El impulso de Gris Tormenta

Una charla con Jacobo Zanella, uno de los fundadores de esta editorial, con sede en Querétaro, que nos habla sobre los libros que publican y los retos de sumarse a la oferta de sellos independientes

 

Ciudad de México (N22/Ana León).- Hace un par de días, a propósito de la FIL Guadalajara, el diario El País, publicó un reportaje acerca de la situación de las editoriales independientes en México que tituló: “Las editoriales mexicanas, al borde de la asfixia”. Calificaba a éstas como un industria excesivamente dependiente del dinero público y a éste como uno de los peores años, mucho de esto por el poco ejercicio presupuestal y el paro a “todos los programas de estímulo al libro”, como dijo Diego Rabasa, uno de los editores de Sexto Piso, en entrevista en dicho artículo. Sin embargo, el cierre de la FIL registró una asistencia de 819 mil 725 personas, cifra nada despreciable, y la participación de 2 mil 280 editoriales de 47 países, esto de acuerdo a un documento tuiteado por su presidente, Raúl Padilla. Es decir, que aunque el panorama se torna un tanto gris, el impulso por publicar se mantiene. Supongo que lejos está la tan cantada muerte del libro.

A este impulso se unieron Mauricio Sánchez y Jacobo Zanella con Gris Tormenta, “un taller editorial que imagina, edita y publica libros que reflexionan sobre la cultura y el pensamiento contemporáneo.” Y que aunque ya tenían un camino andado en la ciudad de Querétaro con éste proyecto editorial y antes con Sé, taller de ideas, hace un par de semanas se presentaron formalmente en la Ciudad de México, en un espacio que también apela a la permanencia del libro y que donde, la verdad, sólo se encuentran buenos libros, la librería La Murciélaga, en la colonia Narvarte. Para conocer más sobre esta apuesta, charlamos vía mail con Zanella.

¿Por qué publicar libros? Dicen que un acto casi suicida es fundar una editorial, casi como vivir con la espada de Damocles amenazando el cotidiano.

Tenemos otra editorial en la que llevamos diez años publicando, sobre todo, libros y revistas culturales. Aunque creamos contenidos textuales —y les damos mucha importancia—, son publicaciones que tienen un peso visual y fotográfico muy fuerte. A algunos de esos títulos les ha ido muy bien en las librerías, y eso nos permitió crear este nuevo sello, Gris Tormenta, que inicia en el otro extremo del espectro editorial: con ensayos y memorias.

Por otro lado, en las editoriales literarias, publicar siempre es una respuesta a leer, me parece. El acto de lectura puede ser tan intenso que necesita una salida —aunque no siempre: la lectura también puede asentarse pacíficamente en la memoria sin necesitar más. Creo que hace unos años nos encontramos de pronto en un momento en que nuestras lecturas y nuestra obsesión con la literatura, los libros y la edición deseaban encontrar una salida a través de la edición propia, a través de una editorial propia.

Fundar una editorial como Gris Tormenta es «un acto sin fines de lucro». Al menos en los primeros años es así —si es que sobrevivimos más de unos años. Un proyecto como este se hace por razones completamente distintas, que no tienen nada que ver con los objetivos de otro tipo de empresas o proyectos. En un presente hipercapitalista, sí, es un acto suicida, pero en nuestra concepción es un acto imaginativo —¿quizá lo opuesto al suicidio?

¿Qué narración buscan crear con los libros publicados?

Tenemos dos colecciones: Disertaciones y Editor. Los títulos de Disertaciones son antologías alrededor de un tema debatido por un grupo heterogéneo de voces o alrededor de una pregunta que sugiere una disertación colectiva. Proponemos «textos polifónicos» que intentan definir un concepto que elude la definición. Aunque los fragmentos pueden leerse individualmente, creemos que es en el conjunto donde reside la fuerza de la discusión y la relevancia de la idea. Tenemos cuatro títulos publicados en esta colección y estamos trabajando en los que aparecerán en 2019.

En la colección Editor encontramos testimonios en primera persona que descubren los distintos procesos que existen antes de que un libro sea abierto por un lector. Son memorias y ensayos dedicados a los múltiples oficios de la edición: crítica, retórica y filosofía literaria; creación, composición, traducción y edición. Raros hallazgos e historias originales sobre las grandes ideas que suceden en el backstage de la escritura y la industria del libro en el mundo. Sólo hemos publicado un título en esta colección, pero vienen más. Pensamos en ellos como una exploración literaria desde la curiosidad: ¿cómo podemos compartir con el lector los misterios y los placeres, largos e inesperados, que hay en el proceso de hacer un libro?

Reflexionan sobre la cultura y el pensamiento contemporáneo, son temas amplísimos: ¿desde dónde?, ¿cómo hacerlo?

Desde la lectura; desde la atención a lo que nos habla como lectores y espectadores del mundo; desde la curiosidad. Queremos compartir nuestros hallazgos y nuestras dudas con los lectores; creemos que en ese acto hay una propuesta de diálogo, de un punto de vista. Deseamos que nuestros títulos amplíen y profundicen la curiosidad del lector: no queremos dar una respuesta a nada, sino nuevas interrogantes o metáforas. Asomarnos juntos, editorial y lectores, a unas profundidades que tal vez habíamos pasado por alto o que habíamos visto desde perspectivas repetitivas. ¿Cómo se construye un mundo desde la imaginación? Es por eso que más que descubrir nuevos autores, buscamos nuevas discusiones sobre dudas que pueden ser muy actuales —o nuevas lecturas de textos que ya existen, pero que no han sido editados de esta manera.

Por ejemplo, En tierra de nadie habla de la migración y el exilio —uno de los temas contemporáneos más discutidos—, pero lo hace con dos grandes distinciones: desde la memoria, no desde el periodismo o el análisis sociopolítico, y con una aproximación un tanto atemporal: aunque en el libro hay migraciones de la última generación, el tono es el de una migración siempre presente en la historia compartida del mundo. Es decir, que a través de los once textos de esa antología podemos encontrar el peso de la Historia en lo contemporáneo. Eva Hoffman, por mencionar uno de los ensayos, habla de la pérdida del lenguaje en el proceso migratorio, pero no desde un punto de vista teórico o lingüístico, sino cultural y personal: narra la experiencia de perder su lengua, y lo que eso significa para una escritora. O el texto de Matthew McNaught, que habla de un sirio huyendo de la guerra y refugiado en Alemania, y lo único que hace es dudar, arrepentirse: después de ese viaje casi imposible lo único que piensa, lo único que desea es regresar a Siria —y al final lo hace. ¿Pero por qué? ¿Podemos imaginarnos esa sensación?

Cada libro es la respuesta a una pregunta, a una idea o a un debate originado por la misma editorial. En el caso de este libro, leíamos mucho sobre migración, pero nada que nos hablara directamente a nosotros, nada que contestara nuestras dudas. Así que decidimos hacer En tierra de nadie, el libro que nos hubiera gustado encontrar en una librería, que intenta responder a las preguntas: ¿cómo se vive el proceso migratorio individual? ¿Se puede describir?, ¿con qué palabras? ¿Cómo contar esa distancia, tan literaria, que separa el primer deseo del migrante de su realidad última en el país destino? Creemos que esta aproximación a la migración nos hace entenderla de una manera mucho más cercana.

¿A qué público buscan dirigirse?

Creemos que el mejor lector es el lector literario, el que lee por el placer de la imaginación. En nuestros libros ponemos la misma atención al todo que al detalle, porque sabemos que hay ciertos gustos editoriales que ese lector sabrá encontrar. Los libros están hechos así, para dar esos placeres a quien los busca. Un ejemplo de ello son los textos que como editorial construimos alrededor del libro: hay mucha investigación detrás de cada título, pero también juego y experimentación. Suelen terminar como anexos, notas, índices o textos breves que dan contexto a un tema o a un autor, pero nunca con un tono académico, más bien explorativo.

A veces se piensa que la imaginación que busca ese lector está solo en la ficción, en la novela, pero sabemos que no es así, que puede estar en todos los géneros, desde el periodismo literario hasta la autobiografía. Perder el Nobel, por ejemplo, es un libro que a primera vista trata sobre la traducción. Es una traductora contando una historia sobre no traducir a Alexiévich. Pero eso es solo una pequeña parte del libro. Nos encontramos con la gran fuerza que ejerce en ella la literatura rusa y los recuerdos de su vida en las antiguas repúblicas soviéticas. Leemos sobre su vida personal, sobre sus dudas. Nos encontramos con que es también, y sobre todo, un ensayo sobre lo que significa perder, arrepentirse y recordar. Y eso es universal, es un pequeño clásico. Es un libro que podrá disfrutar un traductor, claro, pero igual que lo puede disfrutar un lector general.

¿Hay libros tema que comisionan y otros que buscan?

Sí, depende del tema. Cuando queríamos hacer Lo infraordinario sabíamos que teníamos que comisionar todos los textos, pues la idea era sumamente específica y nadie había escrito sobre ese concepto como nosotros lo estábamos imaginando. Se reprodujo un ensayo del escritor francés Georges Perec al inicio del libro, seguido de dieciséis textos que hacen algo con ese ensayo, algunos lo rodean, otros lo contradicen, otros juegan con él. El libro nace de la idea de que nuestro mundo personal se construye con idiosincrasias, no con grandes acontecimientos; con la suma de detalles minúsculos, ordinarios, pocas veces extraordinarios. Le pedimos a esos dieciséis autores que se asomaran al proceso de construcción de ese mundo, filtrado a través de lo infraordinario, el gran leitmotiv que está en toda la obra de Perec, uno de nuestros autores predilectos. Al final el libro puede leerse también como una gran metáfora del proceso creativo de la literatura contemporánea.

En contraste, los textos de En tierra de nadie ya existían, ya los habíamos leído, solo tuvimos que recordarlos, recopilarlos, escogerlos, ordenarlos y pedir los permisos para su inclusión en el libro. Parece mucho más fácil que comisionarlos, pero no es así: hay que traducir, adaptar, encontrar a autores desaparecidos y lidiar con un sistema de transferencias bancarias que te transporta a los años setenta. Y eso toma meses.

En cualquier caso, son libros que «se diseñan» en la editorial antes de existir. Cuando comisionamos los textos, el libro puede resultar muy distinto a ese diseño previo que habíamos imaginado. Cuando trabajamos con textos existentes, se parece mucho más.

¿Cómo hacer frente a la distribución? Lo menciono porque es casi el talón de Aquiles del mundo de los impresos.

Sí, es la parte que la editorial puede controlar menos. Y si en veinte años tenemos una nueva editorial, seguramente seguiríamos con ese problema. La mayoría de los distribuidores y las librerías tratan al libro como mercancía, como cualquier otro objeto que tiene una etiqueta con precio. Tenemos que encontrar la manera de trabajar con ellos, y es muy difícil, es una contradicción muy grande. El backstage de la distribución del libro es exactamente lo opuesto a lo que un libro significa, y las editoriales como la nuestra son tan pequeñas que generalmente son las mismas personas las que tienen que lidiar con ambas cosas —edición y distribución. ¿Cómo se logra eso? Para mí es una tortura. Afortunadamente, tenemos cada vez más opciones de librerías y distribuidores «literarios» que parecen estar mucho más en sincronía con editoriales como Gris Tormenta. Nos aliamos con ellos, pero no es suficiente, ni juntando las fuerzas de todos es suficiente a veces. El estado del mercado es desalentador a un grado obsceno. A veces pienso que el libro llegará a su lector a través de caminos y coincidencias totalmente imprevisibles.

La importancia de que radiquen en Querétaro, de descentralizar la oferta editorial.

Querétaro tiene una influencia en la editorial, pero creo que es más imaginativa que real. Desde el nombre, Gris Tormenta, ya hay una búsqueda, un intento de paisaje, un deseo atmosférico que la ciudad no tiene. Esa atmósfera estimulante la buscamos en los libros que leemos y queremos transmitirla en los libros que hacemos.

La ciudad también nos da pausas y ritmos, silencios y ocios prolongados que en una ciudad más grande quizá sean más difíciles de encontrar o alargar. Esas pausas ayudan a la edición, a hacer libros con lentitud, a hacer pocos libros, pero hacerlos con intensidad, que también es una de nuestras peculiaridades.

Hablando de aspectos más prácticos, es más difícil y más caro hacer libros con una distancia de por medio. Las complicaciones logísticas, por ejemplo, se duplican —en el mejor de los casos. Tal vez es por eso que las editoriales llamadas locales o regionales en general no viajan bien, y las «nacionales» sí aparecen en otros estados y otros países. La geografía es destino, como alguien apuntó ya.

Se sigue hablando de la muerte del libro, de los impresos, pero cada vez hay más editoriales independientes y más libros publicados.

Cada vez tenemos «más democracia, más igualdad, mayores oportunidades» y al mismo tiempo menos crítica, menos tiempo, menos discernimiento. Más técnica y bienestar, menos vida interior y filosofía. Más multitud, menos individuo. Más objetos, pero menos placeres. En fin, más cantidad y menos calidad. En ese caos de menos y más, están los textos que flotan intocables sobre la insoportable burocracia de la realidad, y que nos ayudan a soportarla o adormecerla. Están las editoriales que se empeñan en seleccionar, preservar, transmitir y poner al frente esos libros escritos hace veinte años o veinte siglos y que siguen construyendo ese trazo continuo de pensamiento que une a cualquiera que lo toque con el resto de los hombres que han vivido.

Sobre la muerte del libro, me gusta mucho una reflexión que hace el gran editor estadounidense Lewis Lapham. Dice que la discusión de la muerte del libro impreso está por todos lados, pero insiste en que hay un error de percepción, que estamos confundiendo el contenedor con el contenido, como lo hicieron los «iluminados del siglo XV, que veían en la imprenta de Gutenberg la marca y la presencia del demonio». Es decir, que la sociedad debe preservar la palabra como metáfora de un pensamiento libre, de una conciencia colectiva. El peso debe estar en la fuerza de las palabras, no en su empaque. Y la discusión se está centrando en el empaque, en la forma del empaque, no en la calidad de sus contenidos.