«Nefando», cuando la hostilidad del mundo empieza en casa

«¿Qué tan difícil puede ser escribir una novela sobre la sexualidad de tres niños?» se pregunta una de las voces que narra Nefando. Sobre la pedofilia, la pederastia y la maldad escribe la ecuatoriana Mónica Ojeda en este libro publicado en México por Almadía

Ciudad de México (N22/Ana León).- En 2016, Mónica Ojeda (Guayaquil, 1988) publicó Nefando bajo el sello de la editorial Candaya. Una novela donde las palabras hieren, donde el lenguaje viene de la carne y lastima la carne. Ahora, la novela se publica en nuestro país por la editorial Almadía y la autora vuelve a sus páginas de las que ya se había distanciado un poco, nos cuenta, «no en el sentido de que sea una novela que yo rechace ni muchos menos, es una novela con la que estoy muy contenta y que para mí significó mucho, sobre todo el proceso de escritura fue importante. Pero hacía mucho tiempo que no hablaba de ella, por lo menos no en entrevistas o presentaciones. Y tuve que rehacer mi discurso, también. Eso significa repensar la novela también desde la persona que soy yo ahora. En el 2016 yo hablaba de la novela de una manera y ahora hablo de ella de una manera no diametralmente distinta, pero tengo percepciones distintas sobre ella, sobre lo que más me importa y lo que creo que conseguí con ella. Ese reencontrarme fue muy interesante porque los libros están allí y tienen unos determinados elementos, pero nosotros que somos los que los escribimos o los leemos, vamos cambiando muchísimo con el tiempo y, por lo tanto, las palabras que utilizamos para hablar de los libros van mutando.»

¿Por qué escribir una novela sobre el abuso sexual a tres niños y la sexualidad posterior de éstos, y qué tan difícil fue escribir sobre ese tema? 

Fue realmente difícil porque es un tema complejo. Un tema que implica mucho daño de por medio, quiero decir, daño real, daño psicológico y físico de personas. 

Realmente empecé a escribirla por una cuestión personal. Tengo una amiga que fue abusada por un miembro de su familia. Cuando descubrí que esto pasó cuando ella era una niña, no pude dejar de darle vueltas al tema y de ahí surgió la necesidad de escribir una novela que en realidad girara no sólo en torno al tema del abuso infantil, que es el tema central, sí, pero no solamente a eso, sino en torno a una cosa más grande que tiene que ver con cómo nuestros deseos, los deseos humanos, pueden llegar a ser tan destructivos, cómo somos capaces de imponer nuestros deseos sobre otros, o incluso hacer que nuestros deseos destruyan a otros cuerpos.  Cómo somos capaces de generar daño en otras personas. 

Dentro de la novela ¿qué significados van teniendo la memoria, el olvido, el perdón y justo esa maldad dirigida e intencionada, pero también esa otra maldad de la que no se es consciente?

Yo creo que quizá beba mucho de Hannah Arendt en este sentido, la idea de la “banalidad del mal”. No entender la maldad como algo que viene de un monstruo, no como algo que viene de personas que son psicópatas; es decir, ningún psicópata logra matar a tanta gente como las personas que, en cambio, funcionan burocráticamente. Es la burocracia, es la indiferencia, la que mata a más cantidad de personas, sobre todo eso, la indiferencia. Pero también la ignorancia. Por lo tanto, el mal no está tanto en estos personajes monstruo, en estos personajes maléficos, sino en las personas comunes del día a día, en nuestra incapacidad para condolernos, en nuestra incapacidad para informarnos. Por eso el mal está en todas partes y, además, no estamos exentos de habitar ese lugar. Ni yo ni tú ni nadie. 

Cuando ya hay un reconocimiento de que somos capaces de hacer el mal a otros tan fácilmente y que a veces lo hacemos y no nos damos cuenta, no hay que ir a los casos extremos como los casos de abuso infantil. Por eso digo que la novela sí va sobre esto, pero va en realidad sobre otras tantas cosas. El mal es algo que está cerca, próximo y aledaño, no algo que está enfrente como enemigo. 

Hay una pregunta que se hace una de las voces en la misma narración que justo está escribiendo una novela y la pregunta es si va a escribir esa novela con la intención de perturbar y esa pregunta quisiera hacértela a ti. Pero también pienso en la intención de sensibilizar frente a temas que no están en la ficción y, como mencionas, justo esa maldad [no el extremo del abuso sexual] de la que no somos ajenos. 

De hecho yo tengo que decir que a mí me interesa muy poco el hecho de eludir, los eufemismos me importan muy poco por lo menos en esa novela —no quiero decir que en mi futura literatura. En esa novela a mí me importaba muy poco la elegancia en el sentido de la elegancia como el ocultamientos de ciertas cosas. Me interesaba la desnudez pura y dura. Y en ese sentido, por supuesto, que la denudez perturba y conturba, pero también conmueve. Aquello que nos perturba normalmente lo relacionamos con lo inquietante y con algo que es obsceno o nos da terror, son palabras que tienen un degenerativo; sin embargo, el miedo también nos lleva a lugares de reconocimiento personal, la inquietud nos permite defendernos de agresiones.

Y sí, yo escribí esa novela con una intención de ir hacia la denudez, entendiendo en la desnudez no sólo una violencia, sino también un espacio en donde se puede vislumbrar una posible ternura y lo que, sobre todo, está más cerca de lo que en verdad llamamos humano. Y lo humano es mucho más complejo que esto de ser victimario. Somos todos víctimas y victimarios a la vez, y cosas que están en el intermedio entre esas dos palabras. 

«… en ninguna de tus clases se habla de porqué escribir era estar en un lugar de tensión y de incomodidad, no se tocaba lo único importante de la creación literaria y por eso las espaldas que tenías enfrente creían que escribir era un decir bonito. La creación de tu yo era a partir de la violencia y no había nada de belleza en el proceso, o sí, pero ¿cómo iban ellos a saberlo? ¿Cómo iban ellos a saberte si ni siquiera podían pronunciarte?»

—Nefando

Me parece también que el personaje central, más allá de todas las voces que construyen esta narración, y el tema central es también el cuerpo, el cuerpo y todo lo que lo afecta, ¿cómo encontrar las voces para cada uno de estos cuerpos?

Lo que me interesaba, sobre todo, era entender literariamente de que a través del cuerpo surge la palabra y la palabra es también es agente de daño, pero también el cuerpo herido en la tangibilidad, en la materialidad ineludible de la vida, también deviene en palabra, en una palabra que surge de la herida. Entonces, a la vez tenemos estas dos formas: la herida convirtiéndose en palabra y la palabra agresiva violenta, convirtiéndose en herida. Y esas cosas me interesaban en las voces de los personajes de Nefando. Trabajarlas de una forma muy clara, además, y sin intentar ocultar esta búsqueda porque cada personaje que habla, habla de una experiencia del cuerpo muy específica y de una experiencia, además, que se retrotrae a la infancia o a la juventud en donde ellos fueron heridos de distintas maneras y eso termina por dinamitar en el uso del lenguaje que tienen hoy en día, en cómo hablan. 

Y si pensamos en la forma que hablamos según nuestras heridas, según nuestros momentos felices, todo nuestro pasado nos compone y, por lo tanto, nuestro pasado compone nuestro lenguaje. Eso es lo que a mí me interesaba llevar a cabo a través de las voces en primera persona de los personajes. 

«En lo innombrable hay imperios de luciérnagas»

—Nefando

Mencionas que la idea era llegar a una desnudez y a una cierta ternura. Leo en varias partes de la novela pasajes que son tremendamente poéticos. Me gustaría que me hablaras un poco de esta dicotomía del horror y lo poético.

Yo creo que esto habita fácilmente en la poesía. Quiero decir, el contraste entre lo mejor de nosotros como seres humanos, que es por ejemplo nuestra capacidad de amar, de condolernos, de sentir empatía, de querer cuidar de otros; eso convive junto a lo peor de nosotros, que es nuestra capacidad de ser crueles y de destruir a otros y destruirnos a nosotros mismos y eso está en la poesía. Si piensas en un poema como por ejemplo “Fuga de la muerte” de Celan, es un poema que habla sobre el Holocausto, pero a su vez lo hace desde un lugar de belleza tan tremendo, cuando dice: «Negra leche del alba te bebemos de día… te bebemos de noche…» Es una cosa tremenda, me encanta. 

Creo que mucho de mi narrativa bebe de un gusto que tiene que ver con la poesía. Soy fanática de leer poesía y quizá ese espíritu lo haya bebido de allí. De cómo la ternura sólo es ternura en medio de un mundo violento y hostil. Es decir, ¿por qué nos da ternura ciertos actos? Pues porque estamos en un contexto tremendo. Vivimos en un mundo tremendamente violento. Entonces es cuando la ternura se vuelve más ternura. El abrazo se vuelve más abrazo. 

¿Y la tecnología? La parte que tiene que ver con la deep web, ¿cómo fue este proceso de investigación y el fusionarlo con lo literario?

Me puse a investigar lo de la deep web y entré sin saber gran cosa. Yo no soy una persona tampoco que sabe muchísimo de estos temas, pero sí tenía que investigar sino no iba poder llevarlo dentro de la novela. Lo que quería era que fuera orgánico, que no estuviera puesto de un modo superficial o cómodo. Tenía que funcionar bien dentro de la trama. Entonces me metí e investigué cómo funcionan las páginas en donde la gente comenta acerca de temas incómodos como por ejemplo la pederastia o la pedofilia, o páginas sobre violencia animal o donde la gente habla de deseo sexual hacia animanles. Obviamente no entré a ningún foro donde se estuvieran compartiendo materiales inapropiados, porque además esos foros están cerrados, uno no puede acceder a ellos fácilmente. Pero averigué cosas que me interesaban como el discurso. Había foros abiertos y en esos foros abiertos no se comparte material gráfico de ningún tipo, pero sí se comparten discursos. Y eso a mí me parecía fascinante, qué es lo que dicen las personas que están hablando sobre su deseo hacia niños, por ejemplo, cómo lo describen, qué palabras le ponen. Allí encontré manifiestos en defensa de la pedofilia, de la pederastia. Cosas muy extrañas que para mí fueron bastante sorprendentes y a la vez bastante tenebrosas, las encontré bastante tétricas algunas. Y era solamente palabra, y eso también me llevó a tener un espíritu delante de la escritura de la novela, porque me di cuenta de que la palabra era capaz de inquietarte muchísimo. No necesitaba ver ningún video, ni ninguna foto, que además no quería ver, porque ya solamente leyendo lo que esta gente ponía ya era lo suficiente herida. Me quedé mal durante algunas semanas por algunas cosas que leí. Fue una experiencia que no repetiría porque tampoco sabía muy bien adónde me estaba metiendo. Pero en ese momento sí me logró meter en un tono o mejor dicho en una realidad; darme cuenta de que la palabra era capaz de dañar también. 

«Pero yo vi que las manos le temblaban y supe que algo podrido había allí, que había un cadáver bajo la mesa de esa familia y que Lola se había acostumbrado al olor.»

—Nefando

Esta novela se publica en México recientemente (Almadía, 2019), pero tiene tiempo que fue publicada en otra editorial (Candaya, 2016), ¿qué cambió más radicalmente de esta percepción que tenías de ella en 2016 al presente? 

Pues primero tuve un cambio muy esencial que fue ser un poco honesta y decir que la novela vino de una situación tan personal como el darme cuenta de que una amiga mía había recibido abuso de parte de un miembro de su familia cuando ella era una niña. Esto era algo que yo no lo contaba. Había una sensación de culpa al no decirlo en el sentido de que estaba mintiendo. Cada vez que me preguntaban de dónde salía la novela yo decía una cosa que no era cierta. 

También me he dado cuenta con el tiempo de que decirlo es bastante importante, no solamente porque así le quitamos el tabú al tema de hablar sobre los abusos infantiles y no creemos que es algo que no ocurre o que ocurre muy poco. Sino que es algo que está pasando todo el tiempo y que además está en nuestros entornos cercanos y que a veces no se habla de ello porque la gente decide ponerle un velo encima al tema. Tuve varias personas que me escribieron cuando escribí Nefando para decirme que ellas habían sido abusadas y que comprendían mucho el tema del silencio en sus familias, las familias de ellas sabían y no les permitían hablar de eso. Y es muy tétrico el silencio. 

Yo diría que eso es lo esencial, el que yo pudiera tomar una actitud un poco más honesta y decir que vino porque yo tengo en mi entorno alguien que ha sido dañado de esa manera. 

Imagen: ABC / Lisbeth Salas