Un grupo de voluntarios se deja infectar con el parásito de la malaria. La vacuna podría estar cerca

Después de varios años y estudios, un equipo de científicos realizó una infección controlada en el hígado de 56 personas, seguida de un tratamiento con un fármaco antimalárico

Redacción / Ciudad de México 

Un equipo científico estadounidense ha infectado a 56 voluntarios con el parásito de la malaria. Este parásito es el culpable cada año de la muerte de unas 420 mil personas, la inmensa mayoría de ellas niños africanos. 

El audaz experimento ha consistido en inocular a los participantes con tres dosis intravenosas de la variante africana del parásito, darles después un fármaco para matar el microorganismo y volverlos a infectar a los tres meses con la misma versión o con una variante brasileña para comprobar que las defensas ya generadas evitan la enfermedad. Los resultados son espectaculares, con una protección de entre el 80% y el 100%, según detalla el médico Patrick Duffy, codirector de la investigación en los Institutos Nacionales de la Salud de Estados Unidos, en la ciudad de Bethesda.

Más de 140 años después de que se identificaran los parásitos responsables de la malaria, todavía no existe ninguna vacuna disponible. La más adelantada es Mosquirix, una inyección de la farmacéutica británica GSK que fue concebida en los años ochenta a partir de una proteína del parásito y está en la recta final de los ensayos clínicos. Sus mejores datos muestran una eficacia del 36%. El médico español Pedro Alonso, director del Programa Mundial de Malaria de la Organización Mundial de la Salud, cree que la nueva estrategia acerca el sueño de «una vacuna de alta eficacia que potencialmente abrirá las puertas a la erradicación de la malaria».

El origen de la nueva estrategia se remonta a finales de los años sesenta. El microbiólogo británico David Clyde pensó entonces que infectarse con parásitos debilitados podría servir como vacuna contra la malaria. Y probó la idea consigo mismo.

La malaria se contrae tras la picadura de una hembra de mosquito, que inocula al ser humano la forma infectiva del parásito. El invasor se dirige en cuestión de minutos al hígado, se multiplica miles de veces en sus células y al cabo de una semana salta a la sangre e infectan los glóbulos rojos, momento en el que aparecen los síntomas de la malaria: fiebre, malestar, dolor de cabeza, diarrea. Clyde y otros colegas recibieron más de 2 mil 700 picaduras de mosquitos previamente irradiados para debilitar los parásitos, logrando una alta protección, pero su estrategia de inmunizar con insectos era inviable.

Ya en el siglo XXI, Stephen Hoffman, un antiguo investigador militar de la Marina de Estados Unidos retomó la idea de Clyde y fundó una empresa para desarrollarla: Sanaria. Hoffman, codirector del nuevo estudio, ha dedicado más de una década a perfeccionar el sistema de producir y conservar el parásito y ya tiene sobre la mesa tres proyectos de vacunas basadas en los parásitos enteros: una candidata en la que los microorganismos están debilitados mediante radiación; otra todavía en pañales con los parásitos atenuados por una modificación genética; y una tercera, la publicada ahora, en la que los microbios inyectados se frenan mediante la administración en paralelo de fármacos antimaláricos, como la cloroquina y la pirimetamina. La compañía Sanaria, con sede en Rockville (Estados Unidos), ha recibido 13 millones de euros del Fondo de la Unión Europea para la Malaria.

«Hoffman ha desarrollado un método para cultivar a gran escala los parásitos en los mosquitos, diseccionar sus glándulas salivales, extraer las formas infectantes, preservarlas en frío y que una vez descongeladas sean inefectivas. Esto es realmente extraordinario», aplaude el médico español Pedro Alonso.

«Hay un reto logístico gigantesco, que a algunos se les puede antojar inimaginable, que es ir pinchando parásitos vivos a mil millones de africanos y decirles que se tomen un fármaco para frenar su desarrollo», argumenta Alonso. Para el directivo de la OMS, lo lógico ahora sería modificar genéticamente el parásito para que pueda infectar el hígado y generar defensas, pero sin ser capaz de invadir la sangre y producir la malaria. Así se facilita la administración de la vacuna, sin requerir acompañarla de fármacos antimaláricos cuyo olvido podría ser letal. «Esto sí sería un punto de inflexión», subrayó Alonso.

La nueva estrategia alcanzó una eficacia del 100% en los seis voluntarios que recibieron una dosis alta de parásitos y después cloroquina, un fármaco que mata los microorganismos en la sangre. Es la primera vez que una vacuna experimental consigue una protección total durante tres meses frente a diferentes cepas de la malaria.

Los investigadores ya han comenzado un ensayo clínico en Malí para confirmar que la vacuna también protege frente a infecciones naturales, protagonizadas a menudo por diferentes variantes del parásito, según explica Duffy. «Si todo va bien —lo que implicaría disponer de todos los recursos necesarios, algo que a menudo no ocurre—, una vacuna muy eficaz contra la malaria podría estar lista para obtener la licencia dentro de cuatro o cinco años, tras realizarse los ensayos necesarios», calcula el médico estadounidense.

Con información de EL PAÍS