La escritora habla sobre el sentido de seguir escribiendo novelas en el siglo XXI y sobre la permanencia de las ideas
Guadalajara (N22/Huemanzin Rodríguez).- «Estuve entre las diez finalistas, lo que me llena de contento porque sé que participaron muchas novelas, ya no quedé en las primeras cinco. Y vine para participar en la discusión de la novela.» Las anteriores son palabras de Mónica Lavín, escritora y periodista mexicana, autora de novelas como Café cortado (2001), Hotel Limbo (2008) y Las rebeldes (2011), que estos días participa en la III Bienal de Novela Mario Vargas Llosa.
¿Cuál es el papel de la novela en nuestro tiempo, en este momento del siglo tan confuso, tan oscuro, tan intolerante del otro? Y el tema es la frontera, fronteras y puentes. Me parece que la literatura es el espacio (estamos hablando del mundo de las letras en español), donde vernos los unos a los otros, donde confrontar ideas y estas propuestas de mundos que analizan, que exhibe, cuestiona o ve al corazón, al pedazo de siglo que a cada uno de los autores le toca vivir. Es poner a la novela en el centro y hacer de la literatura la fiesta de la hermandad en el sentido de que no debemos de pensar igual, pero debemos escucharnos, compartir nuestras visiones del mundo. Creo que es nuestra oportunidad para hacerlo.
Estuve en Lima en la edición anterior y vi que la asistencia era muy poca, y hoy sé que hubo becas para estudiantes de diversas partes del país, me parece que se abre una oportunidad al diálogo y una posibilidad, no de que se conviertan en escritores, pero sí de que se acerquen a los libros, a los escritores y encuentren que no hay una frontera para el lector frente al libro, sino que el libro se vuelve una experiencia de vida para enriquecerla, para que podamos, de alguna manera, tener una estatura moral, imaginativa, cuestionadora frente al mundo y el pedazo de siglo que nos toca vivir.
A finales del siglo pasado, Carlos Fuentes organizó un encuentro titulado la Nueva geografía de la novela. Al mirar el desarrollo de la literatura en América Latina ha sido la identidad, la geografía ficticia, la que permite, entre otras cosas, que suceda lo que conocemos como el boom. La siguiente generación de escritores no necesariamente contaban historias que ocurren en estos territorios. Ahora cuando lo que mejor hemos globalizado es el miedo, ¿cuál es el sentido de seguir escribiendo novelas en América Latina en el siglo XXI?
Ahora la ciudad, el espacio donde ocurre la escritura, es el propio autor, esto llamado la autoficción. Es muchas veces el autor y la documentación, ficcionalizada, tu experiencia de vida. Parece que la experiencia de vida personal es la nueva geografía de lo que se está escribiendo, en muchos sentidos se ve eso.
Incluso con la ganadora del Premio Sor Juana en la FIL del año pasado, una de las novelas que concursa ahora también es así.
Pero, ¿cuál es el sentido de la novela? Yo creo que tiene que ver con las preguntas que nos estamos formulando. Yo no puedo dejar de hacer preguntas. Yo que vengo de la ciencia donde siempre nos hacemos preguntas, encontré que las preguntas más interesantes tienen que ver con la ambigüedad de la condición humana, con la fragilidad, la grandeza, la identidad, ¿quiénes somos frente a esto?, ¿quiénes somos frente a este mundo tan cambiante?
A veces creo que es más cómodo, y lo he sentido yo en el caso de mi escritura, lo histórico porque te vas a otro tiempo y tienes una distancia que te permite ver con cierta objetividad o desapego emocional, pero cuando escribes, por ejemplo, de algo más frecuente como en mi última novela Cuando te hablen de amor, sobre lo que hoy está pasando sobre nuestras relaciones de pareja, sobre el amor y los nuevos pactos. Así como la escritura, ¿qué sentido tiene hacer una vida en común? ¿Qué sentido tiene negociar, ver hacia un mismo lado?
Las preguntas a mí me siguen moviendo. Mientras haya un lector, hay un sentido para mí. Mientras haya alguien a la otra orilla ya abrimos un diálogo. Creo que la novela no es lo mismo que un artículo donde compartes algo con cierto propósito o intención de claridad, en la novela lo que quieres es compartir una mirada del mundo a través de los personajes, también una incertidumbre, y tratar de dar una luz en la oscuridad de esto que somos como individuos o como sociedad, de los anhelos persistentes que nos hacen estar aquí, en la necedad de escribir y leer novelas.
En esto de la historia que dices, pienso también en la autoficción, en tú adolescente en La línea de la carretera, en EEUU.
¡Cómo ha cambiado todo! El mundo era otro, escribíamos en cartas. Y lo noto todo el tiempo, cómo nuestros modos de vida han cambiado.
Quizá escribir un cuento es detener algo para intentar que no se te escapen las emociones esenciales, las búsquedas esenciales, creo que es eso, porque muda la forma, pero hay algo que a veces siento que se nos está perdiendo que es una con uno mismo y con los demás.
Sobre el reclamo por la equidad de género en la Bienal, ¿qué opinión tienes?
Me sorprende. Primero porque entre las finalistas, cuando eran diez finalistas, eran más o menos cuatro mujeres seis hombres. No es que hubiera un sesgo. Y no podemos hablar en el arte de equidad de género para todo. Yo creo que no. Oportunidad sí, insistir en la presencia y participación, ¡desde luego! Pero no de los finalistas, depende de tantas cosas que tienen que ver con la calidad de la escritura, pero también de la conjunción de análisis que hacen los miembros del jurado.
Imagen: Bienal MVL / © Susana Rodríguez