El artista franco-venezolano murió este fin de semana. Su trabajo pregonó que el color está en el espacio que nos rodea, sólo hay que saber verlo
Ciudad de México (N22/Ana León).- Su última morada fue París, donde murió a los 95 años el sábado 27 de julio. Recordado por sus hijos, nietos y bisnietos por ser un padre amoroso y alegre, por sus enseñanzas y por sus colores, el artista franco-venezolano, Carlos Cruz-Diez, fue y es un referente del arte cinético.
Estudioso de los efectos del color en los espacios, de sus efectos ópticos y de la forma en la que éstos se transforman con el tiempo, su obra abrazó diferentes espacios, los llenó, se derramó en ellos. En su práctica, «el color depende del movimiento del espectador frente a la obra y conlleva una experiencia participativa.»
El punto de partida de su fascinación por el color nos lleva a su infancia, a la fábrica de botellas que montó su padre. Pero no fue sino hasta mucho tiempo después que éste formaría parte medular de sus exploraciones artísticas donde se inició con la pintura social, con viñetas en diarios y en libros para niños. Su conversión a la abstracción se dio en 1954. Pero la transformación definitiva vino en 1960 junto con su mudanza a París y se postergó durante toda su vida profesional.
Su exploraciones y reflexiones lo llevaron a entender el color como una realidad autónoma en eterna mutación, mismas reflexiones que vertió en el libro Reflexión sobre el color (1989). Pero sus exploraciones no se detuvieron allí, pues para él, el color es dueño de una inestabilidad propia ya que «no es un pigmento adherido a una superficie sólida sino a una situación resultante tanto de la proyección de la luz en los objetos, como del modo en que dicha luz es procesada por el ojo humano», como se explicó en el texto de su retrospectiva en 2012 en el Museo Universitario Arte Contemporáneo. Aún una de sus piezas se puede ver ahí desde entonces: una serie de láminas de colores que flotan sobre las escaleras que llevan al auditorio y recibe al espectador.
Nació en 1923, y cuando cumpliño 73 años, en 1996, se inició la construcción del Museo Carlos Cruz-Diez en su natal Caracas, luego, en 2005, su familia crea la Cruz-Diez Art Foundation. Luego de más de cuarenta años de radicar en París, obtiene la ciudadanía francesa en 2008. En 2014 escribe otro libro, Vivir en arte: recuerdos de lo que me acuerdo, una biografía de su infancia en Venezuela en los años treintas y cuarentas, su paso por la Escuela de Artes Plásticas, su vida en París y la idea que guió su vida personal y profesional:
«El arte y la vida no se pueden separar porque son una y la misma cosa.»