Los trabajadores fantasmas venezolanos que alimentan la IA

En la industria billonaria, centenares de venezolanos capacitan a los algoritmos de la IA por un pago por el que apenas sobreviven

Redacción/CDMX

La plataforma virtual australiana Appen se dedica a compilar datos para que gigantes tecnológicos como Microsoft, Amazon y Google perfeccionen sus sistemas de inteligencia artificial.

Lo hace con la ayuda de colaboradores de más de 170 países, que se registran en su sitio web y seleccionan las tareas que desean realizar.

Los etiquetadores o anotadores de datos brindan información a los modelos computacionales para que estos puedan tomar decisiones, desde mejorar las búsquedas en la red hasta permitir el funcionamiento de algoritmos más complejos como los de un coche autónomo.

Uno de estos etiquetadores es Oskarina Fuentes, quien debido a la crisis económica de Venezuela, la obligó a convertirse hace siete años en una trabajadora invisible de la IA.

Su trabajo es etiquetar datos para mejorar el rendimiento de los robots de internet a cambio del dinero mínimo para sobrevivir.

“Son más que todo búsquedas”, cuenta la mujer de 33 años, dedicada a juntar información de empresas y personas, seleccionar la mejor respuesta ante un criterio de búsqueda, moderar contenidos para que escenas atroces dejen de circular por la red, entre otro sinfin de “tareas”, que van sumando centavos de dólar en su cuenta de Appen.

Tras las bambalinas de esta industria billonaria, el pago que le queda a Fuentes oscila entre los 200 y 300 dólares mensuales, que se acerca al salario mínimo en Colombia (209 dólares).

Ella migró a este país en 2019, junto a su madre.

Las plataformas de etiquetado de datos, que no precisan de ninguna cualificación especial, se presentan como una opción viable se sustento.

La plataforma que está avaluada en unos 500 millones de dólares -según un medio australiano-, fija la remuneración de sus colaboradores buscando “superar el salario mínimo en la región”, en donde ese indicador es de 5.4 dólares mensuales, tras más de un quinquenio de hiperinflación.

Sin importar los años que lleven registrados en la plataforma, los colaboradores no tienen ningún vínculo formal con la compañía, ni cuentan con la garantía de recibir tareas.

Además, sus labores muchas veces no coinciden con los horarios de la zona en la que están; por lo que, ante la necesidad, los venezolanos se someten a trabajar en cualquier momento.

La historia de Fuentes se conoció en abril de 2022, dentro de una serie de reportajes de la revista del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT) en el que se habló del “colonialismo de la inteligencia artificial”.

En dichos reportajes, retrataban varios casos del poder de grandes compañías de la industria sobre colaboradores de países en desarrollo, que trabajan en condiciones precarias.

Los ejemplos refuerzan “la idea de que la IA está creando un nuevo orden mundial colonial”, según la revista.

Este año, la revista Time alertó sobre un caso similar, en el que la empresa OpenIA subcontrataba a personas en Kenia aprovechando la empobrecida economía del país africano para filtrar textos tóxicos del ChatGPT por un pago de dos dólares la hora.

El mes pasado, la Unión Europea y Estados Unidos anunciaron el adelanto de un borrador de “código de conducta” común sobre IA, que se aplicaría de manera voluntaria en el futuro.

La Unesco (en un manual de recomendaciones sobre el tema publicado en 2021), observó que se debería prestar la de atención a los países de ingreso mediano bajo “que están más expuestos y son más vulnerables a la posibilidad de que se produzcan abusos de posición dominante en el mercado”.

(Con información de El País)