Los cuentos del cuentante

Jorge F. Hernández nos habla de los Cuentínimos, los Cuarentínimos y el Madrid que ve estos días

Ciudad de México (N22/Ana León).- Se abre la ventana de Zoom y aparece una silueta con una melena entrecana, más cana que entre, que se proyecta hacia el cielo (techo) y sigue hasta cortarse por el recuadro que ocupa la pantalla de zoom. De ella sale una voz que me dice, después de que me pide que le hable de “tú”, porque qué horror de “usted”, que cómo creo: —¿me tengo que peinar, verdad? Sí, me tengo que peinar, se responde. Le digo que un poquito. La silueta, que es sólo una silueta porque en este juego de luz que se hace cuando la pantalla ajusta sus claroscuros, ha quedado velada, vuelve a decirme: —Espérame, me voy a peinar.

Cuando regresa, Jorge F. Hernández me saluda de nuevo y me felicita, a mí y a este canal, por lograr lo imposible: que se peine. Así marca el tono de esta charla.

Jorge F. Hernández es puro cuento. No lo digo yo, me lo dice él como primera respuesta a mi primera pregunta, «yo soy puro cuento». Y el contar no es sólo profesión sino ritual de familia, tradición, pues. «Provengo de una familia donde el cuento es sinónimo de chiste o de chisme. Y somos muy recelosos del que no sepa contar bien un chiste, bueno, depende, porque hay güeyes que alargan el chiste y, en realidad, el chiste ya no importa, lo que es chistoso es cómo lo alargan. O si no sabes contar bien un chisme es muy mala onda, porque echas a perder algo tan sabrosos como un buen chisme, ¿no?» 

Nos reunimos porque el 31 de mayo puso fin a sus Cuentínimos de cuarentena [por ahora] y porque un par de semanas después Minerva Editorial anunció que publicaría éstos con un twist: Cuarentínimos de cuentena y en realidad aumentada. 

 «¿De dónde son los cuentantes?» Se pregunta el narrador de los Cuentínimos de cuarentena, en su última entrega de estos relatos fugaces con los que acompañó su encierro y el encierro de muchos durante sesenta días de esta cuarentena que parece infinita. Y algo parecido me pregunto: ¿de dónde viene este fueguito creativo del que nacieron tantos relatos y de dónde ese fueguito creativo del que nace la voz del personaje que los narra? Ahí es donde me saca que es puro cuento: «lo que pasa es que yo soy puro cuento, esa es la conclusión a la que llega la psiquiatría. Desde niño tengo libretas en donde hago dibujitos de personajes que siempre quedan pendientes de su cuento. A veces escribo los cuentos y les doy nombre y signo zodiacal a estos personajes.»

Luego me cuenta otra historia, porque en sus lecturas Jorge F. actúa sus cuentos con la voz. Me dice que su padre se llamó Jorge Hernández Ornelas y que en una época de su vida fue conocido como “Gargantilla” y que imitaba voces. «Trabajó en la XLG de León, Guanajuato, y luego trabajó en la XEW. Fue muy amigo de grandes artistas como Pedro Infante y José Alfredo Jiménez y el propio Cantinflas. Mi papá podía imitar todas las voces del mundo. Luego disque se volvió serio, pero seguía siendo muy imitador. Y yo creo que yo heredé esa manía.»

Y la herencia se ha extendido hasta sus hijos, según me dice, que también son muy imitadores. 

Aderazados con este juego en la voz, los Cuentínimos fueron decantando sus propias anécdotas. Una de ellas, me sigue contando, fue protagonizada por un pobre hombre argentino luego de que salió uno de estos relatos brevísimos dedicado a Cortázar. «Hubo un pobre hombre en Buenos Aires que fue al periódico Página 12 y que quería una copia de la grabación porque le parecía un hallazgo y un rollo maravilloso y le dijeron, es que no es Cortázar, es un gordo mexicano que vive en Madrid y está loco. Y ya se decepcionó ese pobre señor.»

A estas alturas, la historia detrás de los Cuentínimos de Jorge F. es conocida: una petición del director del Instituto Cultural de México en España (Madrid), donde reside, a la que luego le sucedió el acompañamiento de las ilustraciones de REP, el primer romance de esta cadena de sucesos. «Fue muy intenso, fue intensísimo. Tiene que ver esencialmente con el por qué somos amigos. Fueron sesenta días de un romance muy intenso porque lo que acordamos que es que yo escribiría el cuentínimo y él hacía el dibujo, pero al día siguiente él mandaba el dibujo y a ver si yo cuajaba el cuentínimo. El problema es que sí nos queremos mucho, pero los dos salimos bastante picosillos, porque yo le mandaba el cuentínimo faltando muy poco tiempo —porque todo era a contrarreloj— y a ver si era capaz de dibujar, por ejemplo, Las meninas de Velázquez, en los Cuentínimos se llamó los “Meninos”, que son unos güeyes que están en un taller mecánico y que les da por recrear el cuadro que está en El Prado. Y al día siguiente me mandaba unos dibujos… bueno, que de veras yo decía pero por dónde voy a salvar esto. Y ya no eran los Cuentínimos prefabricados, eran hechos específicamente para el dibujo. Y más cuando una mujer, que es su mujer, que se llama Berenice Sotelo, empezó a filmarlos desde arriba. Ahí ves la maravilla que es usar el agua, la acuarela, él no usa lápiz, no hace borrador; en uno usó el fuego y se quemó el dibujo y solamente existe en el video. Por eso me parece una locura que Minerva Editorial quiera publicar el libro con esto que llaman la realidad aumentada.»

Y al mencionar esto, me lleva al siguiente romance desencadenado con los Cuentínimos. Pues esta es una empresa editorial en la que no sólo se mezcla el papel y la tinta, sino que se suman los videos y una musicalización especial hecha por Zuaraz y, como él bien menciona, en realidad aumentada. Lo que es toda una nueva experiencia en su quehacer como escritor, porque aunque ya tiene bastantes años publicando libros y sometiéndose a la experiencia que significa la edición de uno, me dice que no tenía idea de la realidad aumentada, que es muy decimonónico, «yo pertenezco a la generación de los libros en pergamino.»

Acercándonos ya al final de este encuentro, Jorge F. me dice que para él esa nueva experiencia editorial es una epifanía, «la epifanía consiste en que para un orate como yo que hace voces, incluso cuando está escribiendo, aquí ya se abrió una ventana para poder hacer el experimento con otros textos» desde la trinchera de la edición independiente. Y aunque está agradecido con las editoriales grandes que lo han publicado e intuye que es el libro electrónico por dónde también podrán tener salida sus libros, ahora también sabe por dónde  puede colar sus imaginerías, como él las llama. «Y aunque yo soy muy de escribir en papel y hacer mis dibujos a línea, yo sé que va a ser muy divertido si otros se atreven a grabar su voz.»

Su localización geográfica, Madrid, nos ofrece otra mirada de cómo se vive la pandemia. Ahora allá inician la desescalada, pero muy al principio estaba temeroso, me cuenta, mezclando su humor con el impacto que esta pandemia ha tenido en él, «porque volví a fumar, llevo dos infartos, porque tengo sobrepeso, soy un cetáceo, a pesar de ser metrosexual. Me dio mucho miedo que Madrid empezó a oler a muerte; Madrid estaba vacío, muy triste.» 

Frente al regreso, al estar afuera moderadamente, se ha topado con la comprobación física de las ausencias, aquellas personas que perdieron familiares, amigos; el cierre de una librería a tres calles de su casa y «veo que hay un notable número de personas que no están haciendo caso en Madrid y que probablemente no nos permitan entrar a la siguiente fase porque no se están tapando la boca y no están respetando el distanciamiento social. Hay un saborcillo, por lo menos aquí en España, de que nos van a volver a confinar. Con lo cual tengo que amenazar que si eso sucede, va a haber otro tambache de Cuentínimos