Una invitación a redescubrir y resignificar la ciudad a través de la obra del arquitecto español nacionalizado mexicano, Félix Candela
Ciudad de México (N22/Ana León).- Félix Candela fue un arquitecto español nacionalizado mexicano. Tuvo algo así como tres vidas, nos dice Juan Ignacio “Dino” del Cueto, el arquitecto a cargo de este recorrido llamado Ruta Candela, parte del Festival Mextrópoli.
El camión está a tope. A mi lado se sienta uno de los ingenieros parte del equipo de SOM: Arte+Ingeniería+Arquitectura que, como parte del Festival, también, exponen en el Antiguo Colegio de San Ildefonso sus proyectos más icónicos, entre ellos, el proyecto del Burj Khalifa, el edificio más alto de Dubai. Noto entonces que detrás están Bill Baker y Mark Sarkisian, fundadores de este estudio y también ponentes del festival. Impresionante.
Inicia el trayecto. “Dino”, como le llaman los conocidos que lo acompañan, nos da el itinerario del recorrido, son 25 los proyectos que aparecen en el mapa que nos han dado donde se ve la huella de Candela, tan sólo en la Ciudad de México, pero nosotros sólo visitaremos cinco. La primera parada es Xochimilco, el restaurante Los Manantiales, la flor (de concreto) de este barrio sureño que aunque es Patrimonio de la Humanidad (1987), está en plena decadencia: golpeado por los sismos del 2017 y por la poca atención de las autoridades locales.
El restaurante está abierto. Sólo los domingos es así. Desde afuera parece un lugar abandonado, pero aquí se baila danzón. Un mural de mosaico veneciano explica la historia de esta zona chinampera y la llegada de la serpenteante estructura de Candela. Una cabaña en llamas y luego la llegada del restaurante.
Antes de seguir, es necesario decir que Félix Candela fue un genio en la domesticación de las formas, en el uso y manejo del paraboloide hiperbólico en estructuras laminares de hormigón armado y Los Manantiales es el mejor ejemplo de cascarón de borde libre, de una bóveda por aristas de ocho gajos. Estamos dentro de esta flor de ocho pétalos que flota sobre el canal de Xochimilco, que por cierto, ha bajado tres metros de nivel.
Subimos al techo, obvio porque es parte del recorrido. Normalmente no se puede hacer eso. Desde arriba terminamos de entender el capricho de estas formas. Es una pena que esta obra esté en tan malas condiciones y casi en el abandono.
Abajo, Juan Ignacio, que es especialista en Candela, nos cuenta mucho de la vida de este arquitecto que durante la guerra civil española aprendió mucho de las técnicas de tapiado en alicate; formó parte del Ejército Popular Republicano como capitán de ingenieros. También nos dice que su práctica está definida por tres ejes: economía, lógica estructural y eficiencia.
Salimos de ahí y de camino al autobús, miramos casi de pasada lo que queda del restaurante Las Flores, donde también se ve la mano de Candela. Un espacio en ruinas en donde se ocupó la estructura de paraguas en el techo, que ahora se puede ver en muchas gasolineras porque es muy barata su implementación.
Desde este barrio sureño nos trasladamos a la colonia Narvarte, en Matías Romero e Ixcateopan está la iglesia de la Virgen Milagrosa. El grupo hace algunas fotos en contra esquina a la iglesia y una mujer en auto se detiene a preguntarnos qué fotografíamos. Al unísono contestamos: la iglesia. Una de las cosas que me gusta de la Ciudad de México es que permite a sus habitantes ser turistas. Un domingo cualquiera sales a caminarla y descubres que hay muchos sitios en los que no habías estado aunque lleves viviendo toda la vida aquí. Se puede entonces redescubrir la ciudad.
Desde afuera nuestro guía dice que Candela alguna vez comentó que la máxima oportunidad de un arquitecto era construir una iglesia. De los 25 proyectos que veo en el mapa, ocho son iglesias. La de Palmira, en Morelos, fue la primera en dónde empleó la bóveda por aristas, pero fue el Pabellón de rayos cósmicos en Ciudad Universitaria, donde aplicó en el techo el paraboloide hiperbólico.
Entramos cazando el momento entre misas. Es domingo y el horario entre una y otra no da descanso. La feligresía espera el inicio de la siguiente sesión con puntualidad. Caminamos entre bancas y feligreses. Aprovechando un breve instante, Juan Ignacio nos menciona a Gaudí en relación con las formas de Candela. Ese dato me deja fría. He admirado el trabajo de Gaudí pero nunca lo había relacionado con Candela. Miro hacia arriba y veo la ondulación del techo en este espacio sacro, el fuste de las columnas, su remate en el piso. Lo orgánico en el diseño de las lámparas y en las escaleras. Puede sonar ingenuo, pero es un descubrimiento para mí y pienso que de eso se trata.
La siguiente parada es el Altillo (la iglesia de Nuestra Señora de la Soledad), una iglesia sobre avenida Universidad esquina con Francisco Sosa, que por dentro parece un pueblito. Conserva la parte de hacienda que fue antes, pero la iglesia es un diseño de siglo XX. La parte más baja recibe al visitante y el punto más alto remata en un jardín y aunque se pensó que las paredes fueran de cristal, el espacio se cerró con un vitral de Kytzia Hoffman por consejo de Luis Barragán, ya que es un espacio de recogimiento, de culto. La influencia de Barragán se ve también en la capilla donde están las catacumbas, que no forman parte del proyecto original de esta iglesia diseñada por Enrique de la Mora y cuyo techo estuvo a cargo de Candela. De la Mora colaboró muy cercanamente con Candela, y viceversa.
Estamos por terminar. De ahí caminamos unas cuantas calles dentro de Coyoacán para llegar a la iglesia de San Vicente de Paul que está dentro de un asilo para ancianas. La parte de habitación también es un proyecto de De la Mora, pero la iglesia vuelve a ser una colaboración con Candela. Algunas ventanas de los vitrales que franquean el espacio para orar, antes a la altura del piso, se han cambiado debido a las necesidades de las monjas en clausura que ocupan este espacio. Igual ha pasado con las lámparas que tampoco responden al diseño original. Aquí, contrario a las dos iglesias anteriores la narrativa de las formas cambia. La entrada es un espacio pequeño, cerrado donde se encuentran los confesionarios. Y nuestro guía nos lo dice así: el arquitecto no nos cuenta toda la historia desde el principio. Es hasta que unas puertas de madera se abren que se triplica la escala, el techo se eleva y el espacio se respira.
La última parada: el mercado de Coyoacán. Tantas visitas a este espacio sin saber que la estructura de paraguas que sostiene el techo es también obra de Candela. Basta con mirar hacia arriba para descubrirlas.
El recorrido es una invitación a redescubrir esta ciudad y reconocernos en ella.
Imagen de portada: Festival Mextrópoli.
Imágenes: © Ana León