Óptica de sangre

Desde el pasado 2 de mayo, el Museo Tamayo exhibe la obra de la noruega Ida Ekblad, residuos del presente y del pasado desbordan un comentario sobre el valor del tiempo, la caducidad de los materiales y la cultura popular

Ciudad de México (N22/Redacción).- La obra de Ida Ekblad (Oslo, 1980) se ha influenciado de trabajos como el de Odilon Redon, Paula Modersohn-Becker, Marie Laurencin, Paul Thek, Harriet Backer, Florine Stettheimer, Helen Frankenthaler, los talleres vieneses Wiener Werkstätte y las artesanías nórdicas. Imágenes y objetos del presente se mezclan para voltear a la historia del arte moderno y para voltear a temas como el tiempo y el trabajo.

En su obra más reciente, estudió archivos históricos que recuperan fragmentos de vajillas antiguas de barcos hundidos en Noruega, así como piezas en croché, y los incorporó a un cuerpo de obra que incluye pintura y escultura. En la obra que exhibe en el Museo Tamayo, desde el pasado 2 de mayo, Ekbland «produjo una nueva serie de pinturas de gran formato en las que emplea colores brillantes y una técnica que ella llama Puff Paint (pintura textil inflada), la cual se ha convertido en una suerte de sello distintivo. Su procedimiento es emplear calentadores industriales dentro de su estudio para hacer que la base plástica del material reaccione al calor, creciendo hasta dar una apariencia de relieve o 3D.»

Blood Optics, como se titula la muestra, también incluye esculturas, piezas en las que no sólo se mira al pasado para hacer un comentario del presente, sino que son los residuos del propio presente, objetos que son olvidados en el tiempo, desechados, como un carrito de súper, redes de plástico y bolsas, las que dan cuenta del detrito de un presente continuo.


«Para la exposición Blood Optics, Ekblad ha generado una serie de obras nuevas, como la escultura monumental Pools and Curves, que se ubica en los jardines del museo y que alude directamente a la cultura skate al unir dos elementos básicos para esta práctica: las albercas vacías y las aceras curvas.»

Ida titula sus obras como los poemas que ella misma escribe, que llega a esconder dentro de sus pinturas o que convierte en canciones, pero que nunca se manifiestan de forma evidente en el trabajo hecho. Las dos narrativas por las que da salida a su ánimo artístico se fusionan sin que el espectador, tal vez, lo note.