Luego de ser detenido en dos ocasiones sin conocerse por horas su paradero, tras su participación en el Movimiento San Isidro, Carlos Manuel Álvarez, escritor y periodista cubano, reflexiona acerca del estado de su país de origen, la figura totémica de Fidel Castro y lo que la disidencia significa para el gobierno actual
Ana León / Ciudad de México
La primera vez que fue detenido fue el pasado 26 de noviembre por la noche cuando la policía cubana desarticuló la manifestación pacífica, y para algunos de sus miembros de hambre, del Movimiento San Isidro en la calle de Damas 955, a la que se había integrado dos días antes. El movimiento surgió en 2018 para luchar contra las restricciones a la libertad de expresión impuestas por el gobierno de Miguel Díaz-Canel y se manifestaba contra la detención arbitraria del rapero Denis Solís. Por varias horas nadie supo el paradero del escritor y periodista Carlos Manuel Álvarez (Matanzas, 1989). Fue liberado horas después. Luego, el 14 de diciembre, intentó salir de casa de sus familiares y una vez más fue detenido. Una vez más, liberado horas después. La vigilancia desde aquél día de noviembre hasta el día en que se publica esta nota no ha cesado.
El día 21 de diciembre fue citado para declarar en La Habana y luego fue llevado por la fuerza de vuelta a Cárdenas, municipio de Matanzas, a casa de sus familiares. En algún momento de ese trayecto escapó del auto. Una vez en Cárdenas, adonde había sido trasladado contra su voluntad, Carlos Manuel Álvarez regresó a La Habana, acompañado por su madre.
Poco antes de estos últimos hechos ocurrió esta entrevista en episodios. Durante todos estos días, desde el 26 de noviembre, el escritor y periodista ha visto violados sus derechos y condicionada su libertad sin argumentos que sostenga la persecusión y acoso del que ha siendo objeto.
Carlos Manuel Álvarez es director de la revista El Estornudo y colabora con medios como el diario El País, The New York Times y The Washington Post, entre otros. Es además autor de la novela Los caídos y del libro de crónicas La tribu, ambos publicados en México por el sello independiente Sexto Piso. Aquí, Álvarez reflexiona acerca del estado de su país de origen, la figura totémica de Fidel Castro y lo que la disidencia significa para el gobierno actual
Desde adentro ¿cómo se ve la situación de Cuba bajo la presidencia de Díaz-Canel? ¿Cuál es la impresión de los ciudadanos de la situación actual del país?
Bajo la presidencia de Díaz-Canel el país se encuentra en una grave crisis económica. Ahora mismo va a comenzar un proceso largamente pospuesto de unificación monetaria que ni los mismos cubanos entendemos bien, pero que básicamente va a significar que la economía cubana va a estar supeditada y regida por el dólar, por el envío de remesas extranjeras y las divisas que el Estado pueda recaudar de algunas maneras —que no son muchas— y es muy probable que esto produzca un efecto similar al que ha ocurrido en Cuba a principios de los años noventa luego de la caída de la Unión Soviética y el derrumbe del socialismo. Es decir, debe haber una inflación y una escasez de oferta, y debe producirse una hiperinflación en la economía; es muy probable que la crisis económica que hay ahora se agudice todavía más para el año próximo. Y eso es, básicamente, el tema de conversación y de insatisfacción general que hay en Cuba.
Queda un poco la sensación, para nada desacertada, de que los últimos treinta años que se han vivido han sido absolutamente en vano y nos encontramos de nuevo, después de tanta retórica, en el mismo punto de partida. En el mismo punto de partida que sitúo en ese año, porque entre la revolución y el régimen, de lo que es el castrismo en sus distintas formas, hay un parteaguas que es el año noventa. Cuba es un país que si bien tiene una estructura administrativa y política más o menos similar, es un país culturalmente muy distinto el de los primeros treinta años del castrismo al de los últimos treinta años. Parece entonces que, en los últimos treinta años no ha pasado nada. De repente estamos en 2021 y nuestras condiciones prácticas, de vida, económicas, siguen siendo exactamente las mismas. Nos encontramos en un mismo lugar: más desgastados, más vencidos, más escépticos como país, sin ninguna brújula y esto empeora todavía más nuestro futuro como nación.
Además, Díaz-Canel es un funcionario tecnócrata. Ni siquiera tiene el carisma que podría tener para mucha gente los líderes de la revolución, figuras de un alcance histórico mucho mayor como Fidel Castro o incluso su hermano, que no es precisamente dechado de carisma ni de gracia, pero que incluso ante él, Díaz-Canel languidece.
Es la sensación de una ideología ya descabezada, sin ningún líder. Mal timoneada por tres o cuatro burócratas, porque ni siquiera se sabe muy bien, aunque Díaz Canel sea el presidente, quién manda en Cuba. Más o menos uno sospecha y sabe que son los militares, pero no hay cara, no hay rostro, se señala hacia muchas partes, puede ser Raúl Castro, puede ser su hijo, pueden ser otros tipos que están a la sombra. Entonces, uno tiene la sensación de que ni siquiera sabe quién tiene el control de nuestras vidas o de las decisiones que hay que tomar de orden público.
Y de ahí, el hartazgo político de mucha gente, un hartazgo político que se expresa de muchas maneras. A veces con sucesos más frontales de la sociedad civil como el Movimiento San Isidro o protestas recientes, pero que cuando uno está en el país nota esa misma insatisfacción e incomodidad en todos los niveles. Una sensación de estado terminal de las cosas, como que estamos al límite. También uno siente el temor que tiene el poder, ese temor cuando empiezas a volverte una fuerza débil.
Me gustaría que me contaras un poco de tu relación con el castrismo. Me llama la atención que en los textos que publicas en The New York Times y en El País, haces mención justo de esa niñez que ve a Castro de cierta forma y luego cómo muta esa visión. Justo cuentas una anécdota estrechando la mano de Castro en la niñez y luego viene el proceso en el que adquieres una conciencia política frente al régimen.
Mi relación con el castrismo en un punto no es muy distinta de la de muchísimos cubanos, porque todos somos pioneros, porque más que una categoría estudiantil, es una categoría política donde la doctrina está muy presente dentro de la educación y dentro de los procesos de aprendizaje en la escuela: eres un alumno de la patria, básicamente. Fidel Castro es una figura tutelar, naturalmente, dentro de las escuelas. Hay una apología constante y un culto a la personalidad en la enseñanza hacia él. A esto sumémosle que yo vengo de una familia comunista, fidelista, digamos, una familia adscrita a las instituciones del país, que ha trabajado en ellas, que suscribía en sus principios ideológicos. En ese sentido, tuve una educación sentimental bastante marcada políticamente dentro de las normas de la corrección nacional. Y sí, esa sensación que tienes de niño de que quieres al líder.
Una de las cosas más interesantes de pensar en el totalitarismo es cómo la doctrina puede volverse un sentimiento real y cómo luego, incluso, hay que luchar contra eso. Y poder desmenuzar eso empieza no echando por la borda o al cinismo, sino poner todo eso en discusión íntima, constante, contigo mismo, en este proceso de desintoxicación y de aprendizaje y de renuncia, y de reivindicación de lo que tú eres en un movimiento de doble hélice.
La conciencia política se va adquiriendo con la realidad, básicamente. A veces no tienes que hacer demasiadas cosas, la evidencia de lo real es tan ineludible y tan absoluta que la negación del castrismo está en los hechos, más allá de un programa político específico, más allá de que luego trates de desarrollar una conciencia política más sofisticada. Lo que sucede diariamente niega de manera rotunda la especie de realidad paralela que construyen los medios de comunicación y que se construye alrededor de la figura de Fidel Castro, el relato histórico también que se viene manejando, porque la historia no es una entelequia muerta, sino que tiene muchas maneras vivas de expresarse y la manera en que se expresa la historia niega rotundamente el modo en que esa historia está contada.
Uno se va haciendo preguntas y esas preguntas te van llevando a tomar distancia y luego a poner en discusión tanto a la figura que es Fidel Castro, y de ahí hacia abajo, todo lo demás, hasta ponerte en discusión a ti mismo, pasando por la familia, por las instituciones, por las escuelas, por las amistades, en fin, la crisis política es siempre una crisis personal también, ¿no? Y, obviamente, una figura como él entra en juego en ese proceso de crecimiento individual hasta llegar a… bueno, no hay ningún rastro de afecto a la figura de Fidel Castro. Yo escribí su obituario en 2016 y un poco decía que la sensaciones que podía inspirarme Fidel Castro, que yo vi ya con juicio propio, era un Fidel Castro viejo, decrépito, nada que ver con la figura histórica imponente, agresiva o amada por generaciones anteriores. Y decía que mi relación con ese Fidel Castro totémico, pasaba a través de terceros; por ejemplo, el amor que podía tener mi padre o el odio justificado que podía sentir hacia él alguien como Reinaldo Arenas y, curiosamente, después de muerto y de ver cual latente está como daño la cultura del castrismo en Cuba, mi relación con Fidel Castro en los últimos años ha sido más viva que nunca. Es una relación que se establece desde la rabia y, sobre todo, desde el desprecio —porque la rabia no es necesariamente un sentimiento negativo, de hecho, yo reivindico la rabia todo el tiempo—, cada vez me parece más una figura simplemente más ególatra, enfermizamente narcisista y extremadamente dañina, mentirosa, camaleónica y una figura que se degrada casi sin ninguna complejidad. A mi Fidel Castro cada vez me parece más simple y más vulgar en su mandar. No puedo decir otra cosa.
¿Por qué decides integrarte al Movimiento San Isidro? ¿Qué razón tienes para adherirte a su manifestación y en consecuencia viajar a La Habana?
Habían dos razones para integrarme a San isidro. Ahí había una entrada con un rol cívico, un rol con un deber ciudadano, además había amigos míos. Un poco lo que estaba sucediendo a la vuelta tenía conmocionado al país. Yo tuve la posibilidad de venir, pero conozco mucha gente que está en el exilio en el extranjero que hubieran querido hacer lo mismo. Había un estado de incomodidad generalizado, de malestar ante una injusticia profundísima que se seguía agravando con el paso de los días.
Y luego, también había una razón periodística que podía ser funcional: entrar, contar desde adentro y poder relatar al mundo, a quien estuviera interesado, lo que estaba sucediendo verdaderamente en San Isidro. Ya sabemos el poder que tiene la palabra, el poder del relato; y de sacar un poco también la historia de esas personas del círculo de difamación al que estaban sometidas por parte del Estado, que lo que busca básicamente es cosificarte. Hay una deshumanización del individuo detrás de esa retórica de desprestigio y lo que el periodismo puede devolver son esos matices que vuelven individuo al individuo y que son los que generan la sensibilidad, el afecto y la solidaridad. Entonces, la labor cívica, la labor periodística en una situación como ésta no estaban divorciadas, probablemente nunca lo están, pero ahí, específicamente, menos que nunca.
¿Qué significa el Movimieto San Isidro para el gobierno cubano, qué simboliza?
El gobierno quiere reducir San Isidro a una especie de caballo de Troya manipulado por Washington. Los califica de mercenarios, que siguen órdenes de gobiernos extranjeros, porque San Isidro, sobre todo, pone en evidencia una de las mentiras que el régimen ha sostenido a lo largo de los años, que es que echa por tierra la justificación, la razón de ser de la Revolución, que era justamente la defensa de los desposeídos. Y San Isidro es el grito de lucha de los desposeídos diciendo: nadie nos ha defendido, al contrario, nos siguen oprimiendo, las cosas siguen siendo igual para nosotros. Eso es lo que le da una conciencia histórica muy grande y eso es lo que lo vuelve muy potente. San Isidro tiene las marcas de la cultura negra, de la cultura popular, de los desplazados y desde ahí establece su discurso y ese discurso es que lo vuelve un movimiento que no queda circunscrito a un tema nacional de la dictadura, del castrismo, del comunismo, del anticomunismo, toda el recetario nominal de la Guerra Fría, sino que lo conecta con asuntos globales, con asuntos de la modernidad, con las luchas populares que se están llevando acabo por jóvenes, mujeres, negros, grupos indígenas en México, en Colombia, en Brasil, también en EEUU. Lo que pasa con San Isidro es que está metiendo a Cuba en el presente y hay una lucha de tiempos políticos, sobre todo. Lo que el régimen está tratando de evitar, casi en pánico, es que rompan el tiempo histórico congelado en que ellos administran Cuba y eso es lo que está haciendo San Isidro. Eso es, básicamente, la cuestión del conflicto y de ahí se deriva todo lo demás.
Otra cosa que me gustaría también que me hablaras es justo de esta maquinaria narrativa que se acciona en medios cubanos en donde se les cataloga como “terroristas”, que están en contra del régimen y que, además, son pagados por EEUU. Sobre esto, en los textos antes mencionados lo llamas una “muerte civil”, cuando se pone en duda tu credibilidad como ciudadano.
Claro, porque cuando hacen este tipo de manipulación y te ubican en la categoría de mercenario saben que intentan despojar al asunto de cualquier cuestión moral y eso es lo que te anula como individuo. La muerte civil viene porque también buscan un aislamiento desde ahí, porque obviamente toda la conexión con el resto es subjetiva, es un poco un especie de sutura a los afectos, a crear nuevas formas de lo político y el mercenario básicamente está procurando un fin individual, su propia supervivencia. En ese sentido, quizá, no haya nada más mercenario que el propio Estado cubano, que lo que está haciendo es sobrevivir, justamente, y es el que más relaciones tiene, una relación además muy de colonia con la Unión Europea, con EEUU también y, de algún modo, como una especie de acto reflejo, intenta pasarnos todo eso a la sociedad civil, a los ciudadanos.
Qué significa ser ciudadano en Cuba. En aquellos textos también hablas de la impresión que te causó ver esta juventud cubana manifestándose frente al Ministerio de Cultura luego de la primera detención tras la desarticulación de la huelga y pedir esta justicia democrática y esta justicia política. Sobre todo, el ejercicio de esta ciudadanía activa, la acción ciudadana en el espacio público.
Es algo que yo he ido aprendiendo. Supongo que para los cubanos, lo primero se trata de adquirir la conciencia de que tienes derechos, algo que está suprimido. Tú creces y no sabes que tienes derechos. Naturalmente tampoco sabes que tienes deberes, porque los deberes que tienes no están en relación directa con el bien común, sino que son una especie de deberes marciales, casi militares y eso, obviamente, no son deberes ciudadanos.
Cuando yo me refería a esos muchachos que estaban afuera del Ministerio de Cultura, quizá es porque estaban teniendo la conciencia. Todavía estaban entre sorprendidos y asustados también, en una especie de estado febril y hermoso, porque se estaban dando cuenta ante sí mismos que lo que estaban haciendo allí les correspondía. Ese es el principio de la ciudadanía y eso es lo primero que habría que darse cuenta en Cuba y es de lo que se da cuenta mucha gente. Es la conciencia del nacimiento, que si bien, biológicamente es algo que nos está vedado, a lo mejor en un caso como el cubano, el nacimiento civil no está reñido con la conciencia de ese nacimiento. Y de ahí, entonces, puede ser la euforia, puede ser la felicidad, puede ser también ese estado de exaltación que había esa noche en el Ministerio de Cultura, pero que hemos tenido nosotros muchas veces. Y eso es otra de las cosas que el poder le teme, ese despertar de esa conciencia, esa conciencia individual que es, luego, una conciencia colectiva. Darte cuenta como individuo de que perteneces a algo más y de que estás conectado con el resto y de que necesariamente tienes que estar conectado con el resto para adquirir una identidad propia.
Imagen de portada tomada de la cuenta de Facebook del escritor