En la tierra de nadie, Yo tuve un sueño. El viaje de los niños centroamericanos a Estados Unidos y Los niños perdidos nos sirven para acercarnos a este tema, el gran tema del siglo XXI
Ciudad de México (N22/Ana León).- Somos una sociedad hostil. Una geografía hostil. Sin embargo, en días pasados cuando caminaba por calles de La Habana, una cubana nos dijo a mis amigas y a mí: “los mexicanos son muy buenos, siempre nos traen cosas, dulces”. Y me quedé pensando, ¿en verdad lo somos? Hay un doble discurso, uno hipócrita que se lamenta por los actos de racismo de afuera y que ignora los de adentro. Este discurso xenófobo se cuela con más fuerza cada vez y la llegada de la Caravana Migrante a nuestro país reveló mucho de él, sino es que ya se había manifestado con fuerza desde antes. Las declaraciones del presidente municipal de Tijuana, Juan Manuel Gastélum, contradiciéndose en entrevista con Carmen Aristegui. Tratando de ser políticamente correcto ante un hecho que se percibía también lo incomodaba, le molestaba, refieriéndose a la llegada de esta caravana al territorio que gobierna como una “problemática”. Entonces, ¿somos buenos? Tal vez esa no sería la pregunta sino más bien el reconocer que nuestra sociedad es racista e intolerante. Ya bien lo decía el escritor portugués nacido en Angola, Gonçalo M. Tavares: “El instinto de supervivencia tiende a la violencia, no a la paz. El hecho es terrorífico, perverso, y hasta cierto punto echa por tierra la idea de idea el hombre como especie bondadosa que recorre el mundo sobre sus máquinas, distribuyendo bondad.”
Para algunos, la llegada de migrantes amenaza esa supervivencia y esa creencia mal entendida es suficiente para justificar respuestas hostiles, para hacer del espacio que habitan una geografía igualmente hostil como aquella de la que huyen los migrantes que integran ésta y otras caravanas, que son expulsados de su país por la extrema violencia. Hay gente buena y mala en toda las categorías en las que se ha enunciado a la humanidad, porque no se entiende igual “exiliado” y “migrante” aunque para ambos sean la violencia y la vulnerabilidad de su seguridad lo que los ha llevado a desplazarse. Los primeros reciben protección, apoyo, amistad en muchos de los casos; los segundos, como los que integran la caravana, son repudiados o repelidos aun cuando el objetivo de ambos sea el mismo: “vivir mejor. Vivir”, como escribe Alberto Arce en el epílogo del libro de Juan Pablo Villalobos, Yo tuve un sueño. El viaje de los niños centroamericanos a Estados Unidos, que este fin de semana se presentó en la FIL Guadalajara y cuya presentación fue interrumpida por una espectadora que reclamaba y acusaba la presencia de migrantes en el país, en su entorno cercano. Un discurso, parecido a muchos otros, alimentado por la explotación mediática del miedo al otro.
La historia universal es la historia de las migraciones, del movimiento, es también una historia de la búsqueda de identidad y de pertenencia. Y es justamente el libro de Villalobos el primero de los tres textos a los que acudimos para entender un poco más acerca de la migración, porque leer nos permite entender, o por lo menos eso he creído hasta ahora. Los libros son una herramienta para reflexionar acerca de un tema desde diferentes puntos de vista, desde diferentes voces. Aquí, Villalobos acude a las herramientas del periodismo narrativo y de los géneros literarios para contarnos la historia de niños y jóvenes cuyas madres han abandonado su país de origen –El Salvador, Honduras y Guatemala– buscando una oportunidad para vivir mejor, para ellas mismas ofrecerles a sus hijos tan solo eso: una oportunidad. Es interesante este hecho, que de manera fortuita o no, los testimonios que aquí son recogidos tienen en común, la mayoría, además de las razones por las que estos chicos son expulsados de su país –la violencia, las maras, la falta de oportunidades– el hecho de que sean las madres las que hayan salido del país y a las que vayan a buscar, con las que esperan reunirse. En las diez historias que aglutina este libro están los recuerdos de estos chicos que reflexionan sobre su propia situación, los motivos por lo que se van, por los que no pueden quedarse y enuncian los momentos en lo que pensaron que iban a morir, que son varios. Pero está también el pensar que es mejor “morirse en el camino” que quedarse.
Además del valor testimonial, el libro arroja cifras contundentes: En los últimos cinco años han llegado a EEUU 189 mil menores centroamericanos no acompañados que buscan reunirse con su familia. Según datos para 2017 de la Oficina de Reubicación de Refugiados de los Estados Unidos, el 90% de los menores no acompañados son enviados con familiares en Estados Unidos tras un periodo medio de 41 días en detención. La migración es el gran tema de los últimos cinco años, o más.
Otro libro que aborda el tema, el de los menores haciendo el viaje solos rumbo a Estados Unidos, es Los niños perdidos, de Valeria Luiselli, que si bien no se editó este año sino en 2016, este 2018 la escritora fue reconocida con el American Book Award por este ensayo. Aquí, Valeria, desde su trabajo como intérprete en la Corte Federal de Inmigración, en Nueva York, recogió de primera mano las impresiones y detalles, lo realmente importante que escapa a los encorcetados cuestionarios, de cómo, por qué y para qué estos menores de edad emprenden un viaje que saben puede costarles la vida. Ella misma escribe desde su posición como migrante que ha solicitado la Green Card. Escribe también de la forma en que se enuncia al migrante, la ambigüedad de las palabras que se utilizan para nombrarlo y la forma en que éstas lo determinan, lo liberan o lo condenan.
La editorial queretana Gris Tormenta, que recientemente presentó su catálogo en la Ciudad de México, aborda la migración y el exilio con una serie de ensayos contenidos en el libro: En la tierra de nadie, este limbo o no-lugar como lo llama Arce en el libro de Villalobos. Acá somos testigos del sentido de pérdida que se tiene al emigrar. ¿Qué representa la palabra “hogar”, el lugar “hogar” para estos migrantes? En el libro se presentan una serie de ensayos o fragmentos de ensayos de diferentes autores, entre ellas la feminista Chimamanda Ngozi Adichie, “A mis queridos compañeros negros”, una suerte de guía irónica para todos aquellos afroamericanos que llegan a EEUU que enlista lo que debe ofenderlos del lenguaje “racista”, las costumbres para no parecer tan foráneo, y sobre todo la homologación cultural ejercida en el uso de la palabra “negro”.
Páginas más adelante, Eva Hoffman, hija de padres judíos sobrevivientes al Holocausto, se cuestiona sobre la homogeneización estética de Europa del Este con Occidente, sobre el choque cultural, sobre el exilio, sobre lo que significa salir del país de origen, irse, moverse. Se cuestiona sobre aquello que representaba el hogar. Tras salir de Polonia, ha vivido en diferentes países, como Canadá, EEUU e Inglaterra, ¿en dónde está ahora ese hogar? Como huésped de otra geografía y de otra cultura, piensa en la relevancia del lenguaje de la propia y la manera en que ésta nos determina: “No somos nada más –ni nada menos– que la memoria codificada de nuestra herencia.”
¿Por qué y adónde emigramos? es la gran pregunta. Y si bien la respuesta es que lo hacemos desde tiempos inmemoriales, la violencia ha condenado a miles a dejar su país de origen, su historia de vida, su hogar, para insertarse en un no-lugar, una indefinición migratoria que en medio de la catástrofe, resulta ser un mejor lugar.
Imagen: © Anna Surinyach