La historia de como el osito de peluche se volvió tan famoso

Redacción/CDMX

La historia comienza en noviembre de 1902, cuando el entonces presidente de los Estados Unidos de América, Theodore Roosevelt realizó un viaje de caza en Mississippi con un objetivo fijo: capturar un oso negro.

Después de recorrer la maleza durante varios días, sus compañeros de caza acorralaron a un viejo oso herido y lo ataron a un sauce.

Aunque esta era la oportunidad del presidente, este horrorizado se negó argumentando que esto era indecoroso, un hombre de honor no debería matar a una criatura así de vulnerable por lo que ordenó que el oso fuera sacrificado.

Esta muestra de misericordia pronto se convertiría en noticia.

La prensa estadounidense publicó caricaturas mofándose de la situación contada, pero para Morris Michtom propietario de una tienda de dulces de Brooklyn los dibujos del pequeño oso no eran más que una oportunidad de marketing.

Le pidió a su esposa Rose que le cosiera una versión en peluche; ese prototipo se vendió como pan caliente poco después de ser exhibido, se fabricaron más, pero la demanda era tanta que terminaron haciendo una producción en fabrica en 1903.

Michtom llamo a su nueva adquisición “ositos de peluche”, en honor al presidente, para finales de 1906, el nombre se modifico a “oso de peluche”.

El presidente Roosevelt no soportaba el apodo “Teddy” (una vez lo había llamado una «impertinencia escandalosa») sin embargo sí utilizo al peluche como mascota en su campaña de reelección, lo que impulso al animal a una fama mucho mayor.

Pero como en todo historia no todos pueden estar conformes, algunos comentaristas sociales veían estos peluches como algo negativo, se creía que con ellos la preferencia de algunas niñas iba a cambiar dejando de lado las ganas de tener muñecas, reemplazando así su impulso femenino de criar bebes lo que llevaría a tener matrimonios sin hijos.

Fue en 1907, cuando el reverendo Michael G. Esper de Michigan advirtió a su congregación: “La moda pasajera de suplantar las viejas y buenas muñecas de nuestra infancia por la horrible monstruosidad conocida como osito de peluche conduciría a una caída de las tasas de natalidad”.

Aunque el tema había movido las ideas del país la mayor parte no compartía esta paranoia; unos días después del discurso del reverendo, un diario estadounidense publicó un artículo en el que una mujer refutó la idea, aclarando que el osito es una moda pasajera y que no cree que sea perjudicial que los niños jueguen con ellos.

Según Gary Cross, historiador de la Universidad Estatal de Pensilvania, la nación parecía estar de acuerdo con la idea del peluche ya que mostraba una “visión más tolerante y permisiva de la infancia”. También creía que “mostraba una mayor disposición en dejar que los niños siguieran siendo niños durante un período de tiempo más largo.

En las siguientes décadas, los osos se volvieron una fuente de consuelo en tiempos turbulentos, para gente de todas las edades. Los mismos soldados llevaron estos peluches en sus mochilas durante las dos guerras mundiales.

Los osos se refugiaron en un hábitat en la literatura y la cultura pop.

En 1921, el autor inglés AA Milnele dio a su hijo de un año un amigo peludo que terminaría por convertirse en el más famoso del mundo. ¿La razón? Cobró vida, después de que el Milne escribiera la serie Winnie the Pooh,

Ya ha pasado más de un siglo desde el debut de este fenómeno y los coleccionistas han entrado también en este mundo; en 2022 un oso Steiff de 1906 se vendió por 10 500 libras, cifra que ni siquiera se acerca al vendido con la marca Louis Vuitton vendido en el 2000 por 182, 550 dólares que mantiene el récord mundial Guinness por la venta de un oso de peluche.

La empresa (Ideal Toy Company) que los Michtom fundaron en 1903, llegó a ser en su momento el mayor fabricante de muñecos de EE.UU. con la intención de conmemorar el cumpleaños 60 del oso en 1963 el heredero de esta empresa, Benjamín, le regalo un peluche original al nieto de Roosevelt, Kermit.

Su intención era donarlo al Smithsonian, solo que sus hijos no lo permitían: “No querían separarse de él todavía”, confesó su esposa, Belle Roosevelt, tiempo después terminaron por ceder y el juguete finalmente llego al Museo Nacional de Historia Estadounidense , donde aún reside.

 (Con información de Smithsonian Magazine)