A pocos días de cumplirse un mes de la partida del artista, dedicamos esta semana a su obra y a su aporte a la cultura
Ireli Vázquez / Ciudad de México
«¿Cuál es la peculiaridad de Rojo en un conjunto de pintores?», se cuestionó Cuauhtémoc Medina, curador en jefe del MUAC, durante esta entrevista. La respuesta: «su arte era el más hermético de todos, el más difícil de clasificar, porque no respondía con las grandes clasificaciones de arte de ese periodo, con el informalismo, por ejemplo, con la pintura acción, porque pictóricamente el punto de quiebre para Vicente Rojo fue el año sabático que se autoasignó en el año 1964, cuando guardó dinero de su trabajo de diseñador para irse a Barcelona un año y dedicarse únicamente a pintar, pero también sucedió que le tocó ir a la Bienal de Venecia y quedar asombrado de lo que vio en el Pabellón Americano, pero en lugar de quedar asombrado con Warhol, lo que le asombró fue la pintura de Jasper Johns, en cierta manera, la pintura de Johns desmontaba sus referentes visuales.»
A casi un mes de su fallecimiento, recordamos a Vicente Rojo (1932-2021), como el hombre que cambió la forma de ver el arte y de apreciar los libros, el hombre que vio en México su segundo nacimiento, el hombre que por «casualidades de la vida», como comentó Medina, se convirtió en el diseñador gráfico más importante de la producción cultural de este país en el siglo XX.
Dentro del texto Escrito/ Pintado, que realizó Cuauhtémoc Medina junto a Amanda de la Garza, para la exposición homónima que se llevó a cabo en 2015 en el Museo Arte Contemporáneo, se menciona que Rojo «era de carácter sistemático y autocrítico de sus métodos, donde su distancia frente a las ideologías de la expresión personal y su percepción del pintar como una labor a la vez reflexiva, manual y pensante, lo convirtieron en el pintor abstracto más exigente de su generación».
Ante esto, Medina plantea que si bien Vicente Rojo es uno de los mejores artistas y pintores que se dieron en nuestro país, Rojo se autodescubrió al llegar a México «esa función [la de pintor], es una tarea que él ambicionaba desde muy joven, pero que solamente pudo ponerse en práctica después de haber llegado a México a los 19 años. Tras entrar muy joven al departamento editorial, recién creado, del Instituto Nacional de Bellas Artes, junto con Miguel Prieto, tomó decisiones sobre qué es lo que debía circular en esos que eran los termómetros y los sismógrafos de la cultura en este país, pero también particularmente la Editorial Era, de la cual es uno de sus fundadores. Tomó decisiones muy trascendentes acerca de los libros que definían la cultura en el idioma español y, finalmente […], él fue una especie de conciencia política y moral de la cultura mexicana, y con los años se convirtió en un referente de la memoria de la cultura moderna de este país.»
Dentro del diseño editorial y la ilustración, Rojo es una de las personas a quien debemos que las portadas de éstos se modificaran. Se calcula que Vicente Rojo creó al diseño de más de 900 libros. En una entrevista para la revista Zeta (2018), Rojo mencionaba: «yo no hago una portada para hacer una portada bonita, yo lo que quiero es que el lector lea el libro». Y es que Rojo articula un nuevo lenguaje en la búsqueda de soluciones técnicas y formales que dieran identidad a la industria editorial mexicana que inicia la búsqueda del consumidor.
Medina afirma que «la peculiaridad de la portada de libros, en el diseño del siglo XX, la invención de la portada sobre todo los libros de pasta suave, es que convierten al libro en un objeto comercial, que deben de anunciarse a sí mismos. Vicente participa en un momento que tenemos que ver hoy con cierta envidia, pues tuvo el placer de que de pronto había una clase media que iba a comprar libros por primera vez, y una etapa de la cultura donde la noción de estar informado culturalmente no estaba desligada del placer tanto adquisitivo, como del consumo visual y excitación cultural.
»Rojo es un diseñador muy de su tiempo, en relación que introduce una estética que hoy podríamos llamar Pop, que combinaba el uso muy inteligente del collage, de grabados antiguos, de grabados del siglo XIX y de principios del XX, de tipografías que también negociaban en un radio histórico, porque también eran autoconscientes de la posibilidad de darle valor a la nostalgia, y del uso del alto contraste y de la trama del fotograbado y del ruido del fotograbado como un valor estético».
A lo largo de su carrera, Vicente Rojo llevó a cabo numerosas exposiciones individuales y participó en incontables muestras colectivas en todo el mundo. Su pintura se agrupa en cinco series principales: Señales, en la cual trabaja con formas geométricas básicas; Negaciones, surgida de su intención de que cada cuadro negara al anterior y al que le seguiría; Recuerdos, nacida de su intento de abandonar una infancia difícil; México bajo la lluvia, concebida un día que vio llover en Tonantzintla; y Escenarios, compuesta de miniseries y que es un repaso de sus temas anteriores y una suma de los mismos.
A partir de 1980 comenzó a alternar la pintura con la escultura, en un intento por enriquecer su trabajo, en cuyo centro alienta la intención de reflejar, «como en un juego de espejos, dos soledades, la del creador y la del posible espectador», se puede leer en un texto de El Colegio Nacional.
«En sus métodos de trabajo, pero también en sus métodos de concepción, diferenció con mucha claridad su obra pública de su pintura, los murales del Centro Nacional de las Artes o el Museo Kaluz, o las esculturas localizadas en gran parte de la ciudad, pero el particular Pergola Ixca Cienfuegos, en Polanco, o País de Volcanes frente a la Secretaria de Relaciones Exteriores, son obras en las que él tiene un diseño totalmente preciso y decidido, que luego se traslada en materiales o pintura a un determinado espacio en colaboración con arquitectos o con técnicos. Hay más afinidad en el modo de trabajar la obra pública de Vicente Rojo con su diseño, porque hay un proyecto terminado que luego traduce a alguien más que con su pintura en relación al procedimiento mismo. En cierta manera, la obra pública de Rojo es diseño, sin el trabajo de pintor, claro es un diseño hecho con un grado de ensayo y error muy importante», explica el curador.
Rojo nos ha dejado un gran legado. Un legado que podemos encontrar en cualquier parte de la ciudad, sólo es cuestión de buscar y encontrarlo en cada uno de los detalles que dejó plasmados en sus obras, ya sea en un mural, una escultura, un libro o una ilustración.
*El próximo sábado 17 de abril, cuando se cumple un mes de su muerte, Semanario N22 dedica un programa especial a Vicente Rojo que será transmitido por la pantalla de Canal 22 y las redes sociales de Semanario N22.