Una conversación con Miguel Brieva, el dibujante crítico del sistema capitalista

Hoy, en el Hay Festival Querétaro, participa el autor español cuya obra muestra la potencia de la gráfica para apelar a temas universales y punzantes

Ciudad de México (N22/José Meléndez) Miguel Brieva, nacido en Sevilla, España en 1974, inició su trabajo como dibujante y escritor autoeditando la que fuera su revista denominada Dinero. La obra de este artista español utiliza una iconografía que pareciera estar inspirada en los carteles de publicidad estadounidenses de los años cincuenta del siglo pasado, por su colorido y característico trazo. Ha participado en múltiples publicaciones como Nosotros Somos los Muertos, TOS, La Vanguardia, Recto, Cinemanía, Rolling Stones, Ajo Blanco, El País, Mondo Brutto o el Jueves entre otras más. Tiene créditos de su participación en la película Astronautas y en el documental Underground. También participó en la ilustración de Al final, un cuento de Silvia Nanclares.

En su obra se ha caracterizado por hacer reflexiones y señalamientos puntuales, profundos sobre el sistema capitalista que tiene repercusiones en la sociedad de consumo, en la educación, en la justicia y en la doble moral que de ello emana. Al mismo tiempo, utiliza al humor y el sarcasmo para quitar ese delicado velo que envuelve al sistema económico preponderante de nuestra sociedad: el modelo capitalista. 

¿Cuál es la crítica o los señalamientos que haces en tu trabajo? Las observaciones que haces son en general al sistema capitalista que penetra en todas las estructuras de nuestra cultura, de nuestra sociedad. 

El capitalismo […] Es el origen, pero digamos que de su funcionamiento sostenido cada vez más imperante, en los últimos dos siglos, ha pasado de una idea a una serie de enfoques de cómo tiene que ser la economía para satisfacer a los seres humanos. No ha sido muy premeditado, sino que se ha dado paulatinamente por la inercia de las cosas, pero efectivamente, al día de hoy, el capitalismo es mucho más que un sistema económico, es como si fuera una cosmovisión. Nosotros la tenemos como una cosa aséptica, el capitalismo sirve para mover mercancías y para intercambiar cosas pero luego ya cada uno tiene sus ideas, sus pensamientos. No nos damos cuenta de que en el fondo somos mucho más. Es un poco el alma la que se nos va detrás. Yo hablo de ese punto que no es tan inocente y de cómo, en cierto modo, es una colonización, no sólo de los modos erráticos con que la sociedad se articula, sino de todo, casi a nivel espiritual o cómo ha colonizado nuestra capacidad de trascendencia por una forma banal y siempre evanescente de mercancías que se suceden las unas a las otras. Eso es lo más trascendente, a lo que podemos aspirar en este modelo. Y quien dice mercancía, dice ideas, dice sentimientos, etcétera. Creo que, efectivamente, estamos muy ligados y condicionados, es como si la sociedad fuera un gran organismo. El capitalismo sería como vasos sanguíneos en la sangre ¿sabes? Y ahora mismo si no tenemos una manera de circular alternativa a esto, es un poco el atrape en el que estamos.

En tu trabajo haces señalamientos muy importantes al pensamiento y a los valores del sistema como tal, pero en específico, con la sociedad de consumo y en la parte educativa ¿qué notas, qué percibes en lo particular es estos dos rubros?

Yo hablo mucho de la educación, porque me parece que en todo el mundo dicen: «Lo primero es la educación para construir, para cambiar las cosas, hay que formar la gente». Incluso los propios ministros de educación de todos los países dicen esa frase por más que ellos saben que es completamente vacía. Lo que uno intuye es algo que ya demostró Iván Illich a inicios de los años setentas, cuando escribe Las Sociedades desescolarizadas, es que todo el sistema educativo hace aguas y además no cumple su principal función social que es la de facilitar la escalera para el ascenso social de la capas más desfavorecidas. Eso Iván Illich ya en su momento demostró que no sucede, es decir, que el modelo educativo convencional que se aplica en todos los lugares, básicamente lo que sirve es para mantener el status quo de toda la clase social. Efectivamente, si estudias mucho te va mejor pero ¿quién estudia mucho? La gente que tiene una clase social más alta, una familia más instruida, más medio técnicos, etcétera, por lo cual hay una falacia que, sin embargo, constantemente le damos crédito a una cosa que sabemos que es falsa.

Miguel Brieva / Imagen tomada del elmundo.es

Pero luego viendo más allá, al hablar de educación, es una visión muy ingenua, porque yo tengo un hijo pero cualquiera que tiene hijos, hermanos pequeños, adolescentes, lo que sea, se da perfecta cuenta de que probablemente están mucho más influenciados por el uso de cerca de diez horas al día de móviles o por el consumo audiovisual o por toda una serie de aspiraciones culturales que tenemos: de triunfar, de los cuerpo perfectos, de todo eso que está moldeando infinitamente los supuestos contenidos de la escuela, y eso es algo que yo he comentado con muchos amigos profesores que se dan cuenta y dicen: «¿De qué sirve que celebremos el día de la Paz, el día de la Solidaridad, el día del Medioambiente cuando lo que están aprendiendo, en cuanto salen de casa cada día, es que da igual todo y que lo único importante es mirar por tus intereses y una especie de hedonismo, sin ningún objetivo y sin ninguna trascendencia, un huida hacia delante». Eso es lo que perciben, que al final será un corto circuito que para los chavales debe ser algo bastante duro de asimilar. Como por un lado no encuentran en la escuela que tenemos que querernos, tenemos que cuidar al planeta y en cuanto salgo a la calle lo primero que hago es tirar plástico, ver el caos de una ciudad absolutamente sucia y sin control alguno. Y ese es un poco el discurso del capitalismo.

Cuando tú hablas de filosofía, que yo no creo que haya filosofía porque el capitalismo es una lógica abstracta, absolutamente gélida, casi una ecuación matemática, pero si hay alguna filosofía detrás es que lo único importante, el único mantra es el aumento del valor, la multiplicación del valor, del valor económico, esa idea abstracta que define Marx y realmente todo lo demás, la vida humana, la vida del planeta, el bienestar de las sociedades, todo eso es secundario. Lo primero el mantra, el dios, el tótem que es el crecimiento perpetuo y la acumulación de valor. No creo que es algo que carece por completo de humanidad y de filosofía por tanto. 

¿Qué tan útil te ha sido el humor para la crítica que haces en tu trabajo? ¿Puede el humor ser utilizado como herramienta para quitar ese velo delgado, de encantamiento, con el que el sistema capitalista depredador seduce y controla nuestra forma de vida y sus valores?

Siempre he defendido el humor porque se ha tendido a banalizar y un poco a reducir en su verdadera dimensión, como herramienta del conocimiento; una herramienta estética, herramienta de solidaridad, de entendimiento, de compartir con los demás, de empatía, todo esto. Probablemente es la manifestación más cargada de placer físico y espiritual después del orgasmo y tal vez por eso, en cierto modo, tanto el sexo como el humor son cosas que la sociedades complejas como las nuestras siempre han estado muy interesadas en controlar, el control de ambos instintos. Ambos son instintos de liberación y por tanto necesitan tener eso bien amarrado para que no le vaya a dar a la gente por sentirse verdaderamente libre y pensar por su cuenta. Y en ese sentido, me parece que es una herramienta que da pena que no sepamos sacarle todo el partido que tiene. En mi caso siempre he practicado el humor, lo he practicado con los amigos como códigos de identidad y de comunicación y de encuentro, y luego en un momento en el que uno a veces siente una gran frustración ante la estupidez que conformamos todos juntos como globalidad humana, pues es una manera como de ajustarle las cuentas a las cosas más absurdas que uno siente que suceden en esta realidad.  

Charla magistral. El cómic transformador

Este domingo en el marco del Hay Festival, el dibujante y escritor ofreció una charla magistral titulada: El cómic transformador. En ella habló en un primer momento sobre la importancia de contarnos historias que tengan un impacto relevante en nuestra sociedad y que sirvan para dimensionar las posibles salidas del atolladero complejo en el que nos encontramos los seres humanos, no solo por la pandemia vigente sino por toda una serie de crisis que se aúna a las ya existentes.

Para ello el dibujante y escritor hizo mención de un decálogo en el que ha trabajado con colegas y que sirve como punto de partida del por qué son tan importantes las historias y que son mucho más que un mero entretenimiento y de porque es fundamental que seamos conscientes de la importancia de que nos contemos temas de importancia y trascendencia social. El documento se llama Una visión común para cambiar el mundo, como «un manifiesto por el alumbramiento de nuevas utopías cotidianas, esto es, una lluvia de ideas que nos darán la capacidad de supervivencia a pequeña escala, de ahí esta idea de utopías cotidianas. Para ello explica el dibujante que el uso de la imaginación es de vital importancia».

A través de una iconografía con un estilo muy particular, plasma las observaciones y las reflexiones que de ellas emanan sobre la sociedad contemporánea y el modelo económico que impera y permea todos los ámbitos de la vida del ser humano. Para Miguel Brieva este tipo de observaciones llevan a la reflexión de cómo podríamos hacer un cambio de paradigma que nos permita tener otro estilo de vida y por ello es fundamental el uso de la imaginación. El imaginar una nueva realidad, con otros valores y una nueva forma de conducta que nos pueda dar una idea más clara de una sociedad equitativa, justa y más amigable con el medio ambiente de la que tenemos ahora mismo.

A través de viñetas de su autoría y de reflexiones dentro de ellas es que nos permite observar diferentes circunstancias que cualquier persona independientemente de su lugar de residencia, idioma o actividad que desarrolle se puede sentir identificado y a la vez perteneciente a una sociedad que se encuentra en un estado decadente en que lo más importante es el la economía, el progreso, la productividad, actividades que se traducen en el consumo sin freno, en el daño a la naturaleza, en la desigualdad social, en la injusticia.

En su trabajo hace uso del humor y del sarcasmo para dejar plasmadas estas observaciones y quitar ese delicado velo de ensueño que envuelve al sistema económico preponderante que lo permea todo en nuestras sociedades contemporáneas. Al final, su trabajo consiste en mostrarnos las debilidades de un sistema que ha propiciado una crisis social y económica como nunca antes en la historia de la humanidad y de la necesidad de hacer conciencia de ello. 

Imagen de portada: Miguel Brieva, La Odisea (ilustrada)