En 2017 el colectivo La Liga Tensa se hizo esta pregunta:¿qué sucede con el cuerpo en la protesta colectiva? Después del 8M, recuperamos ese trabajo cuyas reflexiones siguen siendo pertinentes
Ciudad de México (N22/Ana León).- ¿Cómo entender las movilizaciones colectivas a través de la coreografía? Si la manifestación es movimiento, la reunión de cuerpos, y la relación entre lo individual y lo colectivo en un espacio determinado y el lenguaje coreográfico sienta sus bases en estas instancias, parece lógico pensar que ésta es una herramienta capaz de analizar lo que se gesta en una manifestación para recorrer sus fronteras –las de la coreografía– de la estética a la investigación: «pensar coreográficamente fenómenos que no son estrictamente dancísticos», enuncian los integrantes de La Liga Tensa (Juan Francisco Maldonado, Nadia Lartigue, Lucía Naser y Esthel Vogrig) es lanzarse «a estudiar en términos sociales la coreografía y viceversa», explican en la exposición Es enorme y se mueve como el gas. Una mirada coreográfica a las movilizaciones colectivas, en tuvo lugar en Casa del Lago, en 2017.
El ejercicio expositivo hace de la coreografía una lente de aumento para observar la manifestación, la protesta, la marcha y la ocupación del espacio, no con el afán de entenderlas sino para desestigmatizarlas, para pensar lo que significa poner el cuerpo en el terreno público por una meta común, «para estudiar sus lógicas de planificación y de acontecimiento, intentar pensar coordenadas como tiempo, espacio, cuerpos y relaciones». A las movilizaciones colectivas suele asociárselas al malestar de unos que entorpece la cotidianidad de otros, pero es ahí, desde esa visión unilateral, que suele desvirtuarse su lectura. Hace falta entonces, en las palabras de Tiqqun tomadas por Eugenio Tisselli Vélez en Con/Dolerse (2015), «una conspiración de los cuerpos. No una de mentes críticas, sino de corporalidades críticas».
La Liga Tensa construye una cartografía de los cuerpos involucrados en diferentes movimientos, de su acción y de su represión, en algunos casos. El primer punto marcado en este mapa se sitúa en noviembre de 2014, el día 20, cuando miles de habitantes de la Ciudad de México salieron a las calles para protestar contra la negligente acción del gobierno frente a la desaparición forzada de los 43 normalistas de Ayotzinapa. El momento más álgido de aquella protesta fue cuando, en la plancha del Zócalo, ardió una enorme figura de Enrique Peña Nieto, justo enfrente del Palacio Nacional. Poco tiempo después, el cuerpo de granaderos dispersó aquella concentración. A los diagramas de flujo del contingente los acompaña un video en el que se ven fragmentos de la manifestación, el canto de consignas y una serie de entrenamientos de la policía para desarticular movilizaciones. A partir de aquí, el análisis se desglosa en cinco ejes: «Organización», «Percepción2, «Situación», «Líneas de fuerza» y «Tensión»; se presenta una serie de fotos de movilizaciones en América Latina y un decálogo de afirmaciones sobre las protestas.
Movilizarse es hacer preguntas, es cuestionar o, en palabras de Amador Fernández-Savater, «no delegar las capacidades políticas, de pensamiento, de acción, de duda, de vínculo, es pasar de la ideología como motor político al afecto como motor político». Esa parte de la realidad que nos interpela, que nos afecta, que nos toca, hace que cualquiera, sin pensar en la ideología o lo político, se lance a la calle, se ponga en movimiento. El registro de estos gestos en el espacio público es analizado por el colectivo en una pantalla fragmentada en nueve ventanas que, de la forma que se divide un escenario en la configuración de una coreografía, agrupa aquellas acciones y gestos que persisten en las movilizaciones: ser apresado, bailar, tocar, correr, marchar, empujar, formar un círculo, lanzar, estar y hablar con la policía. Todos estos movimientos como parte de una gran coreografía colectiva que si atendemos a la frase de André Lepecki –«la coreografía es un recuerdo incrustado en otro cuerpo, el pasado encajado en el presente»–, es un ejercicio de memoria colectiva cuyo músculo se ejercita en la acción, se entrena saliendo a las calles, marchando, no delegando nuestras capacidades: «el pueblo democrático en su más fiel representación», señala Jacques Rancière, «no elige representantes, se representa a sí mismo».
Es enorme y se mueve como el gas. Una mirada coreográfica a las movilizaciones colectivas (2017) es una investigación en curso –en paralelo se realizaron ocho activaciones con diferentes colectivos– que desde su inauguración, se ha visto desbordado por la realidad. A lo que albergan sus muros –los gestos de la comunidad afroamericana víctima de la segregación racial en el sur de Estados Unidos en los años sesenta; la acción antifeminicidio de la Fuerza Artística de Choque Comunicativo en Buenos Aires este año; los actos de protesta ante la crisis del sida y la falta de acción del gobierno en Nueva York, en 1987 y París, en 1989; y la Alternativa Naranja, el movimiento anarco-postsurrealista polaco nacido después del golpe militar en Polonia en la ciudad de Breslavia– se suman la manifestación del 17 de septiembre por el asesinato de Mara Castilla y la organización ciudadana tras el sismo del 19 de septiembre, en respuesta a la tardía o nula acción del gobierno para hacer frente a la crisis. Podría incorporarse también la represión del pueblo catalán para impedir el referéndum de independencia de Cataluña el 1 de octubre.
En un tiempo en el que, volviendo a Fernández-Savater, hay un desplome de las coordenadas clásicas de la izquierda y la derecha, se precisa empezar a crear unas nuevas desde la horizontalidad, desde la organización colectiva, aprender a pensar el mundo de otra forma, a movernos políticamente de otra manera, no desde el deseo de poder sino desde la formación de una gran sociedad o, como apunta Rancière, del poder de lo común. «Exponer el cuerpo en favor de una meta colectiva», señala La Liga Tensa. En este ejercicio la coreografía funciona como un nuevo marco para pensar la realidad y esbozar pistas del camino a seguir.
*Este texto apareció originalmente en la revista La Tempestad en octubre de 2017.
Imagen de portada: Santiago Arau