Una reflexión que parte de la experiencia personal y se detiene en momentos y personajes de la historia que aportaron a la causa de las mujeres
Ciudad de México (N22/Guadalupe Alonso Coratella).- ¿Será que soy feminista?, el título del libro más reciente Alma Guillermoprieto, es una reflexión que parte de la experiencia personal y se detiene en momentos y personajes de la historia que aportaron a la causa de las mujeres. A partir de esta pregunta, la autora cuestiona su propia condición de cara al feminismo y revisa la problemática de las mujeres desde distintos ángulos, destacando el poder y el liderazgo que éstas han ejercido en la lucha por sus derechos. La periodista, reconocida con el Premio Princesa de Asturias 2018, recuerda que en su generación «muchas mujeres, con tal de no sentirse víctimas, asumían el protagonismo o la responsabilidad de sus propios daños. Era mucho más importante ser independientes, ser libres, ser un poco las heroínas de nuestras propias vidas y era señal de cobardía o debilidad reconocer los daños». Por eso, dice, ella y todas, debemos agradecer al movimiento #MeToo, que abrió la posibilidad de decir: «Esto nos ha pasado a todas, por lo tanto no somos las culpables de nuestros propios daños y no hay ninguna vergüenza en decirlo». «El libro, en buena medida, surge a partir de esta reflexión.»
Alma Guillermoprieto recuerda que fue una joven rebelde por naturaleza, pero entonces no contaba con las armas para asumir la rebeldía. Sin embargo, por su carácter libre e independiente, ha asimilado «lo que podríamos llamar una ética feminista». Siendo escritora nunca se había ocupado del feminismo. Ahora lo ha hecho en este libro corto, íntimo, armado con preguntas que se hace y nos hace. En él recuerda a mujeres como Andrea Dworkin, Betty Friedan, Gloria Steinem, o Simone de Bueauvoir, mujeres que, en su tiempo, hicieron importantes aportaciones al feminismo y reivindica también a sus contemporáneas. «El movimiento feminista de la segunda ola de mi generación, de los años setenta, principios de los ochenta, transformó el mundo. Las jóvenes de hoy lo están transformando, pero quedan muchas tareas por hacer. Espero que las hijas y las nietas de esta generación asuman esa bandera y que el movimiento feminista no sea una víctima más de este mundo horrendo en el que vivimos.»
¿La generación #MeToo reconoce el legado de las feministas de tu generación?
Pienso que no lo suficiente. Por eso me pareció necesario dedicar una sección a la historia del feminismo, de los movimientos feministas. Todas las revoluciones quieren asesinar a sus abuelos, a sus abuelas, y crear el mundo de nuevo. Lo entiendo, pero me parece que se pierde mucho tiempo tratando de crear cosas que ya fueron creadas o no reconociendo nuestras raíces. Este libro quiere ser un mínimo aporte a reconciliarnos con nuestro futuro y nuestro pasado.
Se dice que el #MeToo satanizó a los hombres, cambió los parámetros de la aproximación a la mujer. En el libro hablas de que hay hombres confundidos, enojados, inseguros, caminando por donde antes había piso y ahora no lo hay.
Creo que les toca estar, no un poquito confundidos, sino totalmente confundidos. Ojalá que estén totalmente confundidos, ojalá que se den cuenta de que el mundo hay que repensarlo de nuevo. Creo que el tema de que si las feministas son ‘comehombres’ y son agresivas con los hombres es, en parte, un mito creado por los hombres por el pánico que nos tienen cuando afirmamos que tenemos los mismos derechos y ellos las mismas obligaciones que nosotras, que es la parte que menos les gusta. Entonces no me importa que se sientan agredidos o cuestionados. Creo que es una minoría la de mujeres que dicen: ‘todos los hombres son malos y los odiamos’, no conozco a una sola mujer que haya dicho eso y conozco a muchas feministas. Sí, es muy bueno que se sientan confundidos, es hora.
Y claro, está la reacción de las mujeres francesas, que reclamaron el gusto de la seducción. En este sentido tocas un tema interesante, el de reconciliar el deseo de ser mujeres físicamente libres con el deseo de ser deseadas.
Porque los parámetros no han cambiado. Entiendo a Catherine Deneuve, que firmó esa carta de las mujeres francesas que son y siempre han sido expertas en la seducción, diciendo: ‘Nos gusta hacernos como si fuéramos la presa para que llegue el tigre y ¡¡¡pas!!!’ Esa es una sensación muy seductora, no lo niego. Lo que me parece es que así como los parámetros de la belleza han ido cambiando, los parámetros de lo que es seductor han cambiado también. A mí no me gusta la idea de que la seducción de una mujer sea decir: ‘Ay, soy una pobre ignorante que no sé nada, ilústrame, por favor, defiéndeme’. ¡No! Eso ya no me parece seductor. Ojalá haya hombres a los que les parezca seductor encontrarse con una mujer libre, segura de sí misma, capaz de discutir, departir y decirles ‘No tienes razón por esto y por esto’, sin que les parezca que pierden virilidad cuando alguien les dice: ‘Estás equivocado’.
Hay un machismo muy acendrado en nuestra sociedad, al grado de que a veces los celos y el maltrato se consideran señales de cariño. También las mujeres, dices en el libro, debemos dar la batalla contra la pequeña machista que llevamos dentro.
El machismo es una cultura que no puede existir sin mujeres que lo aceptan y que asumen también el machismo como una manera de agredir a otras mujeres. Creo que nosotras también andamos muy confundidas, estamos buscando nuevas maneras de ser y en un mundo en el que aún no hay absoluta igualdad entre hombres y mujeres. Entonces, dentro de esa confusión muchas veces queremos ser la única, o la única en un mundo de hombres —que es una situación que a mí me queda muy cómoda y me gusta mucho y cuando entran otras mujeres, digo: ‘Ay, ya no soy la única’. Me cuesta mucho trabajo reconocer eso, aceptarlo y ser solidaria. Y hay otras maneras de ser machista: denigrar a las demás mujeres, denigrar a las que dicen cosas con las que no estamos de acuerdo. Dentro de todas las revoluciones, ese sectarismo machista ha sido un fenómeno. Espero que conforme nos vayamos rehaciendo como mujeres logremos evitarlo.
¿Por qué a estas alturas, en pleno siglo XXI, seguimos demandando nuestro derecho a decidir sobre nuestro cuerpo?
Sí. Ha habido una lucha tremenda por consolidar ese derecho en EE.UU y ahorita mismo está bajo amenaza. Entiendo que el aborto es un tema desgarrador para cualquier mujer, pero también entiendo —y es mi particular opinión— que una mujer no tiene derecho a la libertad y a la igualdad con los hombres si no tiene derecho a decidir sobre su embarazo, no hay forma. Y sobre todo me parece que es una decisión que toman por las mujeres una punta de vejetes en las supremas cortes de todos los países, señores que se la han pasado bebiendo whisky y discutiendo sobre las leyes en un club particular. ¿Ellos son los que deciden? Es absurdo. No puede ser.
Y en muchos países de América Latina, ante la llegada de gobiernos de derecha, no solo no se ha progresado, sino que hemos retrocedido en el reconocimiento de los derechos de la mujer.
En Bolivia y todo el Caribe tienen tasas de feminicidio altísimas, incluso más altas que las de México. Y es como si no nos enteráramos, porque los gobiernos hacen caso omiso de lo que no les preocupa. Mientras los gobiernos sean mayoritariamente de hombres eso no les va a preocupar. Dicen que sí de dientes para afuera, pero a las mujeres las siguen asesinando, golpeando, ninguneando, les siguen pagando menos, les siguen negando el derecho a ascender en sus trabajos. Para eso se está activando esta generación de mujeres jóvenes, justamente para todos esos fines.
Seguimos en manos de gobiernos patriarcales…
El patriarcado no se ha movido y eso es un poquito desesperante. Alguien me preguntaba cómo se hace para moverlo. No tengo idea. ¿Cómo nos deshacemos de una pirámide que es como las de Egipto y está ahí desde hace 6,000, 8,000, 10,000 años? ¿Cómo se desmonta eso? ¿Ladrillo por ladrillo, con dinamita, con telepatía? Trump —y no sé si aplique a México o no— ha establecido el machismo, ya no digamos el patriarcado, sino que ha reivindicado el machismo más puro, más obsceno, como manera de gobernar y hacer política. Eso ha embravecido a presidentes como el de Filipinas, Duterte, al propio Bolsonaro, les ha hecho sentir que así se hace, que ya es hora de que estas viejas se callen. Es terrible la influencia de Trump. Él puede manipular eso para ganar las elecciones. Es uno de los pánicos que tengo.
También habría que revisar el lenguaje que, desde sus orígenes, es machista. De un tiempo para acá se usa decir, casi obligadamente, “todos y todas”. Los políticos, sobre todo, pretenden que con eso basta para ser inclusivos. Por otra parte, se ha popularizado el uso de la ‘E’: ‘todes’. Hay algunos párrafos en tu libro en los que utilizas este modo del lenguaje: ‘Nosotres les reporteres’, dices. ¿Esto realmente hace la diferencia?
Un lenguaje es eficiente cuando representa de la manera más completa la realidad. El lenguaje tiene que ir evolucionando con los tiempos. Decimos: ‘computadora’, decimos ‘cool’, decimos un montón de palabras que vamos aceptando de aquí y de allá, incorporamos las palabras que necesitamos. Yo ya no me siento representada cuando tengo que decir ‘uno piensa’, no, ‘yo pienso o una piensa’, ¿por qué no? Y una ‘E’ chiquita permite que en vez de decir ‘mexicanos y mexicanas’, simplemente se diga ‘mexicanes’, es solo una ‘E’, no le hace daño a nadie. En el lenguaje hablado todavía suena muy torpe, pero ‘todes’ incluye a ‘todos’, ‘todas’ y ‘todes’.
Factores como el nivel socioeconómico, la educación, la migración, agudizan la problemática en torno a la situación de las mujeres, en específico aquellas que no tienen voz. ¿Aquí hay una batalla pendiente?
Sí, pero creo que la gran batalla en la educación es para los hombres, son ellos los que tienen que aprender nuevos modos de pensar, son ellos los que desde niños tienen que asimilar conductas diferentes, incluso conductas diferentes impartidas en primerísimo lugar en la familia, en la escuela pública, desde las guarderías. Hay que cambiar esa manera de privilegiar a los niños, de las mamás que le sirven la porción más grande a un niño. Todas esas discriminaciones son las que nos forman, por no hablar de la educación en la escuela. Ha habido cambios gigantescos, yo no soy de las que no les gusta reconocer los triunfos porque pienso que se va a debilitar mi el fervor de lucha. Es muy importante reconocer todo lo que se ha logrado. Evidentemente de mi generación a la de hoy los hombres son diferentes.
En las últimas páginas de su libro, Alma Guillermoprieto afirma que «resulta extraño plantearse el tema del feminismo en este punto de la trayectoria humana. Por un lado, es una revolución impostergable, pero por otro es muy posible que su momento haya pasado. Estamos ante una crisis, la del medioambiente, que nos puede llevar al final de los tiempos».
Creo que el momento del feminismo no va a pasar hasta que no haya un mundo en que hombres y mujeres tengan una perfecta igualdad de derechos. No quiero decir con esto que hombres y mujeres seamos perfectamente iguales porque eso es imposible, el género nos distingue y la opción de género distingue a otros también. No, el feminismo no quedó rebasado. Lo que me causa mucho autocuestionamiento, y es una de las tantas preguntas que se quedan sin respuesta en mi libro, es justamente esa, si estamos frente a la posible aniquilación del ecosistema que ha permitido que exista la sociedad humana durante los últimos 150 millones de años. Si estamos ante eso, ¿las mujeres tenemos que darle prioridad a la lucha política feminista? Voy encontrando por el camino varias respuestas. Una es que se puede ser feminista y ser muchas otras cosas. Se puede ser chef, bióloga, presidenta de un país. Pero hay que salvar el mundo y son muchas las mujeres que se han adelantado en esa lucha, mujeres indígenas que tratan de proteger su medioambiente destrozado. Eso en Colombia y en Brasil son situaciones trágicas. Entonces, se puede ser feminista y dedicarse a estudiar ciencias del medioambiente o ser reportera del medioambiente.
¿Qué reflexiones has hecho durante esta pandemia?
Aparte de que estoy deprimida, estresada, angustiada, desesperanzada, triste, es una época espantosa en el mundo. Acá en Bogotá la cuarentena ha sido muy estricta y muy exitosamente. He tenido siete meses, encerrada en casa, para reflexionar, para pensar con calma, y creo que eso nos ha ocurrido a muchas personas que nos dedicamos a pensar o escribir. Eso lo agradezco. Observar cómo el mundo es feliz sin nosotros ha sido muy aleccionador, una lección de humildad. Nos salimos del mapa y todo el resto del mundo animal y la flora salen a agradecer por fin estar sin nosotros, sin nosotras, eso ha sido importante. En cuanto al aumento de la violencia contra las mujeres, me parece que tiene una explicación lógica, bueno, no lógica, pero tiene una explicación. Estar encerrados el hombre y la mujer de una pareja, las más de las veces en un ambiente muy reducido con todas las angustias económicas por las que estamos pasando, aumenta la capacidad de violencia. Era predecible. Soy optimista en muy pocas cosas, pero creo que cuando vuelva una situación de repunte económico y mayor libertad social, eso se irá desvaneciendo. Es mi esperanza, por lo menos.
Afirmas que nunca habías escrito sobre feminismo, ¿era una deuda pendiente?
Es que nunca se me ocurrió. Yo no pensaba escribir este libro. Fueron ciertos factores de irritación, incluso con el matoneo en redes sociales, la irritación que siento contra todos los movimientos sociales que se dan en las redes. Me parece que están en un gran peligro o al borde de un gran peligro. Yo empiezo a escribir muchas veces cuando me enojo y me enojé con eso. Me enojé con las redes sociales, me enojé conmigo misma, entonces empecé a escribir lo que iba a ser una notita de cinco o seis páginas que se fue alargando y alargando. No sabía que lo iba a escribir, no era una deuda pendiente. Me alegré mucho haberlo hecho y de la posibilidad de publicarlo.
Imagen tomada de El Mundo / David S. Bustamante