Todos deberíamos leer a Chimamanda Ngozi Adichie

En su sección Clásicos Hay Festival, la edición de este año del festival en Querétaro nos devuelve a la conversación que en 2019 la periodista y escritora Alma Guillermoprieto sostuvo con la autora nigeriana en Cartagena

Ciudad de México (N22/Ana León).- Era 2019 y estaban en Cartagena, Colombia, frente a una audiencia de alrededor de dos mil personas. Llevada por Alma Guillermoprieto (periodista, bailarina y escritora mexicana), la autora nigeriana Chimamanda Ngozi Adichie charló sobre la dualidad de las tierras que habita (Nigeria y EE.UU), los mundos que construye a través de la lengua, la historia de su país de origen y cómo ésta, está marcada por la Guerra en Biafra (1967-1972); y de un presente narrado en su obra que construye con maestría tanto en sus novelas como en sus ensayos. 

Y es de hecho uno de esos ensayos/manifiesto a los que se hace referencia con el título de esta nota, Todos deberíamos ser feministas, publicado en español en 2014, que le ha dado también reconocimiento a nivel internacional, además de la potencia histórica y narrativa de novelas como Medio sol amarillo (2013). 

Más allá de un fanatismo personal, reafirmo: sí, “todos deberíamos leer a Chimamanda Ngozi Adichie” por lo equilibrado de su mirada, por el análisis sensato y sensible que hace del mundo, un mundo que busca sea más justo para hombres y mujeres, y para la historia de cada uno y para las diferencias de cada uno. Porque conserva la perspectiva de alguien que se cuestiona cada día el sentido de lo que hace, el por qué de lo que hace y eso se nota cuando responde a las preguntas de su interlocutora. Eso se nota cuando describe a la Chimamanda que es cuando vive en Maryland y la Chimamanda que es cuando llega a Lagos. La Chimamanda que habla un tipo de inglés en la calle, un tipo de inglés con aquellos amigos de Lagos con un poco de más de estudios, el igbo con su familia. Analiza natural y constantemente su entorno. Hay humor en sus respuestas y siempre es incisiva. 

Ngozi Adichie es brillante. Una mujer que habla y escribe con el conocimiento de su pasado y de su presente a un lado. Lejos de la teoría, abraza la «textura de la vida», que es lo que ha dicho, le interesa como contadora de historias, que es su «manera de estar en el mundo».

Obsesiva del lenguaje, de la justeza de las palabras, en Querida Ijeawele. Cómo educar en el feminismo (Penguin Random House, 2017), escribe: «Dile a Chizalum que las mujeres no necesitan que las reverencien ni las defiendan; solo necesitan que las traten como a seres humanos iguales. En la idea de que las mujeres necesitan ser “reverenciadas” y “definidas” por el hecho de ser mujeres subyace una actitud de superioridad. Consigue que los hombres piensen en caballerosidad, y la premisa de la caballerosidad es la debilidad femenina.» Nada se habla en esta charla sobre la escritura feminista de Ngozie, de su mirada feminista, pero justo es esa ausencia la que deja una puerta abierta para entrar a esta otra parte de su obra. Si bien con el análisis que hace puntual Guillermoprieto de la que considera es la mejor obra de Ngozie Adichie (Medio sol amarillo) podemos avistar la huella de la historia de un país en la escritura de la autora, es esa otra parte que no se explora en esta conversación la que nos invita a seguir la pista de sus ensayos. Aunque esa misma mirada feminista está en sus novelas también.

Digo que es importante la mirada de esta autora porque parte de un profundo amor por la historia. De ahí se desprenden sus novelas, de ahí se desprenden sus ensayos, cuerpo de obra que le han valido ser calificada como «una autora emblemática del panorama literario africano.» En El peligro de la historia única (Penguin Random House, 2018): 

«Y, por consiguiente, empecé a comprender que a lo largo de su vida mi compañera de habitación estadounidense había visto y escuchado diferentes versiones de esa historia única, igual que un profesor que una vez me dijo que mi novela no era “auténticamente africana”. Yo estaba dispuesta a aceptar que la novela tenía una serie de errores, que había fracasado en diversos puntos, pero no se me había ocurrido pensar que no había conseguido alcanzar algo llamado “autenticidad africana”. De hecho, no sabía lo que era la autenticidad africana. El profesor me explicó que mis personajes se parecían demasiado a él, un hombre de clase media y buena educación. Mis personajes conducían automóviles. No se morían de hambre. Por tanto, no eran auténticos africanos. 

»Debo apresurar a añadir que, en lo tocante al relato único, soy igual de culpable. Hace unos años visité México. En ese momento en Estados Unidos reinaba un clima político tenso y se discutía mucho sobre inmigración. Y, como suele ocurrir en Estados Unidos, inmigración se convirtió en sinónimo de mexicanos. […] Recuerdo salir a dar la vuelta en mi primer día en Guadalajara, ver a la gente que iba a trabajar, preparaba tortillas en el mercado, fumaba, reía. Recuerdo una ligera sorpresa incial. Y luego, una vergüenza abrumadora. Comprendí que estaba tan inmersa en la cobertura mediática de los mexicanos que, en mi cabeza, se habían convertido en una sola cosa: el abyecto inmigrante. Había aceptado el relato único de los mexicanos, y no podía sentirme más avergonzada». 

La autora nigeriana afila la mirada y desmenuza diversos estratos de la identidad, de la construcción social, mediática e histórica de la identidad, y de la figura del migrante africano en EEUU: de la raza y el racismo .Su narrativa abarca varios temas cuya profundidad hace asequible al lector desde la empatía. Y desde la esperanza, también, entendida ésta como una vía hacia otras ideas posibles, hacia otros espacios de comunidad posibles. 

Aquí puedes acceder a la charla: https://bit.ly/2FcEAhi

Imagen de portada: El País Semanal / Oliver Contreras