo, de sensaciones que pudieran llegar, incluso, a ser físicas. Que fuera un mundo en el cual pudieras llegar a oler, sentir y admirar los colores alrededor. Y que justamente compartieran tanto el viaje y el sueño, esta experiencia sensible del alrededor, por más enrarecido que pudiera estar y que compartiera a la vez un aire de familiaridad y que estuviera atado, cien por ciento, al mundo concreto.»
Más que trama, los cuentos elaboran atmósferas. No se puede contar una trama, no la hay. Son las sensaciones de sus protagonistas, sus momentos de mayor inmersión en esos viajes, los que nos van guiando en la lectura.
Sentada frente al ordenador con una pared rosada de fondo que contrasta con un suéter verde agua, sus rizos negros y un pañuelo verde a favor de la depenalización del aborto, Lilián me dice que a ella le encantan las novelas con trama porque «las suyas están muy disuletas». Y es así, que aquí guían más las emociones que los hechos. Las experiencias de las voces femeninas desde las que escribe.
Escribir desde una voz femenina no es un hecho azaroso, fue una decisión consciente e incluso «política». «Justo cuando empecé el primer taller del Fonca, yo traía un cuento escrito desde una voz masculina y Gabriela Damián Miravete —una de sus dos grandes maestras, compañera de generación en el Fonca— me hizo ver por qué hacemos esto las escritoras, por qué tenemos este afán. Tal parece que tenemos que demostrar que podemos ser escritoras universales al poder escribir desde una voz masculina. A la misma Inés Arredondo le pasaba lo mismo, decía «yo no quiero ser la mejor escritora, yo quiero ser el mejor escritor», o sea, no quiero que me consideren aparte, como si perteneciera a otra clasificación. Y creo que a muchas escritoras nos pasa eso, que no queremos ser encasilladas en lo que concebimos como un “nicho”, porque así se ha catalogado, que la literatura femenina es escritura de mujeres para mujeres, con personajes femeninos con los cuales puedan identificarse, eso lo vuelve una especie de subgénero muy de Sanborns y se le mira para abajo.
»Puedo entender que es una expresión incluso de inseguridad, que es inevitable, pero ahora milito muchísimo en que escribamos desde una voz femenina, porque he llegado a pensar que incluso es una especie de travestismo literario cuando —y lo diré así muy de frente— abro un libro escrito por una autora y encuentro una voz masculina y viceversa, de un escritor que de alguna manera quiere experimentar desde una voz femenina, es algo que me molesta profundamente. No es que sienta que debemos estar comprometidos con nuestro género en el caso de que nuestra identificación de género corresponda con el sexo asignado [no quiero entrar en esa discusión], no creo que tengamos la obligación ni mucho menos.»
Cuando le pregunto a Lilián sobre el por qué escribir desde una voz femenina, también me dice el impacto que le provocó una frase de la novela de Chris Kraus, I Love Dick (Semiotext, 1997. En español el libro se publicó con el título Amo a Dick en 2013, en traducción de Marcelo Cohen y bajo el sello Alpha Decay]: «lo que pasa entre las mujeres es lo más interesante del mundo porque es lo que está menos descrito». «Así que me parece que nosotras como escritoras tenemos un pozo insondable de experiencias femeninas que no han sido tocadas en la literatura y tampoco en el cine, la televisión […] me parece que no hay necesidad de adoptar una voz en la cual tengamos que impostar experiencias y tópicos, cuando nosotras mismas tenemos una serie de experiencias que merecen ser escritas.»
¿Cuándo empiezas a escribir y cuándo te asumes como escritora? Que son momentos muy distintos.
El libro lo empecé a escribir en 2010, gracias a la beca del Fonca de Jóvenes creadores en género Cuento. Así que básicamente ya eran diez años de estar trabajando el libro de manera un tanto obsesiva.
Y asumirme como escritora que, como bien dices, son procesos distintos, justamente para poder participar en el Fonca, hubo una especie de aceptación de mi parte de ser escritora y de, digamos, merecer ese reconocimiento. Que además el Fonca no tanto ahora, por muchas situaciones “extraliterarias”, pero ha sido una institución con mucho prestigio y muchos escritores, de alguna manera, anhelamos tener esa beca porque es un periodo excepcional de tu vida en el cual puedes dedicarte —dependiendo de las circunstancias de tu vida— un año entero a escribir y sobre todo, a escribir con acompañamiento de otros colegas. A mí lo que me sirvió muchísimo y me dejó las más grandes enseñanzas, fue haber conocido a mis compañeras de generación: Gabriela Damián Miravete y María José Gómez Castillo, ellas fueron mis verdaderas maestras en el Fonca. Éramos las únicas tres mujeres y de inmediato hubo una conexión más que amistosa, también literaria, había afinidades intelectuales y de todo tipo.
Asumirme escritora… desde que yo era niña supe que la escritura era lo mío y desde ese momento yo un poco me sentí escritora.
Me gustaría que me contaras un poco acerca del lugar desde el que te sitúas para escribir cada uno de los cuentos, pero también del lugar donde estás situando a tu protagonista, desde el lugar que observa. Me da la impresión de que observan desde un aislamiento en compañía.
Creo que todos los puntos de vista de los cuentos tienen algo del aislamiento desde el cual miran las protagonistas que es como un lugar muy íntimo del yo, donde todo lo demás es compañía, una compañía que no se puede incorporar, que no se puede interiorizar. También me gusta pensar, aunque no sé si está logrado del todo, que hay una especie de emplazamiento lateral de cada uno de las protagonistas que obviamente tienen una manera de ver y de absorber las cosas del mundo que no es necesariamente el lugar de todos y de todas. Ellas asumen que hay un misterio en las otras personas que nunca llegamos a conocerlas del todo y cuando las llegamos a conocer tanto, como en el caso de la pareja con la que llegas a convivir a niveles que a mí me parecen, en lo personal, extremos, hay una especie de monstruosidad en ese conocer tanto a los demás.
Así que sí, hay un resguardo de lo íntimo, de algo que sólo les pertenece a ellas y no necesariamente quieren compartir, pero a veces ocurre que no pueden, como la protagonista de este cuento porteño invernal, “El lado del mal”, en donde la protagonista se siente completamente desconectada del mundo. No puede establecer vínculos humanos. Así que padece también su soledad.
Justo relacionando esta idea de la soledad que cruza todos los cuentos, también —y creo que es lo más obvio—, está el viaje del que parte, o influye, el cómo construyes tu narración. En mi lectura, la idea del viaje la relaciono con varias cosas: con la construcción del pensamiento de la protagonista que está lejos de su lugar de origen, con la construcción de identidad que se hace al “estar afuera”, aunque dentro de sí misma, pero afuera geográficamente; y también con esta inseguridad que ahorita mencionas en las relaciones sociales.
Bueno, lo he dicho en otros lados y ya puede volverse lugar común, pero me parece que en el viaje hay un doble movimiento en el cual vamos hacia el afuera y hacia el interior. El viaje es centrífugo en el sentido de que nos lanzamos hacia afuera; y es centrípeto al hacer una especie de salto hacia nuestro interior en el cual podemos construirnos y mirarnos a nosotros mismos, justamente, en otro lugar, en una situación dislocada en la cual estamos lejos de todo lo que nos da seguridad y confort y, a la vez, nos vemos expuestos a situaciones en las cuales hay honduras a las que no teníamos acceso dentro de nosotras mismas. Por ejemplo, en el caso del segundo cuento [“Este adiós no maquilla un hasta luego”], esta chica que se ve asediada por este sujeto que se inmiscuye en su viaje y ella no encuentra la fuerza interior para sacárselo de encima. Y esa situación, digamos, tan excepcional y, a la vez, sumamente ridícula, la hace verse a sí misma con una nueva luz. Así que creo que es un descubrimiento.
Ayer estaba releyendo unas notas de un ensayo de Daniel Link, este escritor argentino, él tiene un ensayo sobre tipos de viaje en la literatura —que siempre tiene como protagonista a hombres; el viaje siempre ha sido en la literatura el “el gran tema”, pero es rara la vez que aparece la mujer como protagonista de ese viaje—, algo que él dice que a mí me gusta mucho es: «el viajero es aquél que vuelve para contar el viaje», es el que vuelve para elaborar la experiencia del viaje. Esa visión me gusta mucho porque, de alguna manera, implica que el viaje tuvo un término y que hubo un regreso, todo viaje implica un regreso, y en ese regreso hay una transformación por muy ínfima que sea.
Sobre esta idea del viaje que sí puede ser muy obvia, porque cada uno de tus cuentos se sitúa en un estado diferente de México o en un país diferente; también hay un momento en el último cuento donde dices que deseas detenerte [“Diario de Ámsterdam”] y de ahí justo se deriva el título del libro, entonces está la idea de que la escritura sucede dentro en tránsito, pero también como acabas de mencionar, al regreso, al detenerse.
Yo creo que ahí, el viaje, en primer lugar se parece un poco al sueño donde también hay una duración temporal, que tiene un final y precisamente por eso es un momento suspendido de tu vida cotidiana y eso ya implica una especie de escritura, aunque la escritura nunca se lleve a cabo. Creo que a todas y a todos nos pasa que cuando hacemos un viaje, de alguna manera, lo estamos documentando todo el tiempo y guardándolo. Estamos tratando de conservar la experiencia, sino es por un medio escrito, sí por medio de la imagen; incluso por la conservación del archivo —que es otro tema que a mí me interesa mucho—, guardamos desde los tickets del tren o del museo; de alguna manera son las pruebas documentales de que ese viaje existió. Me acuerdo de ese cuento de Borges donde despierta con la rosa, “soñé con la rosa y cuando desperté la tenía en la mano”. El objeto es la prueba física de que ese viaje existió y, de alguna manera, eso lo diferencia del sueño, porque en el viaje estuvieron nuestro cuerpos, lo experimentamos físicamente; el clima, las personas que conocimos que fueron fugaces, pero dejan su impronta.
Es una manera de asir la experiencia que, de alguna manera es inaprensible, no hay manera de conservar toda su potencia, siempre se va a degradar.
Me dices que el viaje es una especie de tiempo suspendido, pero también te refieres al sueño de la misma forma y en todos los cuentos está esta parte del sueño y la vigilia. Entonces, pienso que la idea de viaje es la lectura más superficial que se le puede hacer a los cuentos, más bien entonces pienso que hablan de los tiempos suspendidos, de la experiencia humana en esos tiempos suspendidos.
Justo ese era mi interés en cada cuento, que fuera una especie de inmersión momentánea en un mundo lleno de atmósfera y, sobre todo, de sensaciones que pudieran llegar, incluso, a ser físicas. Que fuera un mundo en el cual pudieras llegar a oler, sentir y admirar los colores alrededor. Y que justamente compartieran tanto el viaje y el sueño, esta experiencia sensible del alrededor, por más enrarecido que pudiera estar y que compartiera a la vez un aire de familiaridad y que estuviera atado cien por ciento al mundo concreto. Pero sí que esta atmósfera de lo raro se mantuviera y que a la vez todo sea reconocible. Que también eso pasa mucho en los sueños, que estamos en un mundo que nos parece sospechoso incluso, pero de alguna manera, antes de darnos cuenta que es un sueño, y como comparte tantos mecanismos con la realidad “real”, de primera instancia eso no nos permite descubrir que se trata de un mundo onírico. Así que, difuminar esa línea entre lo onírico y lo real era algo que quería recrear.
¿Quiénes son tus autoras de cabecera y quiénes fueron referente para estos relatos?
Obviamente Inés Arredondo, es una escritora que admiro muchísimo por su habilidad de tejer una escritura atmosférica con mucha belleza. Que incluso si la lees ahora, te puede parecer un poco cursi, pero en general siempre sales de sus historias con la sensación de haber entrado en ese mundo lleno de sensaciones. Y el otro referente aquí en México, claramente es Amparo Dávila, genia también de todo lo subterráneo, lo que tiene que ver con lo negativo, con el terror, la violencia, esas zonas oscuras de los humanos. Otra escritora que quise invocar en el cuento es Katherine Anne Porter.
Hay otras escritoras que adoro, como Marosaa Di Giorgio, la poeta uruguaya; Emily Dickinson, Margo Glantz, claramente. Específicamente cuentistas… una cuentista que en esta época es ineludible es Alice Munro. Lo que me fascina de ella es su completa devoción al género del cuento. Le da el lugar que mecer. Sus cuentos tienen una densidad muy parecida a una novela. Y, además, logra hacerlos muy redondos y eso me encanta.
Otra autora que yo quise invocar es a Françoise Sagan (Buenos días, tristeza), sobre todo en el cuento erótico de la playa [“Sexo en la playa”]. A mí las autoras jóvenes siempre me causan una admiración y sobre todo una envidia, como se dice en el último cuento [“Diario de Ámsterdam], de Ana Frank, que para mí fue formativa. Y Françoise Sagan escribió esa novela a los 18 años; además, tiene una densidad intelectual… Algo que me gusta mucho de esa novela es que es una novela con una trama. Algo que envidio, porque mis tramas están muy disueltas.
¿Qué tanto juegas con la autoficción?
Tengo una creencia de que la mejor literatura, la literatura que vale para mí —no es algo que vale para todos—, es la literatura que nace de la experiencia. En lo particular, me es difícil escribir sólo con el poder de la imaginación. Si no hay una especie de vivencia detrás de cada uno de los cuentos, me resulta difícil porque no me puedo situar en todas las implicaciones de la situación. Así que, de alguna manera, si bien muy deformado y con muchos elementos de la misma ficción, pero todos los cuentos tienen situaciones y vivencias en el centro que yo experimenté y que deformé por medio de la ficción para transformarlas en esa otra cosa que, finalmente, es literatura. Puede ser muy autobiográfica o puede tener una base real, pero al transformarla en lenguaje, de alguna manera, la desnaturalizas y te desprendes, y ya no tiene nada que ver contigo, se transforma en otra cosa.
Imagen de portada: Lilián López Camberos / © Janely Dorantes