La frontera es un tema interminable. Una línea física y política que ha provocado muerte, violencia y separación. Tema abordado en una muestra de Guadalupe Rosales en el Museo del Chopo
Ciudad de México (N22/Ireli Vázquez).- Guadalupe Rosales nació en California, quizá por destino. Su mamá había tomado la decisión de irse de Michoacán a Los Ángeles, California, cuando ni siquiera ella estaba en planes de venir a este mundo. Tiempo después, su mamá fue deportada a México, estaba embarazada de ella y su hermana era apenas, una recién nacida.
A Guadalupe le han tocado vivir transiciones fuertes. Teniendo como ejemplo la experiencia de cruzar la frontera y el ver a familiares morir por la delincuencia, ha presentado proyectos de archivo como Veteranas & Rucas y Map Pointz, con los que ha logrado llevar al público una autorepresentación y visibilización entre que es lo bueno, lo malo, lo bonito o lo feo.
Ahora Guadalupe, tras muchos años de vivencias, encuentros afortunados y otros no tantos, presenta El rocío sobre las madrugadas sin fin, en el Museo Universitario del Chopo de la Ciudad de México. Una exposición dedicada a los “marginados”, como ella les ha llamado. Lo que busca es llevar de una manera distinta esa otra realidad de la cultura mexicana americana del Este de Los Ángeles, principalmente durante la década de los noventa.
«Mi madre y yo hablamos mucho de esa experiencia, de cruzar la frontera y como han cambiado las cosas y que todo se ha puesto más difícil. Tengo un hermano que nació en Michoacán y cuando él tenía cinco años cruzó la frontera con los coyotes, sin mi madre y sin nadie que lo conociera, él creció en Los Ángeles, fue a la escuela, trabajó, estuvo con nosotros y cuando cumplió aproximadamente veinte años, se metió en una pandilla y lo arrestaron, estuvo tres años en prisión y después lo deportaron a Tijuana, y no tenía ningún conocido ahí porque toda la familia estaba “del otro lado”. Él realizó su familia en Cabo San Lucas, pero muchas veces me contó historias de que siempre se sintió solo, que no se sentía de ahí, que, a pesar de ser mexicano, siempre se sintió rechazado», mencionó en entrevista la artista.
¿Y cómo no sentirse «marginado” si en aquel lugar en el que se podría sentir resguardo o apoyo al tener la misma nacionalidad, se siente una mezcla de desolación y desaprobación? Es justo con ese sentido que la artista busca hacer un tributo a quienes han sentido un rechazo de la sociedad, que murieron por la violencia y que la misma sociedad olvida y deja de lado.
A través de un conjunto de fotografías, flyers, reliquias y documentos, Guadalupe Rosales encara el luto, el trauma y la nostalgia de los que quedaron atrás.
«Cuando noté la realidad e importancia de estos temas fue cuando tuve una exposición en Kansas, una señora se acercó a mí junto con sus hijos y me mencionó que siempre le hablaba a sus hijos y esposo de cómo había crecido, de todo lo que había vivido. Y ahí me di cuenta de que no era la única, que lo que yo he vivido es real, que las cosas pasaron y que las fotografías que están son las que siempre he tratado de explicar, y pienso que tener esos archivos, esas fotografías y documentos es como decir que sucedió, que es real», mencionó.
Guiada por un impulso por crear contra-narrativas, Rosales cuenta historias de las comunidades a través de archivos oficiales y memoria pública. Preservando artefactos y recuerdos, el trabajo de Rosales deconstruye y replantea historias marginales, ofreciendo plataformas de autorrepresentación. Plataformas que se hacen a través de la donación y socialización de sus fotografías, las mujeres abrazan su historia con orgullo y empoderamiento.
«Cuando hablamos de las cosas en común entre México y los Estados Unidos es la frontera, que a final de todo es lo que nos separa y con el arte que yo hago, las plataformas que yo he creado, es como borrar esto y el objetivo es crear puentes y no fronteras, para no dividirnos, para tener cosas en común de las cuales hablar, y también historias de mujeres.»
Imágenes: Museo Universitario del Chopo