El sábado cientos de mujeres, hombres, niñas, niños, padres, madres, hermanas, amigos, estuvieron en la calle una vez más cuestionando a un sistema que ha fallado, pero también manifestándose contra la indiferencia
Ciudad de México (N22/Ana León).- Salimos a marchar, una vez más, y me pregunto: ¿cuántas veces será necesario tomar la calle para exigir seguridad, respeto, libre tránsito, que no nos maten? ¿Desde dónde y cómo tendremos o tendríamos que hablar para que nuestras demandas sean eso, demandas sustentadas en el derecho que cualquiera tiene de pedir se cumpla a cabalidad su derecho humano a “la vida, la libertad y la seguridad personal”?
Así que se camina, se gritan consignas y se espera que pase algo, que algo cambie, que las cifras estén a nuestro favor, y no sólo a nuestro favor hablando de cuántas mujeres desaparecen o se matan al año en la Ciudad de México, en el país, a nuestro favor como seres humanos, que esos 30 mil 499 casos de personas desaparecidas, que se tenían contabilizados en 2016, no aumenten.
Cientos avanzan sobre la calle esperando provocar algo en los otros tantos que miran desde la banqueta o los comercios. O tal vez no. ¿Siempre seremos tan pocos? Me preguntan. En una ciudad de millones de habitantes, ¿sólo éstos salen a marchar? Las marchas molestan, incomodan, hacen roncha, ¿por qué seguimos saliendo? ¿Habrá en algún momento otra manera de reclamar, de que la gente sea escuchada, de ir contra la indiferencia?
Luego de que en redes sociales se compartieran historias de chicas que habían sido agredidas o que habían logrado evitar un secuestro en estaciones del Metro de la Ciudad de México o en lugares cercanos a éstas, en las mismas redes sociales se organizó la marcha que a las 3 de la tarde del sábado 2 de febrero partió del Monumento a la Madre con dirección al Zócalo. Un distintivo morado se pidió llevar.
Nos apresuramos porque no alcanzamos la marcha desde su salida y mientras tanto hablamos de si la violencia de género es una cuestión cultural, de cómo, hasta dónde, quién pone el límite; de que sí, el acoso está tipificado, es un delito que se castiga con prisión o multa, pero tiene que ser un acto persistente, reiterado, insistente. Y ¿qué sucede entonces con las agresiones en el transporte, cuando te tocan una nalga, te gritan “piropos” u obscenidades? ¿Y cuando el cuerpo de otro invade tu espacio vital? ¿Eso cómo se controla?
Pienso entonces que de alguna forma sí es algo cultural, que el respeto al otro, sea hombre, mujer, niño, niña, simplemente, “el otro”, se mama. Que en este “manicomio planetario”, eso, el respeto, es una manera de estar en el mundo y nada tiene que ver con el género.
Se camina por Reforma, se da vuelta en “El caballito” (de Carbajal), caminamos por Juárez hasta Eje Central y entramos por 5 de mayo para desembocar en la plancha del Zócalo. En el templete se dan varios testimonios, se narran historias realmente desgarradoras que en su mayoría han sucedido en la periferia, de mujeres que no han regresado a casa y a quienes sus hijos esperan. De madres que nunca dejarán de buscar a sus hijas. Y así un testimonio tras otro. ¿Y luego, después de marchar, qué pasa? Regresamos a casa, a la vida diaria y a las mujeres las siguen desapareciendo y los feminicidios siguen ocurriendo, y seguimos pensando cómo cuidarnos y qué hacer en caso de que nos pase. Y seguimos pensando, también, qué hacer con tanta indiferencia.
Imágenes: © Ana León