En el marco del ciclo Grandes Maestros, organizado por Cultura UNAM, se desarrollará esta tarde un diálogo en torno a esta obra que fue seleccionada por los autores por las circunstancias que vive el personaje principal que está confinado
Ciudad de México (N22/Huemanzin Rodríguez).- El ciclo Grandes Maestros, organizado por la UNAM que reúne a la escritora y académica Margo Glantz y al escritor Mario Bellatin, discutirá el lunes 29 de junio en entorno a La casa de las bellas durmientes de Yusunari Kawabata (1899-1972), premio Nobel de Literatura en 1968. Esta novela corta, publicada originalmente en 1961 y traducida al español por primera vez en 1978, lo mismo ha inspirado otras obras literarias como Memoria de mis putas tristes de Gabriel García Márquez, así como seis películas que, entre 1968 y 2011, han adaptado o creado otra historia a partir de ésta.
La novela es una reflexión sobre la sexualidad y la muerte, el protagonista es un hombre de sesenta y siete años, de nombre Eguchi, quien pasa varias noches en un burdel para dormir con mujeres jóvenes que están narcotizadas. No tiene derecho a tocarlas, sólo puede dormir con ellas. Mario Bellatin dice que Margo Glantz y él escogieron esta novela por las circunstancias que vive el personaje que está confinado.
«En una casa a las afueras de la prefectura, una casa muy peculiar, hay un universo. Encontramos que hay dos encierros: por un lado, el confinamiento en la casa con un par de habitaciones; y por otro lado, el constante devenir de la memoria del personaje, por decirlo de alguna forma. Eguchi es una primera persona interior, que ya es mayor, pero está entrando a otra etapa de la vejez y se está haciendo pruebas de cómo será su vida futura. Estas reflexiones vienen a partir del encierro de su propia consciencia, donde va reconstruyendo un universo sumamente complejo e impresionante sobre la vida, la muerte, la juventud, la vejez. Lo que es muy atractivo es que en la novela hay muy pocos elementos. Es un libro que a mí me ha inspirado mucho, me ha ayudado a entender cómo a partir del silencio, de ese minimalismo extremo, se puede lograr algo universal. Es lo opuesto a la literatura barroca, a la literatura de grandes batallas como Guerra y paz de Tolstoi. Aquí es un libro corto, pequeño, cuya historia transcurre en cinco noches, en un espacio acotado.»
Kawabata, junto con otros colegas e intelectuales, participaron de un estilo conocido como Shinkankaku, interesado en la percepción de todo gracias a los sentidos. Los cinco sentidos están permanentemente presentes en las páginas de La casa de las bellas durmientes, ¿cómo percibes a los sentidos en este encierro?
Después del encierro político, Japón se abrió al mundo, Kawabata nace en este proceso. Es impresionante que, a finales del siglo XIX, Japón era una nación totalmente autárquica, cerrada, no había posibilidad de que ingresara ninguna idea que no fuera nacional y de pronto, ellos se encuentran con esta libertad, algo que nos va a suceder a nosotros cuando se acabe la cuarentena y querramos nuevamente tocarnos con el mundo.
Yo siento que eso no resuelto, que le ocurre a esos artistas, en la dualidad entre tradición y modernidad, que puede ser visto también como encierro y libertad; es que se empieza a evidenciar una serie de elementos que en otras realidades pasan inadvertidas.
Ahora, con el encierro actual, muchas cosas, asuntos y acciones de hace tres o cuatro meses, que ni siquiera las veíamos de tan ordinarias, ahora nos parecen de ensueño. Por tanto, este lugar distinto, este punto de vista, es reafirmar y reconstruir los pequeños detalles.
En el caso de este grupo de escritores a los que te refieres, todo el tiempo están en ese encuentro entre la tradición desarrollada por siglos y con el choque con Occidente. De esa mezcla surgen cosas sui géneris. Lo vemos en la obra de otro autor de la generación, Ensayo del elogio de la sombra de Junichiro Tanizaki, quien se pregunta: ¿qué hubiese sucedido si el cine o la escritura fueran creaciones del Japón? ¿Se hubiese visto de otra manera? Eso es lo que, en este caso, encontramos en la literatura de Kawabata y otros escritores y cineastas, porque también está presente en el cine de Yasujiro Ozu (1902-1963), la tan particular mixtura entre lo contemporáneo y lo clásico que produce un momento único e irrepetible.
Cuando Kawabata recibe el Premio Nobel de Literatura en 1968, ofrece un discurso en donde dice que ha buscado la belleza, la bondad y la verdad. Y en otra ocasión, dijo que un escritor necesariamente tiene que abrirle la puerta a los demonios. En La casa de las bellas durmientes ¿dónde están la belleza, la bondad, la verdad y los demonios?
En el pasar del tiempo, el punto donde se instaura, porque si la voz narrativa del texto fuese la voz de una persona más joven o mayor, no funciona. Eguchi es una especie de polizón, todavía no le corresponde ir a esa casa, él tiene una especie de curiosidad sobre un futuro. Después de la última noche, sabe que volverá ya no como polizón.
Un punto interesante es cómo se ve a la mujer cuando fue escrito y cómo lo es en la actualidad, porque son jóvenes que fueron narcotizadas para que pasen la noche con ancianos bajo reglas estrictas, no puede tocarlas ni tener un acto sexual, sólo dormir junto a la juventud y la belleza.
Pero me pongo a pensar que a esas mujeres jóvenes y virginales se les ha quitado la posibilidad de participar, ya que no las obligaron a dormir con ancianos, las obligaron a ser drogadas para que no vieran el mundo. Es como si se preservara el bien y la belleza, algo que Japón hizo con tanto énfasis por siglos, no ser “contaminado” por el mundo externo, pues todo lo malo venía de afuera. Las religiones en Japón no están basadas en la culpa, si no en la idea del bien y mal, entre externo y adentro, entre la traición y el honor. Me gustaría imaginar una versión de esta novela sin que las jóvenes sean inmaculadas.
Y los demonios creo que tienen que ver con el horror de descubrir que el cuerpo se deteriora, la destrucción, la imposibilidad y la nostalgia que queda. El protagonista quiere adelantarse a esa aura o estela.
Claro que también está el horror, muy elegantemente escrito, pero eso no lo contamos para no arruinarles el libro a quienes aún no lo han leído.
De las muchas traducciones al español que tiene la novela, para ti ¿cuáles recomiendas?
Yo la leí en la primera ronda de esas traducciones de los años sesenta, que no son traducciones directas del japonés, venían de traducciones de otros idiomas occidentales y de ahí al español. Sin embargo, tiene unan riqueza mayor a otras recientes que han hecho al “madrileño”, que de alguna manera quiebran esa pureza y esos silencios que me interesan muchísimo. Esas traducciones no me permiten llegar a Kawabata. Yo creo que la traducción de la lengua japonesa pasa por una delicadeza muy grande, un traductor del japonés tiene que ser muy riguroso, más que alguien que traduce de una lengua occidental a otra occidental.
Yo recomendaría, de las últimas traducciones de obras de Kawabata, el trabajo de las ediciones argentinas, de Sergio Matonni, Amalia Sato, las editadas por Emecé que son impecables.
En la obra de Kawabata así como los sentidos tienen una presencia constante, también está la poesía, tiene frases que tal vez podrían ser un haikú.
Durante los años que Japón se mantuvo cerrado, no existió la individualidad occidental frente a las obras. Quien hacía un haikú tenía un maestro y un discípulo de haikú. Lo mismo pasaba en las otras artes, quien pintaba el monte Fuji, lo pintaba idéntico y aquello mínimo que se escapaba, era su marca. Quienes escribieron haikús no eran como pensamos nosotros a los poetas occidentales, que se inspiran, no, formaba parte de una tradición de muchos siglos atrás y adelante. Cuando leemos un haikú estamos frente la depuración colectiva de distintas escuelas.
Como te mencionaba, un rasgo evidente de los escritores de la generación de Kawabata, es la pelea, el conflicto entre Oriente y Occidente —un conflicto que también tenemos en América Latina—, y entre la modernidad y la tradición. Si analizamos obras de Yukio Mishima, Kōbō Abe, Kenzaburo Oé, siempre está presenta la tradición y la modernidad. Les toca la Segunda Guerra Mundial y la destrucción de un país. Después de la bomba atómica en Hiroshima y Nagasaki nada es igual. Eso es muy evidente en la danza butoh, no es sólo una persona que se embarra, se rapa y baila con un vestido de novia, no, es su vida, es ver cómo un titiritero y su familia no existen más frente uno de los más grandes horrores del siglo XX. Eso marca y presenta nuevas formas y recupera la tradición.
Como el haiku no era un acto individual, y se iba decantando, creo que es una de las bases de algo mucho más grande que impacta en las artes japonesas. No es algo de todo Oriente, ya que en China y otros países de la región, la tradición poética es diferente.
Cuando hablas de ese momento en que Japón “abre la puerta”, es un proceso largo desde el siglo XIX. Natsume Soseki nace en 1867, estudió Letras Inglesas y toma la cátedra de literatura inglesa vacante en la Universidad Imperial que fuera de Lafcadio Hern (escritor británico que dio a conocer la cultura Oriental en Occidente). Unos pocos años después de Soseki, nace Junichiro Tanizaki, quien es trece años mayor que Kawabata (que también estudió letras inglesas), quien a su vez, es poco más de veinte años mayor que Abe y Mishima. En los extremos de ese lapso, Japón primero es obligado a firmar un acuerdo comercial rodeado por buques de guerra estadounidenses, y luego tras la derrota de la guerra, se abre a Occidente con resistencia. Este proceso, ¿cómo lees a la literatura japonesa?
Cuando empieza el desconfinamiento a finales del siglo XIX hay una ebullición de “ser libre”, y se asimila muchísimo de la literatura occidental. Y eso enriquece a las letras japonesas. Hay demasiados títulos maravillosos, pocas literaturas tienen a tantos autores y tantas obras maravillosas en ese lapso. Claro que hay grandes obras en la historia de Japón, ahí está Genji Monogatari (escrita cerca del año 1000 por Murasaki Shikibu), pero entre una gran obra y otra pueden pasar siglos. Y entre el siglo XIX y el XX hay una eclosión de grandes obras en Japón.
Yanusari Kawabata, Kōbō Abe, Yukio Mishima o de Kenzaburo Oé —de quien recientemente la editorial Sexto Piso ha publicado La madre, una de sus últimas obras en una traducción impecable—, son algunos de los más visibles de un momento literario muy grande de las letras del mundo.
Por eso el que Haruki Murakami ocupe los espacios que hoy tiene, me parece un truco de marketing, porque detrás de él, pero no muy detrás, ¡atrasito de él, sólo diez años antes, hay genios de la narrativa que están totalmente ocultos para el lector! No tengo nada en contra de Murakami, pero no tiene la genialidad de Kawabata, Abe, Mishima u Oé.
El ciclo Grandes Maestros, de la UNAM, en donde Mario Bellatin y Margo Glantz han discutido en torno a obras como Memorias de Giacomo Casanova o Robinson Crusoe de William Defoe; tiene el 29 de junio su penúltimo encuentro transmitido en línea por el canal de Youtube “Cultura en directo”, con la sesión en torno a la novela La casa de las bellas durmientes de Yasunari Kawabata a las 17:30 horas. Y el miércoles cierran el ciclo con una conversación sobre la novela Salón de belleza, de Bellatin.