«Comala»: retrato [in]fiel de un sicario

El documentalista Gian Cassini da forma a un retrato coral de su padre sicario; una cinta que se estrena a nivel mundial en el Toronto International Film Festival 

Ana León / Ciudad de México 

Hay un hombre. Y ese hombre responde al nombre de Jimmy. Y Jimmy es el padre de Gian y es, tambien, un sicario. 

Al morir Jimmy (James Oleg Cassini Monarrez) en el año 2010, Gian Cassini confirmó lo que ya sospechaba: que su padre era un sicario e hizo lo único que podía hacer, tomar su cámara y hacer preguntas. 

Había una historia que contar y que contarse. Al separarse su padre de él y de su madre, cuando Gian tenía un año de edad, la relación con el “Jimmy” fue intermitente: algunas cartas y la memoria que de él tenía su madre. Así que también había huecos. Lagunas. Información velada. 

En su adolescencia Gian intentó acercarse al padre. Viajó a Tijuana donde el Jimmy vivía con su nueva familia: una esposa y dos hijos más, medios hermanos de Gian. Con el padre, las cosas no fueron como esperaba. Su relación siempre fue tres puntos suspensivos; pero sí pudo establecer lazos con sus medios hermanos, sobre todo con su hermano menor, que seguiría los pasos del padre, que moriría también. Mismo camino. Mismo final. 

¿De qué está hecho un malo? me pregunto cuando veo la cinta. Asociamos la palabra sicario con la maldad, con las acciones de un malo, pero los claroscuros que habitan las acciones de una persona son más complejos que una visión de opuestos: bueno o malo. Está la ética, claro, pero enredado en todo eso está la persona y las muchas versiones que de esa persona hay en la mirada del otro. ¿Desde dónde pararse para dar forma al rompecabezas de una vida? 

—Yo nunca empecé el proyecto pensando en esta cuestión de la maldad. Nunca hice esta asociación de que alguien que asesina a una persona es malo. Y más por el hecho de esta cercanía familiar te empiezas a cuestionar, más bien, lo que hay detrás que empuja a esa persona a una acción en sí. 

Hace una pausa y continúa. 

—No me pongo a pensar o no te pones a pensar al inicio si es bueno o es malo. Por supuesto hay una noción socialmente donde dices, pues sí, es malo matar a alguien, moralmente, éticamente, por supuesto. Me molesta mucho esta noción que tiene la opinión pública respecto a catalogar “los buenos” y “los malitos”, ¿no? Porque realmente te pones a pensar hoy en día quién es bueno y quién es malo. Creo que debería haber un pensamiento crítico en cada uno de nosotros, en preguntarnos y cuestionarnos qué hace a una persona buena, qué hace a una persona mala. No puedo tener ese juicio inmediato hacia una persona. 

Esta podría ser una historia sencilla, en la que un hijo sale a reencontrarse con su padre o con la historia de su padre muerto. Y en esa búsqueda, sale también, en sentido freudiano, a matar al padre. Pero el padre ya está muerto y en medio hay sangre derramada. Y hay que tener en cuenta eso. 

Al iniciar su mandato como presidente de México, Felipe Calderón le declaró la guerra al narcotráfico. Esa “guerra inventada” como la han denominado medios como The Washington Post, ha dejado detrás algunos de los años más violentos en la historia moderna de nuestro país. De enero de 2006 a mayo del 2021, han sido asesinadas 350 mil personas y más de 72 mil continúan desaparecidas. Una violencia que se dijo se debía al enfrentamiento del Estado con los grupos ilegales. Una guerra ficticia combatida por los militares.

Es en ese contexto en el que se produce la muerte del Jimmy. 

—En el estado de Nuevo León, entre 2008 y 2012, había violencia a cada hora del día; los padres te tenían encerrado en casa para cuidarte. Y también estaba el hecho de que muchos jóvenes estaban siendo asesinados en esos años porque quedaban en medio de enfrentamientos. Había desaparición forzada. En 2010 se da el asesinato de chicos del Tec de Monterrey. Ese mismo año muere el Jimmy. Hay una apertura hacia lo que está sucediendo en tu entorno porque es algo mayor a ti. Mayor a todos. 

Cuando aparece en el periódico el asesinato del Jimmy, Gian Cassini, director y documentalista, se enfrenta a eso que desde la adolescencia sabía: —Mi papá fue partícipe en esta violencia que leo y veo en los medios de comunicación. Cuando él falleció es que supe ya concretamente que él estaba matando gente y entonces lo relacionas con tu entorno. 

El documental Comala es el resultado de una investigación de nueve años en los que Gian Cassini, como documentalista, pero también como hijo, se sentó a escuchar esa historia que durante muchos años se le escapó de las manos. Desde Monterrey donde vivía poco sabía de la vida en Tijuana de ese hombre que formaba parte de él y, al mismo tiempo, era una especie de fantasma. 

Hace nueve años Gian regresó a Tijuana y a esa familia, pero ya no como el hijo sino como el documentalista, quien hace preguntas, quien filtra las respuestas a través de una cámara. Lo que vemos en Comala es la narración de una vida en la mirada de otros. La madre (abuela de Jimmy) que siente que pudo haberlo hecho mejor. Que su hijo, pese a lo que dicen los diarios, era un buen hijo. La madre de Gian cuyas palabras  se cubren de una pátina de admiración, de un amor cortado de tajo, pero no por ella. Un amor no correspondido cuya rebaba deja hilos. De una hija (media hermana de Gian) que, a diferencia del resto de los entrevistados, no añora al hombre que ya no está. Una cuñada (esposa de su hermano también muerto) que permite que el recuerdo del esposo muerto se construya sobre idealizaciones infantiles. Y la mirada de Gian, como hijo, en esa eterna relación en puntos suspensivos. 

—Es el tema también de realmente con qué puede lidiar uno. ¿Vas a querer lidiar en algún punto de tu vida —mi abuela, una mujer ya mayor— con el resentimiento, con la culpa de lo que hiciste o no hiciste en relación a una persona? ¿Vas a estar con la culpa de lo que provocó esa persona hacia otras personas? No puedes. 

Frente a la cámara ellos dan el salto al vacío emocional. Pero Gian contiene.

—Mi papá está muerto. Creo que cualquier esfuerzo que pudiera hacer para entrar, al menos yo personalmente, siento que no va a tener validez. No vale la pena, porque va a ser como entrar en una burbuja personal… es una idealización. Y siento que es como darle la espalda a la realidad. Y con mi hermano —mi hermano también falleció—, pero siento que hay una posibilidad de seguir vinculado emocionalmente con él a través de sus hijos que están vivos. Eso no me parece encerrarme en una burbuja, eso es lo retador: hacerse presente, no darle la vuelta. 

En esta Comala la obra de Rulfo, su Pedro Páramo, está presente. Un padre que es casi un fantasma es [re]construido a través de las palabras de otros, de la mirada de otros.

—Hubo un evento muy particular que detonó esta película que fue ese reencuentro con mi familia en ese 2012 que viajé a Tijuana a visitarlos, a visitar en particular a mi abuela. Y dio la casualidad de que yo estaba releyendo Pedro Páramo porque yo quería hacer una ficción con la idea del padre sicario y el hijo que descubre todo eso. De hecho la película estaba mucho más ligada a Pedro Páramo en un inicio y poco a poco esa línea se fue descartando ¿Qué es Comala? Este lugar de fantasmas donde el pasado de uno y la identidad que uno va a buscar, está.

La selección del Toronto International Film Festival le vino bien. Le reafirmó que el trabajo hecho valía la pena. Y es que luego de nuevo años de trabajo profesional y este acercamiento personal frente a algunas negativas de festivales a finales del año pasado y principios de éste, le hizo cuestionar si el documental era bueno o no. 

—Y más también porque evalúo el proyecto no solamente como un proyecto que quería hacer a nivel personal, sino que creo que tiene un potencial para comunicarse con una serie de ciudadanos promedio en México y en Latinoamérica. 

Comala se estrenara a nivel mundial en el TIFF y a eso le sigue su estreno en México en el Festival de Cine de Guadalajara. 

—Creo que el mayor esfuerzo que hubo a lo largo de estos años es cómo llegas a ser objetivo con tantas perspectivas. La película está construida en base a esta empatía hacia cada uno de ellos. En querer conocerlos, en mostrarse neutrales ante las acciones de cada uno de ellos. Y no por un hecho pasivo de que no quiero tomar una postura, sino más bien que quiero que el espectador sea el que tome la postura.

Imagen de portada cortesía de Gian Cassini.