Francisco Juárez/CDMX
“El día que mi madre se quitó la vida fue uno de los más felices de mi adolescencia…”.
Así inicia El origen de todos lo males, la más reciente novela de Sofía Guadarrama, después de lo cual, es casi imposible dejar sin leer el relato que cuenta la historia de una familia de cinco integrantes que tienen como particularidad un conflicto entre madre e hija.
Aunque los problemas entre una hija con su progenitora no son nada extraño, sí lo es el hecho que Renata, la primogénita y personaje principal no rebasa los ocho años y tiene un enfrentamiento con Sabina, quien la procreó.
El conflicto es tal que, podría considerarse una especie de guerra, donde participan indirectamente Laureano, el padre; Alan, su hermano e Irene, la hermana menor.
El enfrentamiento llega a un extremo cuando el pequeño Alan fallece ahogado en el baño y todas las miradas apuntan a Renata, pero tanto la familia nuclear como los parientes cercanos buscan darle vuelta a la página sin querer ahondar en el hecho, por el temor al qué dirá la sociedad de ellos.
En entrevista, la autora de “Tezozómoc, el tirano olvidado” y “La conquista de México Tenochtitlán”, afirma que aunque “la mayoría de mis libros son de corte prehispánico, he escrito como cinco novelas que no son de ese corte sino de ciencia ficción, de corte feminista, o thriller político y ahora este thriller psicológico”.
Asegura que es saludale salirse un poco del género prehispánico, “no porque me canse sino porque es sano dejarlo un momento”.
Esta novela la terminé como por el 2015, pero la idea surgió hace como 10 años, tenía yo una vecina, aunque esta novela no trata sobre mi vecina, sino fue solo un detonador, y siempre que la veía se quejaba de sus hijos, tenía una niña como de ocho años y un niño como de cuatro o cinco, se quejaba de la niña que era muy traviesa.
Me contó que un día, al estar ella en la cocina vio como la niña le empujó un banquito al hermano cuando este se iba a sentar, entonces el niño cayó de nalgas y ella, enojada, salió de la cocina y le reclamó por qué le había hecho eso a su hermano, pero la niña le respondió cínicamente que ella no lo había hecho, aunque la mamá le dijo “yo te ví”, pero la niña respondía “no mamá, yo no fui”.
Entonces, me pareció una excelente premisa para una novela que podría ser una guerra entre mamá e hija pero una niña menor, esto la gente no lo cuenta tanto, lo cuentan entre familia.
Hay guerras entre madres e hijas en muchas familias porque generalmente la mamá se vuelve la protectora del hijo varón y los papás se vuelven los protectores de las hijas y tarde o temprano uno de los dos termina corrompiendo a sus hijos a los que les perdonan todo y a los que les dan todo a manos llenas.
Como el caso del hijo de 28 años que llega “¡mamá, mi camisa no la encuentro!”, y ahí va la mamá en friega a buscar la camisa del hijo, que ya debería vivir solo, eso es lo que traté de narrar en esta novela.
Un padre ausente
En esas circunstancias, el papá llega a casa y la mamá quiere pasarle el reporte (de las travesuras de los hijos), pero este lo que menos quiere es eso, que está mal, no se justifica que el papá vaya al trabajo y no quiera hacerse cargo de ese tipo de responsabilidades de regañar y castigar a los hijos.
La idea es que cada quien ponga su versión, tú puedes creerle a cualquiera de los personajes y esa es la vida real, cada quien tenemos nuestras versiones de lo que nos ocurre en la vida, eso es lo que traté de hacer en esta novela.
La niña sí puede tener todos sus problemas, pero no todo son culpa de los niños, sino son los padres los que construyen a los hijos.
No trato de dar clases de moral, de ninguna manera, la gente tiene que decidir cuál es el origen de todos los males, yo creo que es el seno familiar en general y eso incluye a los abuelos a los tíos, por ejemplo, en la novela, hay un tío que comienza a tocarle la pierna a Renata en una escena, es como muy incómodo momento para la niña, aunque no es su tío de sangre, pero es esposo de la tía.
Esos pequeños detallitos son los que generan grandes conflictos en las familias, o los abuelos cuando Renata se va a vivir con ellos, y está el autoritarismo de esta generación mayor, que generalmente cuando tienes 10 años, todo lo que diga una persona adulta te parece anticuado.
El temor al qué dirán
En la cultura mexicana está el ocultar lo que pasó, creo que los países más modernizados sí toman cartas en el asunto.
Para muchos parientes en muy fácil hablar de los parientes o los vecinos, pero nunca de sus problemas personales, eso se queda en casa.
El juego de Renata es un poquito tétrico, ella dice que ve (al fantasma de su hermano muerto) pero en realidad no lo ve, ella lo dice para atormentar a su mamá; Renata sabe que mató a su hermano, aunque no lo planeó como tal.
Entonces ella habla del fantasma de Alan para atormentar a la mamá porque ella sabe que es con lo que puede doblegarla, la puede romper.
En la vida real, si buscas en periódicos, sí hay niños o niñas que han matado a sus hermanos menores de diferentes formas, pero la idea de muchas familias es de cómo tratarlo.
Pero yo planteo: Tú, ¿qué harías si tu hija matara a tu hijo menor?
En tal escenario, Guadarrama Collado pregunta si el lector optaría por mandarla a la correccional, juzgarla, exponerla ante el mundo o tomar la decisión que tomó Laureano, es decir “hacer como que no pasó nada y tratar de amar a su hija los más posible”.