La escritora Natalia García Freire nos introduce al universo de otra escritora: Yolanda Oreamuno, una de las autoras más importantes de San José
Ana León / Ciudad de México
Hay silencios que se rompen en el lecho de muerte. En esa intermitencia del tiempo en el que aún seguimos aquí y empezamos a irnos. Hay violencias que se revelan también en ese tiempo. Ese silencio y esas violencias y una historia familiar [su derrumbe] se van contando en La ruta de su evasión, novela de Yolanda Oreamuno, escritora nacida en San José, Costa Rica, en 1916 y que falleciera en la Ciudad de México cuarenta años después, en 1956.
La novela vio la luz originalmente en 1949 bajo el sello de la Editorial Universitaria Centroamericana y en 2020 la reedita la UNAM como parte de la colección Vindictas. Aquí, la introducción estuvo a cargo de Natalia García Freire (Cuenca, 1991), escritora y periodista con quien platicamos.
¿Cómo fue tu encuentro con este libro y cuál es la primera impresión que tuviste de él?
Socorro Venegas se comunicó conmigo y me pidió que leyera la obra. La leí y hubo algo que enseguida llamó mi atención, lo arriesgada que era esa obra en forma y contenido; lo actual que era y lo bien que esa obra habla con el tiempo contemporáneo y con otras escritoras, y lo lejos que estaba esa obra de la tradición literaria de ese momento.
Es muy sorprendente la primera lectura, porque es como encontrarte con una obra que está fuera del tiempo, de todo lo que se estaba haciendo. Y es una obra que, de alguna manera, es imposible de ubicar. Si uno leyera esa obra sin conocer quién la escribió, sería una sorpresa porque para ese tiempo era totalmente adelantada. Cuando uno conoce que se trata de Yolanda Oreamuno y todo lo que hay detrás de ella como escritora y como mujer, vas entendiendo un poco todo lo que la obra significa en el mundo literario latinoamericano. Cómo esta obra se anticipa, de alguna manera profetiza, a lo que va a venir, cómo las letras se van a renovar.
Después de esa lectura Socorro me pidió que escribiera el prólogo y para mí fue un reto enorme, porque creo que ésta es una de esas obras que vienen a completar un canon, un canon que tiene huecos, que está incompleto y ésta es una obra que se puede ubicar claramente en ese canon y plantearse que en ese momento Yolanda Oreamuno escribe una obra que realmente va a girar las letras de lo que se venía haciendo.
Y la gran pregunta —y lo que más sorprende— es por qué esta obra no es tan reconocida, cómo es que esto no está en todos lados. Cómo es que esta obra no se estudia en toda la tradición literaria, porque realmente es muy importante como obra literaria.
Hay una parte en el prólogo en donde mencionas que Yolanda se sabía “hecha como escritora”. Y en contraposición a las otras autoras que integran la colección se ha mencionado que en alguna de ellas había un miedo a publicar, un miedo a escribir, a hacer la literatura que hacían. Y en Yolanda, por lo que mencionas, había una convicción y una certeza profunda de que ella ya se sabía hecha como escritora.
Totalmente. Para mí esa característica de Yolanda Oreamuno, esa convicción de lo que va a hacer y de que lo que va a hacer es grande, es una de las diferencias más grandes que yo veo, porque Yolanda en ese sentido abraza la ambición literaria que tiene. Está muy segura de sí misma y de lo que va a arriesgar para crear su literatura. Por eso en algún momento yo menciono a Virginia Woolf o a Clarice Lispector que eran escritoras que también tenían una gran ambición literaria. Y esa ambición suele estar muy ligada al escritor, pero no a la escritora, porque la escritora siempre se enfrentaba a este miedo de que su voz no se escucha. Y Yolanda Oreamuno, incluso cuando su obra sale y tiene muy poca repercusión en su país, en Costa Rica algunas menciones, es como si ella ya supiera que con su muerte su obra en algún momento se iba a recuperar.
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Cuando sólo tenía un año de vida, Yolanda queda huérfana de padre y es criada casi por completo por su abuela materna. De los cuarenta años que vivió, los primeros veinte los pasó como una chica “normal”, de gran belleza y popularidad. Luego, tras casarse con el diplomático chileno Jorge Molina Wood, cambia su residencia a aquel país y sólo regresa porque éste se suicida consecuencia de padecer una enfermedad incurable.
A los veinte años ya había publicado su primer cuento. Se vuelve a casar un año después de la muerte de su marido y simpatiza con ideas comunistas. Tiene con él su único hijo y poco tiempo después se divorcia. Viaja a Guatemala. Adquiere la nacionalidad. Viaja a Washington enferma y regresa a México —que había visitado unos años antes—, a la ciudad, donde muere en 1956.
Por tierra firme fue su primera novela, escrita entre 1938 y 1940, que gana el primer lugar en un concurso literario, pero el lugar es compartido con otros dos escritores. Molesta, Yolanda nunca la manda para su publicación en Nueva York y el manuscrito se pierde. La ruta de su evasión fue su segunda y última novela, ganadora del Concurso Centroamericano de novela, en 1948, convocado por el Ministerio de Educación Pública de Guatemala.
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Ella es parte de estos escritores que parecen nacer con la convicción de que van a cambiar algo de las letras, que es su destino. Ella decía que ella creía en eso como los antiguos creían en los mitos. Ella creía en su destino.
Ella se convierte en un referente de esa actitud literaria que tenemos que abrazar. Esa ambición y seguridad que no puede pertenecer sólo a los escritores.
Hay una parte en la que también mencionas, y que ella misma decía, que tenía esa misión de la belleza en su literatura. Y frente a esta belleza, está la brutalidad de los diálogos en la novela, son tremendamente agresivos algunos de ellos, crueles.
Yo leo la obra de Yolanda y esta misión de belleza. Esta belleza que sólo puede nacer del enfrentamiento con la palabra misma. Ir a encontrarse con la palabra misma. Ir a buscar una forma para lo que está escribiendo y, a partir de ahí, la belleza se puede convertir hasta en el horror mismo, en la podredumbre, en ese derrumbamiento de la familia, porque lo que importa en esta misión de belleza es que como lectores podamos asumir y darle una materialidad a la palabra. Ella escribe y al leerla, uno siente que está casi presente en esa casa.
A mí me parece una misión un poco profética, de casi estar en un estado de gracia al escribir, en donde realmente las cosas adquieren la palabra necesaria para plasmarse. Y esa es su misión de belleza: encontrarse uno a uno con la palabra y poner al lector frente a una realidad viva, casi orgánica, que es la casa de la familia Mendoza.
Pienso en Bacon, sus obras no son lindas, pero son bellas porque logran exactamente plasmar lo que quieren, porque detrás de esas deformaciones, de esas luces y oscuridades finalmente está la emoción misma. Y eso para mí sí logra Yolanda Oreamuno. Un trabajo muy material con la palabra.
¿Qué impresión tienes del feminismo de Yolanda Oreamuno? Porque va definiendo muy bien los roles, por ejemplo, en esta dinámica dentro de la casa y de la familia, el rol de la mujer completamente sojuzgado y el ejercicio de poder del hombre sobre ella. Y hay una parte también que escribes en tu prólogo, citándola a ella, donde dice que es necesario forjar la verdadera personalidad femenina.
Hay varias opiniones respecto al feminismo de Yolanda. Sí tenía una voz. A los 16 años escribió un ensayo sobre los derechos de la mujer y cómo ella se preguntaba si la mujer debía alcanzar los mismos derechos del hombre y cómo debía suceder eso.
Lo que yo veo más allá del feminismo que ella practicaba y de lo que asumía debían ser los derechos de las mujeres en ese momento es que, como mujer, ella sí se asume en dos grandes cosas: esta ambición y ese deseo de dejar una obra grande. Para mí es una actitud muy feminista, es una mujer que se permite desear sin culpa; pero ya en su obra, lo que sí es muy claro es que ella sí quiere poner varias cosas en la mesa para la discusión. Una de ellas es el pensar que esta protagonista, Teresa, sólo en su agonía puede, más o menos, empezar a manifestar su voz, tener una voz. Eso es una metáfora de lo que le sucede a muchas mujeres, es su muerte lo que permite que otras mujeres asuman la voz y es un tema que hasta el día de hoy lo vemos y nos resulta tan paradójico y tan triste. Y luego está uno de los personajes que a mí me parece que refleja muchísimo, Elena, esta mujer que se sale un poco del patrón de todos los personajes femeninos. Incluso para hacerlo, Yolanda insiste mucho en que para salir de esta idea de sumisión y de no tener voz, Elena tiene que forjarse a la imagen y semejanza de su propio padre. Ahí Yolanda te deja muy claro que para salir del silencio y de la sumisión no tienes un referente que no sea masculino.
Había una preocupación muy fuerte en ella de forjar esta identidad femenina. De apropiarse de esta identidad femenina, hasta para que otras mujeres no tengan que crearse a imagen y semejanza de un padre, sino tengan otros referentes.
Para mí, plantea toda esta contradicción del querer liberarte, pero ni siquiera tener hacia dónde virar para poder liberarte. Una actitud literaria que con sus propias contradicciones y con las contradicciones de sus personajes te deja ver cuál es la difícil posición de una mujer dentro de una familia y dentro de la sociedad. Una mujer que no puede hacerse a sí misma sin mirar a ese otro. Una mujer que no puede casi hablar si no es en su agonía.
Me parece que su obra puede dar para muchas preguntas que están en lo más profundo del feminismo.
La última frase de tu prólogo es una invitación al lector a «no ponerse cómodo y empezar a transitar por esta novela». Ahí justo está la idea de la literatura que incomoda y esa incomodidad te hace cuestionar tus propios prejuicios y tus propios valores y tus propias certezas.
Estoy convencida de que uno necesita obras que lo incomoden en todo tipo de arte. Creo que actualmente hay un rechazo a este tipo de obras. Hay un deseo de eso, del entretenimiento, de lo fácil. Y a mí me parece totalmente rescatable y necesarias las obras que te sacudan y las obras que te dejen temblando, y las obras que incluso te obliguen a cerrar el libro y salir corriendo a buscar aire porque hay algo ahí que está palpitando y te hace ver afuera.
Uno de los valores más grandes en un libro es que las palabras te saquen y te hagan ver el entorno y cuestionarte sobre él. Y puede ser un poco contradictorio, porque uno quisiera que el lector esté siempre ahí metido y envuelto en las palabras, pero sí creo que a veces necesitamos que las palabras te expulsen totalmente a un territorio donde te des cuenta que afuera está la realidad y que esa realidad no es tan “bonita” como piensas.
Y eso va muy con esa misión de belleza, la belleza entendida como algo que consigue plasmar realmente las luces, las sombras, las deformaciones de lo real. No como una belleza “bonita”, ni como una belleza muy cómoda, es una belleza que te rompe un poco. El mundo mismo te rompe un poco. La literatura es una invitación de eso.