Desde la intimidad familiar a la ficción y el legado político olvidado
Ciudad de México (N22/Huemanzin Rodríguez).-
La familia de León Trotski.
«Mi nombre actual es Esteban Volkov Bronstein. Originalmente mi nombre ruso era Zovolot, como era un nombre difícil de pronunciar en español, mi tutor, el licenciado Alfonso Zamora, que también fue el apoderado legal de mi abuelo y recibió el encargo de mi custodia, consideró que era más apropiado el nombre de Esteban y me rebautizó con ese nombre.»
Así se presenta, sonriente, Esteban Volkov. Es la Casa Museo León Trotski en Coyoacán, es 2018. Esteban nació el 7 de marzo de 1926, ahora tiene 94 años y se sabe poseedor de un fragmento de la Historia. Me muestra la habitación en donde dormía cuando llegó a México, después de años de huida. Sin pertenecer a ninguna parte, con un idioma y un apellido como mayores pertenencias en su maleta, en la casa de Coyoacán volvió a sentir a la familia. Aquí pasó poco tiempo con su abuelo León Trotski, pero lo que vivió lo definió.
«La peculiaridad de este lugar es que retrocedemos a ese momento de los años 1939/1940. Nuestra preocupación mayor ha sido conservar la autenticidad de este lugar. No hacer cosas agradables al público y los turistas, nada que les parezca bonito, sino que la gente que nos visite pueda retroceder en el tiempo y se sienta ese momento entre 1939-1940. Retroceder en el tiempo es la valía de este lugar.»
Es esta casa de Coyoacán, se ha escrito parte de la Historia de México.
Exactamente, aquí se escribieron páginas importantes de la Historia Universal y de la Historia de México. La primera, relativa al Derecho de Asilo, en donde México ha sido siempre admirado a nivel internacional por su generosidad, que con el general Cárdenas tuvo su mayor manifestación política. Y uno de los casos de mayor resonancia fue cuando Cárdenas le dio asilo a León Trotski, cuando todos los países del mundo le cerraron las puertas.
¿Vinieron aquí después de Oslo?
En parte sí, en parte no. Él salió de Rusia, fue expulsado en 1929, viajó a Turquía. Yo lo alcancé con mi madre dos años después, en enero de 1931. En Prinkipo [una isla también llamada Büyükada, a media hora en barco de Estambul] alcanzamos al abuelo. Mi madre se fue a Berlín para tratarse un problema de salud que tenía y posteriormente yo la alcancé en Berlín, pero fue breve, porque ella se quitó la vida por diferentes motivos… en fin. Fue en 1933, fecha en que Hitler ascendió al poder, entonces fui enviado a Viena, donde estuve dos años. Y de allá fui enviado a París donde me quedé con mi tío León Sedov y su compañera, que se llamaba Jeanne. Ahí sí me quedé hasta 1939, cuando mi abuelo ya en México, después de Noruega, tras algunas gestiones legales, pudo llevarme a México, porque mi tía Juana no quería dejarme partir. Llegué a México en agosto de 1939, un año antes del asesinato.
¿Qué recuerda del abuelo aquí en México?
El abuelo tuvo dos grandes directrices en su vida. Él admiraba a las ideas, consideraba que las ideas podían cambiar la historia, mover a la humanidad. Y así es. Y otro polo de atracción muy grande para él era el trabajo humano. Él admiraba en extremo el trabajo humano y sobre todo la clase que lo genera, la clase trabajadora. Y de ahí su filiación política, la clase trabajadora. Por eso su afiliación al marxismo. Siguió todos los preceptos del marxismo y participó en la Revolución Rusa junto con Lenin; y posteriormente, en la lucha contra la tiranía burocrática de Stalin. Lucha por la que, en este lugar, cayó asesinado el 21 de agosto de 1940 por un agente de la GPU (Directorio Político Unificado del Estado), el catalán llamado Ramón Mercader.
Le ha tocado ver cómo ha cambiado el mundo, en parte por las ideas de su abuelo.
Desde chamaco mi aprendizaje inicial fue la lucha de clases, que entonces entendía como esa gente gorda siempre con sombreros de copas y el obrero explotado. Posteriormente en Francia, viví el estalinismo, la persecución implacable, sangrienta de José Stalin. En nuestro alrededor fueron asesinados amigos, camaradas, gente cercana, el mismo hijo de León Trotski, León Sedov, murió envenenado en febrero de 1938. En una clínica llena de agentes soviéticos donde erróneamente su compañera lo había llevado. Y tras una operación de apendicitis de repente entró en un estado de coma y falleció.
Y sí, todo a nuestro alrededor, amistades, gente cercana a nosotros, fueron asesinadas. Imnas Reis, que era un admirador de Trotski, mandó una carta de denuncia a Stalin cuando los Procesos de Moscú, donde él se pronunciaba totalmente en desacuerdo con los métodos que estaba siguiendo el Partido Comunista Ruso, alejándose de los principios e ideales de la revolución. Eso le valió ser asesinado inmediatamente.
Y luego al catalán Andrés Pum, que no era trotskista, pero sí tenía cierta cercanía. Él había sido traductor de unas obras del abuelo, porque dominaba el ruso y fue asesinado también en España por la GPU. En París nos juntamos Imnas Reis, las hijas de quien había sido asesinado y las hijas de Andrés Nin, éramos un círculo de huérfanos por la mano asesina de Stalin.
Trotski, como Víctor Serge, llegaron y murieron en México. Son un par de personajes trasterrados no conocidos en Rusia, con ideas poderosas.
Todo se inscribe en lo que podemos llamar la lucha de clases, dependiendo de quiénes tengan el poder, se le da cobertura a ciertos personajes o los mantienen en la sombra. Actualmente, Rusia es un país capitalista, ¡ni modo que elogien a los revolucionarios! ¡Todo lo contrario!
¿Cómo recuerda haber vivido aquí?
Aquí había una gran familia, una especie de comunidad con mucha fraternidad. ¡Qué le puedo decir! Con mucha actividad y trabajo. El abuelo le daba mucha importancia a la educación, a los jóvenes, de hecho, todos los jóvenes que estaban aquí eran en su mayoría estadounidenses, no eran guardias, eran obreros, profesores que en su vida habían manejado una pistola. Aquí les enseñaron a disparar. Había trabajo de choferes, de guardias, de secretarios también. Y eran voluntarios, no percibían sueldo porque vivíamos en situaciones precarias, con mucha escasez. Siempre se compraba lo más barato en muebles y todo. Tanto así, que cuando Harper & Brothers le ofreció a Trotski hacer la biografía de Stalin, la aceptó por razones económicas. No le interesaba esa biografía, para nada, pero por la carencia que había en este lugar, consideró que era adecuado hacer esa obra para recabar recursos. Sin lugar a dudas, esa obra aceleró su asesinato.
Aquí está su biblioteca. Sólo tienen una pequeña parte de sus libros. Para él lo más valioso eran sus archivos [Esteban señala la ventana del atentando en el que participó el muralista David Alfaro Siqueiros, el 24 de mayo de 1940]. En esta casa podemos ver no solamente el ataque que hizo la célula donde participó Siqueiros, por ahí dispararon. Nos tuvimos que tirar al piso entre la cama y el muro. Ametrallaron la habitación donde dormía. Milagrosamente se salvó, gracias a que Natalia, su esposa y compañera, rápidamente lo tiró al suelo en el rincón más oscuro. Después de esto vinieron las bombas incendiarias para acabar con los dos armarios que estaban aquí. ¿A quién le interesaba quemar los archivos y los papeles de Trotski? Sólo a Stalin. Y tras de esto se arregló la venta a Harvard, para que estuvieran en un lugar seguro.
En esos archivos hay unas hojas en blanco con la firma de Lenin, que muestran la absoluta confianza que le tuvo a Trotski, que hasta le dejaba su firma en caso de que tuviera que dictar una medida urgente. Ahí estaba la rúbrica de él.
¿Tenemos ahora una mejor visión de Trotski?
En Rusia se borró toda su imagen y toda su literatura. Si no está totalmente borrada, está alterada y modificada por la gente de Stalin. El escritor Leonardo Padura dice que cuando quiso documentarse para escribir sobre el abuelo, sólo encontró dos libros: Trotski el renegado y Trotski el traidor. Las decenas de libros y los miles de artículos y apuntes de su obra casi no se conocen.
Para usted, ¿qué significa saberse parte de este linaje?
Más que nada soy un testigo histórico, yo viví todas esas páginas de asedio, de persecución monstruosa. Yo sentía la falsedad de las calumnias. Es importante restablecer la verdad histórica. Porque sin memoria no hay futuro. Independientemente de lo que ustedes piensen o crean, Trotski es un gran personaje de la Historia Rusa, de la Historia en México y de la Historia Universal.
El asesino y la ficción
Desde finales de los años noventa hubo un interés en particular por llenar los vacíos en la identidad de Ramón Mercader, el asesino de León Trotski. Ejemplo de ello es el documental Asaltar los cielos (Javier Rioyo y José Luis López Linares, 1996) hasta El Elegido (Antonio Chavarrías, 2016). Lo mismo ocurrió con varias publicaciones, como El grito de Torstky (Debate, 2006) del periodista José Ramón Garmabella (1945-2010), quien en su momento me señaló en una entrevista, que Mercader fue un hombre de varias personalidades que luchó contra Franco en el frente de Cataluña y en México terminó como protagonista de la nota roja por perforar el cráneo de León Trotski con un piolet:
«Desde el punto de vista literario, no digamos histórico, Ramón Mercader resulta una figura verdaderamente atrayente, yo diría incluso subyugante. Es un hombre rodeado de misterio, de incógnitas, de interrogaciones e incluso de leyendas y hasta de consejas.»
Frank Jackson, Jacques Mornard, Ramón Pablovich, son nombres de una misma persona que representan diferentes momentos de la vida de Ramón Mercader. En El grito de Trotsky, Garmabella no sólo investigó la vida de Mercader desde la guerra civil española hasta el asesinato del líder revolucionario, también en su vida posterior durante su condena en la extinta prisión de Lecumberri, su inmediato refugio en Cuba y su muerte como héroe en Rusia. Garmabella accedió al archivo policíaco, al expediente y estudio de personalidad de Mercader para conocer algo más del preso ideal del Palacio Negro, que, sostiene la publicación, asesinó a Trotski por convicción propia, el asesino solitario actuó por una causa personal tan sólida como contradictoria.
«Alfabetizó alrededor de 800 presos durante los veinte años que estuvo en la cárcel, no solamente organizó talleres de Lecumberri y Santa Marta Acatitla, él era un conocedor de la electricidad y la electrónica y hubo presos que él regeneró. No sólo les enseñó el oficio, cuando salían de la cárcel les daba fondos para que montaran un taller eléctrico.»
Diez años después de la publicación de El grito de Trotsky, apareció la novela El asesino obediente (Plaza y Janés, 2016) del periodista y escritor estadounidense John P. Davidson, quien se interesó en el punto de tensión entre el héroe y el villano, llevando casi a la neutralización a Ramón Mercader. En un principio el libro no iba a ser una novela, durante casi diez años, Davidson buscó información en diferentes fuentes vinculadas a Mercader y a personas importantes de su tiempo vinculadas a los hechos entre Europa y América, lo mismo André Breton que Marcel Duchamp, Diego Rivera, Frida Kahlo, que los líderes de la Cuarta Internacional o los espías soviéticos en el orbe. Cuando el editor de Davidson leyó el resultado, le dijo: «Mucho de lo que escribes parece ficción, ¿por qué no le das el tratamiento de novela?».
«México en ese tiempo era una de las ciudades más bellas en el mundo, fue un momento tan vibrante. Aquí llegaron los españoles que venían de la Guerra Civil, vinieron judíos, así como artistas de todo el mundo. La Ciudad de México es la ciudad surrealista. Es un tiempo excitante y un gran período en muchos sentidos. Y, por otro lado, en esa época México estaba lleno de espías», señaló Davidson en una entrevista realizada en 2016.
Para Davidson no fue difícil escribir una novela con ritmo de thriller, con una realidad que va más allá de la ficción, es así como dos personas en rol de personajes secundarios, Ramón Mercader —con sus alias—, y su novia Sylvia Ageloff, estadounidense trotskista, secretaria del revolucionario, voltean la balanza. Dos personas que en los pequeños detalles del mundo, tanto ciudades como pueblos, calles, hoteles, comida, vino y restaurantes, revelan las máscaras de Jacques Mornard (la falsa identidad de Ramón Mercader), el falso hijo de un aristócrata belga, identidad que termina por envolver a Mercader, “el asesino solitario”. Davidson ve en Mercader a un héroe trágico, que se pierde a sí mismo para poder cumplir su misión, una misión fiel a ideales falsos. Es a la vez, héroe y víctima de la propaganda.
«La tragedia de Mercader es mayor y más fuerte que la de Trotski, porque creía en la propaganda. Ahora mismo en el mundo, particularmente en Estados Unidos escuchas mucha propaganda. La gente se siente totalmente cómoda descansando en su vida política, Trump es un gran ejemplo de ello. Se debe tener mucho cuidado en lo que crees. No podemos creer sólo en lo que escuchamos.»
Casi de la mano de la novela El asesino obediente, apareció la película El elegido, producción mexicana-española con reparto internacional en donde, distante de Garmabella y cercano a Davidson y al documental Asaltar los cielos, Mercader fue un asesino solitario manipulado por agentes secretos soviéticos. En la cinta, el actor británico Julian Sands, famoso por películas como A room with a view (James Ivory, 1985), Almuerzo desnudo (David Cronenberg, 1991), o la serie televisiva Gotham; da vida a Kótov, el agente que inicia, guía y empuja al vacío a Mercader.
«Yo interpreto al espía ruso Kótov, quien encuentra a Mercader en Barcelona, lo prepara y lo entrena en Rusia, lo lleva a Bélgica, lo lleva a la Ciudad de México y lo integra en el círculo de Trotski, y le dice cuándo cometa el asesinato. Es una historia muy sólida, muy interesante. Es fascinante esta revisión de uno de los eventos icónicos más importantes del Siglo XX. Es un lugar común pensar que Trotsky es el bueno y Stalin es el malo, bueno, en el cine todos los rusos son malos… Pero mi personaje cree completamente en la pureza de esta misión, como millones de personas lo han pensado en su momento: “Trotski es un traidor a la revolución y por ello debe ser eliminado, porque dividió a la clase trabajadora”», declaración que hizo en una entrevista hecha en 2015.
El legado olvidado
Rainer Matos Franco escribió los libros Historia mínima de Rusia (El Colegio de México, 2017) y Limbos rojizos. La nostalgia por el socialismo en Rusia y el mundo poscomunista (El Colegio de México, 2018). Donde analiza cómo en un sector amplio de la sociedad rusa actual, se extrañan los tiempos autoritarios cuando todo parecía más equitativo que en la actualidad del libre mercado. Sin embargo, esa nostalgia no contempla las propuestas de Trotski. Matos Franco, internacionalista del Colmex, actualmente cursa un doctorado en San Petersburgo, desde allá comenta sus observaciones en torno al líder originalmente menchevique, después convertido en bolchevique.
¿Cómo es que Trotski llega a México?
Una vez exiliado tiene un largo peregrinar porque nadie quería saber nada ni hacerse cargo de él, siempre fue tratado como un sospechoso. Él llega a Turquía en 1929 y permanece hasta 1933, el gobierno de Mustafa Kemal Atatürk literalmente lo aísla. Le ponen vigilancia, no les gusta que esté ahí. Después llega a Francia y le pasa lo mismo. Viaja a Noruega y todo se repite. Y al final, en 1936, cuando todos lo había rechazado, el único país que le ofrece asilo es el México de Lázaro Cárdenas que, hay que decirlo, no tenía relaciones oficiales con la Unión Soviética desde 1927, cuando se expulsa de México a la delegación soviética. No hubo relaciones oficiales desde entonces hasta los años cuarenta, cuando en la guerra, México y la URSS fueron aliados. Así que fue el gobierno de Cárdenas, pragmático y brillante como era en su diplomacia, el que le ofreció asilo.
A la muerte de Lenin, Trotski tuvo la oportunidad de tomar el poder y no lo hizo. Nunca sabremos qué hubiera sido en el lugar de Stalin.
Lo que sí sabemos es cómo pensaba a posteriori, tenemos su autobiografía, tenemos el estudio que hizo sobre Stalin, tenemos el estudio que hizo sobre Lenin ya en el exilio. En México tenemos a un Trotski avejentado, que habla post facto, que sigue teorizando mucho sobre el socialismo, sobre la izquierda. En 1938 crea la Cuarta Internacional, que es algo mucho más simbólico y con una debilidad muy grande en contra de la Comintern. En su legado tiene al menos el famoso Partido Obrero de Unificación Marxista (el POUM español, que tiene una presencia trotskista muy grande, no todo el partido, pero parte de él). El legado de Trotski en la izquierda mundial es muy limitado.
Entre su obra que permanece, ¿crees que alguna sea vigente?
Quizá la que mejor ha llegado hasta ahora sea su Teoría de la Revolución Permanente (1930), que contrario a lo que mucha gente cree, no se trata de estar haciendo la revolución todo el tiempo, ni se trata tampoco de ir en contra de la teoría socialista en un solo país. No es eso. La revolución permanente es un concepto que Trotski escribe desde 1904, 1905 y se trata, sobre todo, de voltear a ver al mundo. Como el marxista que era, observó que en el mundo hay países capitalistas desarrollados y países no desarrollados, que ni siquiera tienen un desarrollo capitalista burgués. Países que ni siquiera están en ese nivel que supuestamente, como dijo Marx, su sociedad, su clase obrera puede tomar las riendas de ese Estado. Trotski voltea a ver las colonias. Durante el gobierno de transición tras la Revolución Rusa, Trotski estuvo en muchísimos barcos, hablando con mucha gente, estuvo en Canadá, estuvo en Estados Unidos, donde se entrevistó con muchos afroamericanos. Y empieza a teorizar, y sugiere que Marx tenía razón en muchas cosas, pero la realidad era más amplia.
El concepto de la revolución permanente trata específicamente de esto, esos países más “atrasados” para los marxistas, es donde la revolución tiene que ser más intensa que en países como Alemania o Inglaterra, donde sólo se espera que la clase obrera tome el poder. Es lo que el mismo Lenin puso en práctica en Rusia con el llamado comunismo de guerra de 1919-1920.
¿Se puede hablar de una tradición trotskista en la izquierda actual?
Aquí en Rusia Trotski es uno de tantos exiliados de cualquier ideología política, pero Rusia tiene un problema enorme con reconocer el aporte de sus exiliados, ya no digamos a sus teorías internacionales o teorías políticas generales, sino en reconocer lo que aportaron a Rusia. Desde luego está muy politizada la discusión, pero hoy en Rusia no hay una evaluación del legado de Trotski.
El segundo partido más votado en Rusia, desde hace 25 años, es el Partido Comunista, que se dice estalinista. Cada vez que se conmemora el aniversario luctuoso de Stalin, el 5 de marzo, van y le dejan flores al monumento de Stalin, y por definición ellos no pueden ser trotskistas. En realidad, aquí no hay un legado de Trotski, no hay una sola estatua a Trotski. Todavía hay estatuas de Stalin, hay muchísimas estatuas de Lenin, pero de Trotski, no. Es como si como a partir de 1929, cuando se le expulsó del país todo se olvidó. Pese a que uno de sus hijos, Serguéi, al que fusila la policía estalinista en 1937, sí fue rehabilitado en 1988, si mal no recuerdo, por el gobierno de Mijaíl Gorbachov, como víctima de las purgas de 1937. Pero León Trotski no ha sido rehabilitado, sin embargo, en 1989/1990 durante el Glásnost [“Transparencia” en ruso, fue una política que se llevó a cabo de la mano de la Perestroika entre 1985 hasta 1991], ya se permitió en la URSS distribuir sus libros, algo impensable todavía cuatro o cinco años atrás. Eso es lo más cercano que tenemos de una rehabilitación de la figura de Trotski en Rusia.
Sabemos que José Stalin fue un maestro del «fotoshop». Y al desterrar a Trotski, también lo borró de todo registro fotográfico y fílmico vinculado con Lenin y con él. Pero, ¿cuál fue el impacto de Trotski fuera de la URSS?
Tanto en la tradición de izquierda internacional, incluso en la tradición marxista del siglo XX, XXI, si es que existe aún, Trotski es esa figura minoritaria que aportó mucho y que, al mismo tiempo, está olvidada y poco evaluada. En México es distinto, hay mucho interés al respecto porque es donde murió. Además, en México hay murales donde León Trotski aparece pintado por Diego Rivera. Incluso en Estados Unidos hay murales que en algún momento estuvo Trotski. No hay una evaluación del trotskismo realmente considerable. En Argentina, me parece, hay un partido trotskista que de pronto gana votos, tiene representación parlamentaria y organizan muchas manifestaciones.
Esto no refleja la importancia que tuvo en su momento en el proceso posrevolucionario.
En lo absoluto. Te pongo una anécdota: en 1927, me parece, uno de sus más fieles colaboradores, que era Adolf Joffe —judío como él, admiraba mucho a Trotski, fue viceministro de exteriores cuando Trotski era ministro en 1918—, cuando Trotski es expulsado del Comité Central del Partido Comunista y es exiliado en Alma-Ata en Kazajstán, Joffe se suicida ese mismo año de 1927 porque él no concebía una Unión Soviética sin Trotski.
Yo he estudiado a muchos de los estudiantes que vinieron de todo el mundo a Rusia en los años veinte y treinta, aquellos que llegaron en los principios de los veinte sí lo escucharon y todos dicen que era un gran orador, que era un personaje que te dejaba perplejo. Después lees las descripciones de cuando conocían a Stalin, que era un señor con marcas en la piel de una voz pequeña, poco cautivador. Realmente Trotski fue una figura en todo el sentido de la palabra, que nos falta mucho por comprender.
Parece que el legado de Trotski se ha reducido a un sector más intelectual, no sólo de México. Ahí están Paul Auster o Susan Sontag que han hablado y escrito sobre él.
Lo que pasa es que sigue siendo muy polémico hablar de Trotski. Él, como nuestros héroes revolucionarios en México, fue un personaje que firmaba ejecuciones, cierto. Pero creo que Trotski tiene un plus, es una figura mucho más amplia en una tradición de izquierdas que siempre ha sido minoritaria. Como burócrata ruso fue ministro, fue fundador del Ejército Rojo, ese ejército no formado por soldados zaristas y sí por obreros y campesinos que expulsó a los blancos del país, el ejército que llevó la revolución a lugares como Siberia y el Cáucaso. Trotski sin ser militar, fue un genio militar, creó el Ejército Rojo que luego Stalin apadrinará y ya después, lo veremos contra los alemanes. Pero el fundador de eso fue Trotski.
En esa tradición de izquierda, en esa tradición rusa, en esa tradición intelectual de la que hablas, es un personaje menor y no creo que tenga que ser así. Lo que pasa es que también decirse trotskista estuvo un poco de moda entre las izquierdas que se decían estar en contra del movimiento soviético y en contra del estalinismo.
Pero como programa político, el trotskismo está completamente ausente, pese a que Stalin tomó algunas ideas del Trotski como desarrollar la industria en la URSS.
En México por obvias razones es reconocible. Ahí está su casa/museo, todo mundo sabe que se relacionó con Frida y que murió por un piolet, en un país que no tiene una tradición de alpinismo se sabe del piolet por el asesinato de Trotski.
¿Crees que ha pasado el tiempo suficiente para revisar su obra?
Aquí en Rusia por fortuna tenemos grandes investigadores jóvenes, como Alexander Resnik, que se ha dedicado a rescatar la figura de Trotski. ¿Cuáles fueron sus propuestas? ¿Cuál fue su oposición real en 1923/1924 cuando Stalin empieza a consolidarse en el poder? ¿Cuáles son las discusiones dentro del partido?
Creo que a ochenta años de su aniversario luctuoso es una buena oportunidad para preguntarse ¿quién fue Trotski?, ¿qué fue Trotski?, ¿cuál fue su aporte a la teoría, a la práctica?, ¿cuál fue su aporte a la Historia de Rusia y de México? Es una figura muy importante de la que nos falta mucho evaluar y nos falta mucho hablar.
Imagen de portada: Celda en donde estuvo León Trotski entre abril y junio de 1906. Fue el prisionero número 63 por su participación en el Sóviet de Trabajadores. Antigua prisión en la isla de Trubetzkoy. San Petersburgo, Rusia. Todas las imágenes: Huemanzin Rodríguez