Verónica Gago, doctora en ciencia política y militante de #NiUnaMenos conversó con nosotros sobre su más reciente libro publicado en México donde tiende puentes necesarios entre los feminismos, la huelga, el paro y la asamblea feminista
Por Ana León
«Lo que vemos justamente es esa masividad callejera, ese es como un primer elemento que permite decir, bueno, estamos ante la emergencia de luchas bastante novedosas que por su puesto tienen una serie de memorias, de trayectorias que lo explican, que son parte de su memoria política y que abrevan y producen esa emergencia. Pero creo que es muy relevante decir que la novedad está justamente en esa aparición callejera tan masiva.»
La potencia feminista o el deseo de cambiarlo todo (Tinta Limón/Bajo Tierra Ediciones/Pez en el árbol, 2020), es el título del libro de la feminista, militante y polítóloga argentina Verónica Gago. En clave 8M, su texto nos habla de las múltiples ramificaciones que en su país de origen ha generado el feminismo. La protesta en las calles, el paro nacional, la huelga como herramienta de lucha de las demandas feministas, la asamblea feminista y el cuerpo-territorio, y cómo éstas se han extendido a otras latitudes. Conceptos que permiten reimaginar y replantear el sentido de la lucha feminista y su organización.
Charlamos con ella para entender la forma en que va tendiendo puentes entre el/los feminismos y otras luchas sociales y la forma en que las feministas en Argentina han desbordado la herramienta de la huelga para cuestionar «quiénes [se les considera] son los sujetos legítimos para hacer huelga» y desde ahí, mostrar otros trabajos que en general no son visibilizados.
«Yo creo que ahí hay una mezcla de indignación, de rabia que nos llevan a la calle, que nos hacen decir “ya basta” a esas formas reiteradas de violencia, cada vez más brutales, cada vez más crueles, que parecen consolidadas en una impunidad», señala Verónica cuando le pido me hable un poco del peso de la tradición de la protesta en Argentina y su potencia en las luchas feministas.
«También en Argentina es muy importante la lucha por los derechos humanos protagonizada de manera muy fuerte por madres, abuelas de Plaza de Mayo, y luego hijas, hijos, hijes de militantes desaparecidos de la última dictadura. En Argentina esa lucha por los derechos humanos es también una lucha de cuerpo y presencia callejera de mucho impacto en la manera en que los DDHH están siempre tejiéndose con otros conflictos sociales. Y, por supuesto, también hay en Argentina, una historia muy larga y muy importante de activismo trans, travesti, de las disidencias sexuales, sexogenéricas que es muy importante.»
8M. Pensar en clave feminista
Esa enorme masividad en las calles, esa multitud de feministas movilizadas, se traduce después en fuerza política concreta en las organizaciones, en las universidades, en las escuelas, en los sindicatos, en cada ámbito de la vida cotidiana y eso me parece que es una clave de los feminismos. El momento de movilización no es sólo el de la gran marcha, el de estar en la calle. Me parece que la clave es cómo eso se va traduciendo, contagiando y enhebrando con una militancia de todos los días.
El 8M es digamos la fecha de la huelga feminista, que como yo cuento en el libro también va teniendo modificaciones, empieza en octubre de 2016 como un paro nacional de mujeres que rápidamente trasciende las fronteras y deja de ser nacional y termina siendo organizado en varios lugares a la vez; luego se va transformando en paro internacional feminista, paro plurinaciona, huelga feminista general, va componiendo distintos nombres que son también distintas genealogías, distintas maneras en que se va ampliando la organización del paro feminista, de la huelga cada vez más trasnaconal, cada vez con una capacidad de interpelar a más conflictos desde el punto de vista de los feminismos.
Háblame sobre conceptos como el paro, la huelga, la asamblea feminista, que son apropiados desde las luchas feministas.
Los feminismos no son algo ya hecho que están en ciertos lugares y que se ocupan de ciertas cuestiones solamente. No es un acontecimiento aislado, la huelga, el paro, es un proceso político. Me parece que es clave la idea de que el feminismo se apropia de la huelga, que es una herramienta clásica de cierto movimiento obrero más formal, sindical en general.
Haber dado esa discusión, haber desbordado la herramienta de la huelga, de supuestamente quiénes son los sujetos legítimos para hacer huelga en términos de antecedentes históricos, ha sido un ejercicio político muy importante porque, sobre todo, permitió mostrar otros trabajos que en general no son visibilizados. Desde los trabajos que viene discutiendo el feminismo: el trabajo reproductivo, el trabajo doméstico, el trabajo de cuidados, el trabajo migrante, todas las formas de precariedad que suponen trabajos feminizados; pero también el trabajo freelance o de las economías populares, de las vendedoras ambulantes, el trabajo dentro de los hogares.
La huelga al interpelar, al interrogar el trabajo en clave feminista desde el punto de vista de todos los trabajos que muchas veces no son reconocidos como trabajos, también fue una herramienta de mucho poder político para visibilizar, para dar cuenta de por qué su subordinación política es histórica. ¿Qué significa pensarlos de otra manera?, ¿qué significa incluso interpelar a las instituciones sindicales desde ese lugar?
Esa pregunta por el trabajo tomada desde la huelga feminista nos permitió ampliar y conectar una cantidad de discusiones y ponernos a pensar en cada una de nuestras situaciones, de nuestras asambleas, de nuestros barrios, de nuestros territorios, de nuestros espacios de trabajo: ¿quién es reconocida como trabajadora? ¿Quién no? ¿Qué pasa con los trabajos que no tienen un patrón, un jefe visible, formal, pero que, sin embargo, también son trabajos? Entonces, ¿qué significa parar, hacer huelga cuando supuestamente no tenemos un empleo fijo, formalizado? Yo creo que fue muy importante para hacer una cartografía política, digamos.
El feminismo y la asamblea, el momento de “no hacer” para hacer. En una entrevista con Leila Slimani, ella me decía que aveces se tenía que luchar para hacer menos.
Creo que esa acepción de la huelga, de suspender, de bloquear, de parar, efectivamente lo que hacemos para liberarnos tiempo, estar entre nosotras, nosotres, “estamos para nosotres” es una de las consignas de la huelga.
Creo que las asambleas funcionaron aquí como ese espacio en que nos producimos ese tiempo, que es un tiempo político para pensar estas cosas, para discutirlas. Para decir, bueno ¿qué significa organizar la vida de otra manera?, ¿qué significa llevar estos reclamos a la calle?, ¿qué significa pasar por nuestros cuerpos, por nuestros territorios, estas discusiones y estas demandas?
También creo que las asambleas fueron este espacio de encuentro político, de pedagogía feminista entre nosotras, entre nosotres. Entonces, esa circulación del dispositivo asambleario como este lugar de escucha política, de capacidad de decisión política y de esta manera ir enhebrando fuerza.
Se maneja la idea cuerpo-territorio, ¿hay una relación aquí con los ecofeminismos?
Cada cuerpo está conectado a un territorio y para mí es una imagen muy poderosa porque primero dice de manera muy clara que el cuerpo no es un recorte del individuo. La idea del individuo aislado que tiene derecho, pero que siempre tiene una autonomía pensante en términos liberales, digamos, esa imagen para mí desarma esa idea de imaginario liberal individualista y dice, bueno, siempre un cuerpo está en relación a otros cuerpos y a los territorios que otros cuerpos viven, se despliegan.
Pone en juego otro vocabulario, otras imágenes, para entender por qué justamente el cuerpo siempre es como un cuerpos colectivo y cómo el territorio es parte también de un ensamblaje de cuerpos y, por supuesto, de colectivas y de comunidades.
Y también de pensar algo clásico que viene pensando el feminismo: el cuerpo como territorio, como campo de batalla. En ese sentido, yo en el libro digo, bueno, incluso con este concepto podríamos pensar lo que fue acá el proceso y la lucha, en 2018, tan masiva por el aborto. Cuando se reclamaba el aborto no se reclamaba sólo en términos de derechos individuales, se está pensando en cuál es la dimensión de clase. A quiénes perjudica que el aborto no sea gratuito [y legal].
Marca este vínculo con la dimensión de los ecofeminismos que creo que en América Latina, desde el lado de las luchas anti extractivistas y desde las luchas indígenas, también tiene maneras de nombrarlo y otras formas de converger, de confluir y de entrar en zonas de contacto que son muy importantes y muy interesantes.
Dentro del libro utilizas paro y huelga, y vas desgranando matices dentro del discurso feminista.
Aquí en principio se utiliza más paro, es más común como palabra. Huelga tiene una tradición más amplia y también tiene vínculos con la tradición anarquista, pero, por ejemplo, las compañeras en Chile usan huelga; en el Estado Español paro es desempleo. La idea era ir cambiando de vocablo porque también así es presentado en distintos lugares. Yo no me detenía tanto en el origen diverso de las dos palabras, sino en los usos que va teniendo en distintos lugares. Y bueno, ¿qué detenemos cuando hacemos un paro? ¿Qué paramos cuando paramos?
Acá una de las consignas era #NosotrasParamos y en las asambleas se discutía, bueno, ¿qué estamos parando? ¿Qué podemos parar? ¿Y quién se entera que nosotras paramos cuando nuestros trabajos, por ejemplo, no son formales o cuando estamos hablando de parar de hacer trabajo reproductivo? Y cuando paramos ¿qué es lo que sí se activa? Paramos para habilitar otro tiempo y otra capacidad de hacer. Era lo que discutíamos acá.
¿Qué significaría empezar a pensar y hablar en clave feminista?
Creo que es ese desafío de las alianzas políticas. Para mí el feminismo es, sin duda, un movimiento político y la pregunta es: ¿qué tipo de política es la que nos interesa y cómo eso se va traduciendo en capacidad de acciones concretas?
Creo que el desafío es trazar esas alianzas entre conflictos y entre luchas. Creo que lo que tienen en común esas conflictividades es que todas nos ponen en un lugar que no es el de la víctima, o solamente el de la víctima. En Argentina, como en tantos otros lugares, hay una legitimidad de las instituciones, de los medios de comunicación, cuando nos situamos y enunciamos como víctimas. Muchas veces la violencia machista, el femicidio, va perfecto con esa retórica en la medida en que sólo se concentre en víctimas que necesitan reparación y que están en un estado de impotencia total.
La pregunta que nos hemos hecho, y a partir de acciones como el paro, como la huelga, lo que veníamos conversando es, bueno, además de ese dolor, ¿qué hacemos con ese dolor?, ¿cómo ese dolor no es sinónimo de impotencia o de incapacidad? La pregunta es: ¿y eso cómo se enhebra o cómo se compone con formas que nos saquen de ese lugar? Yo creo que ese es un desafío muy fuerte de los feminismos, rechazar ese lugar de víctima en el que nos quieren encasillar, en el que nos quieren recortar.
Producir esa comprensión colectiva de, ¿de dónde vienen esas violencias?, ¿cómo se articulan?, ¿en qué sentido toman como blanco estratégico ciertos cuerpos y ciertos territorios?, ¿por qué hay una articulación entre capitalismo, colonialismo y patriarcado?
Creo que ese es el desafío de los feminismos, producir vocabulario que es como pedagogía feminista, que tienen capacidad de acción, que tienen capacidad de transversalidad en sus alianzas políticas; que nos quitan de esa posición de puras víctimas y que, al mismo tiempo, están, como se dice en muchos espacios, con ese deseo de cambiarlo todo.