La “Biblioteca Roja Mexicana”, un proyecto de antropología forense y reconstrucción de la memoria

El desentierro de libros prohibidos durante la dictadura de Videla en Argentina detona preguntas como: ¿Y qué se hace con estos libros?, ¿qué son?, ¿es el testimonio de la destrucción, de la violencia?

 

Ciudad de México (N22/Ana León).- A finales de 1975, Dardo Alzogaray y Liliana Vanella, historiadores de profesión, radicados en Córdoba, Argentina, comienzan a darse cuenta que las cosas van mal y que ellos como sus amigos empiezan a correr peligro. Argentina está a punto de adentrarse en su última dictadura cívico-militar que tras ser derrocado el gobierno de María Estela Martínez de Perón dejó al frente del país a Rafael Videla, en el llamado Proceso de Reorganización Nacional. Sucedió entonces que como en todo proceso dictatorial y de represión, las ideas son perseguidas. Tanto Dardo como Liliana vieron en sus libros un factor que los ponía en riesgo, es por ello que antes de partir exiliados a México, deciden enterrarlos.

El hijo de este matrimonio, Tomás Alzogaray (artista visual), creció con esta historia, el relato de aquellos libros enterrados en el patio de aquella casa en Córdoba, en el barrio de Villa Belgrano. Luego, años más tarde conoció a Gabriela Halac (editora) cuya historia no era muy diferente a la suya: su padre, parte de las juventudes comunistas, también había llevado a cabo este ritual pero en un tono más radical: él los había quemado, había desaparecido por completo su biblioteca aunque muchos años antes, en 1963.

Tras la reapertura democracia en el año 84, la familia volvió a Argentina e hizo un intento por recuperar aquellos libros, ver si la tierra había dejado algo de ellos, pero aquel intento no tuvo buenos resultados, para ellos casi un centenar de libros se habían perdido. Cuarenta años más tarde, tanto Tomás como Gabriela decidieron hacer de este relato casi “fantasmal” la base de un proyecto de antropología forense y reconstrucción de la memoria.

El desentierro de la Biblioteca roja inició en enero de 2017, pero antes, por su parte Gabriela Halac, quien junto a Tomás creó este proyecto, ya había hecho un trabajo previo sobre la biblioteca que su padre quemó, que de hecho presentó en México en el Ex Teresa Arte Actual bajo el nombre de Visitas a la Perla, un proyecto sobre un ex centro clandestino de detención, tortura y exterminio en Córdoba.

El primer paso fue recuperar la memoria oral de esa biblioteca a través de dos entrevistas a Dardo y Liliana. Luego, “pedimos unos apoyos al Ministerio de Cultura de la Nación y comenzamos este proyecto de cruce que involucra a muchísimas áreas porque tuvimos la participación de estudiantes de antropología forense, que son voluntarios en el Equipo Argentino de Antropología Forense, que se pusieron a asesorarnos y a acompañarnos para hacer un desentierro que nos permitiera, en el caso de encontrar algo, encontrarlo sin ejercer mayor violencia sobre lo que ya de por sí está violentado. Tratar de recuperar y hacer un procedimientos sistematizado, documentado con un fotógrafo profesional, el también artista Rodrigo Fierro”, cuenta Halac en entrevista.

En 2015 muere Dardo, pero el proyecto sigue. Sin idea de lo que podían encontrar, cuando sucedió “los antropólogos forenses eran los que más expectativas de hallazgo tenían”, mientras que Tomás y Gabriela, empezaban a sopesar la importancia del gesto de, por lo menos, “encontrar el lugar del entierro”.

Envueltos en bolsas de nylon y atados con un cordel azul, los libros fueron encontrados “meteorizados”, durante el verano argentino de 2017, cuando realizaron las excavaciones, una semana en la que Liliana abandonó la casa. Éste, en palabras de Gabriela, fue un hallazgo “distópico”, porque “no puedes hacer el procedimiento de conservación como si fuera papel, tampoco es un objeto arqueológico sólido, tiene toda una complejidad en relación a la definición y también al protocolo que justo eso también es el espacio abierto a las preguntas, ¿qué hacer con eso?, que es la misma pregunta que se hacían los padres de Tomás cuando no sabían qué hacer con los libros porque tenían miedo de que los libros los incriminaran y perdieran la vida si los encontraban con ese material en sus casas. Y bueno, nuestras vidas ya no corren riesgo pero sí vuelve la pregunta: ¿Y qué se hace con estos libros?, ¿qué son?, ¿qué podemos leer en esa superficie?, ¿cómo se siguieron escribiendo bajo tierra?, ¿qué es lo que siguieron escribiendo?, ¿son vestigios?, ¿son los rastros de una supervivencia?, ¿es el testimonio de la destrucción, de la violencia? Y quizás la respuesta sea sí a todo eso. 

 

 

 

“Este proyecto”, dice Gabriela, “lo que viene a hacer es permitirnos poner el cuerpo y poner nuestro propio acto de sanación, de recuperación de una memoria que nos parece relevante porque sigue habiendo en todos lados una configuración de lo hegemónico que deja fuera, y que arrastra por tierra e invisibiliza, muchísimo relatos sociales que nos atraviesan y que no están puestos en valor. Creo que el campo del arte tiene esa capacidad de poder visibilizar, poner en valor, dar un marco de lectura a cosas que por lo menos para nosotros siguen siendo importantes.”

Hay un gesto muy simbólico en el hecho de desenterrar. En México y en Argentina se han exhumado cuerpos de quienes han sido víctimas de desapariciones forzadas, al final, en esta paridad con los libros, se trata también del desentierro de ideas.

Lo que tiene de interesante para mí esa cuestión de la metáfora en este proyecto es que sí, por supuesto, en todos los lugares en los que se han perseguido las ideas y se han quemado libros, se han prohibido libros, se han desaparecido personas, se han torturado personas, se han matado personas. Hay un vínculo muy estrecho entre las ideas, los libros, los libros como el objeto que plasma esas ideas, que las hace circular y que nos permite conformar comunidad a partir de eso. Creo que la comunidad de lectura es eso, una comunidad de todos los que han leído determinados textos y que de alguna manera forman parte de una comunidad más allá de que esas personas estén en contacto directo. Y esa comunidad hace que el libro sea mucho más que un contenedor de textos, se vuelve un objeto muy simbólico también en su persecución. Al mismo tiempo, es un arma muy poderosa. El libro es una multiplicación, una proliferación.

Lo interesante de la censura es que es un acto un tanto inútil que nunca se puede llevar a cabo en su totalidad, siempre queda algo del libro en algún lugar escondido, emparedado. Hay algo del libro que tiene una estrategia de supervivencia enorme y eso también nos interesó, ese paralelo, la relación entre las personas y sus textos, los movimientos o los activistas políticos y los textos que los reafirman en sus ideas y que los ayudan a construir las bases de sus propios movimientos. Pero también el libro en sí como un objeto muy inteligente, muy poderoso y muy potente.

Para nosotros hacer el paralelo con México es indispensable en este momento. No podemos venir aquí hablar del desentierro o de lo que fuere sin pensar en lo que está ocurriendo en el contexto mexicano en donde hay ya un descontrol absoluto de lo que está pasando. Y donde si bien no somos quiénes para poder hablar de una realidad mexicana, sí podemos habilitar una solidaridad con México para que la biblioteca sea también un espacio de visibilización así como son los libros.

Aquí hay también fotografías de las familias buscadoras. Me parece también muy interesante que todos se enteren cómo se busca a un ser querido que ha desaparecido, cómo es ese colectivo de personas organizadas, cuál es la importancia de organizarse, cómo se busca, cuáles son las implicaciones emocionales, personales, subjetivas. Todo eso ayuda a tomar otra dimensión de lo que es porque a veces se llega a un tipo de anestesia: todos los días hay un desaparecido, todos los días se encuentra una fosa común, un camión lleno de cuerpos y empieza a perderse la dimensión de lo humano.

¿Cómo representar la ausencia, cómo hacerla visible?

Representar creo que es algo necesario. La desaparición es una estrategia de construcción de poder muy siniestra, muy dolorosa, porque te quita, incluso, la posibilidad de construir un duelo. Es muy fuerte cómo opera la figura del desaparecido cuando, además, se producen tantas desapariciones, cuando además empieza a ser algo que es parte del entramado social, ¡¿cómo hay una comunidad de desaparecidos?!

Una parte importante de la figura del desaparecido es la imposibilidad de,al no tener la evidencia del cuerpo, no existen culpables, no existe delito, entonces desaparece también la carga de la culpa, de la justicia, de la verdad que son tan importantes para poder procesar el horror de alguna manera.

Nosotros creo que no estamos en el ánimo de la representación sino de la puesta en diálogo y presentación. Aquí hay apariciones como la de la biblioteca, y por otro lado las apariciones de los fragmentos, o de los hallazgos aquí en México. La pregunta es: ¿cómo podemos construir un espacio para compartir y leer eso que estamos haciendo aparecer gracias a nuestras prácticas de memoria? Las cosas no aparecen solas, eso es algo importante que decir, para que algo aparezca, para que algo se reconstruya, para que una historia pueda configurarse como tal, implica poner el cuerpo, ponerse a operar sobre eso, generar espacios y tomar decisiones para poder construir esas apariciones.

Algunos de los autores de los libros eran Vallejo, Gramsci, Lenin, Trotsky, Mao, ¿qué representan ahora esos autores para ustedes y qué representaron en aquel  momento?

Yo creo que en ese momento representaron la posibilidad de pensar en un mundo distinto, la forma de estar juntos, la forma de organizarse socialmente, una posibilidad de rebeldía, de rebelarse contra lo instituido para una juventud muy ilusionada con un mundo mejor, con otros ideales políticos, sociales. Fueron muy importantes para su forma de compromiso y de estar. De hecho, el compromiso llegó a tal forma de profundidad que o se exiliaron o los desaparecieron o vivieron atemorizados.

Para nosotros son un poco nuestra herencia, tenemos una visión crítica con esos libros, pero quizás nos relacionamos más con otros. Lo que sí, son las bases o fueron bases muy importantes en la constitución del ideario político de nuestros padres. Para nosotros fueron más material de estudio. A nosotros nos ha tocado una época más apocalíptica, si se quiere, en términos políticos, en donde se encuentran menos perspectivas de cambio y de transformación social y en donde la lucha tiene que ver con otra cosa.

 

Los libros de la Biblioteca roja que en su momento fueron exhibidos en Argentina no llegan al Museo del Chopo, que desde el 27 de septiembre aloja el proyecto, aquí se ha buscado crear una Biblioteca Roja Mexicana con libros que han sido “incómodos para México”.

¿Qué libros son incómodos para México y cuáles para Argentina?

La Biblioteca Roja Mexicana es un proyecto de poder construir una comunidad de lectura y nosotros, por supuesto, como extranjeros no sabemos cuáles son esos libros incómodos sino que son los mexicanos con los que nos hemos puesto en contacto quienes nos asesoraran. Hay un libro del 68 que los propios estudiantes editan con los textos de las causas por las que los mandan a Lecumberri. La voluntad de esa publicación justamente es demostrar lo absurdo de esas publicaciones y lo poco sólidas que eran las causas que les habían armado. Hay muchos libros que nos han recomendado que nos han sido muy difíciles de conseguir, por ejemplo Antígona González, de Sara Uribe, vino una persona desde Oaxaca a traernos el libro. 

No necesariamente son libros incómodos porque son difíciles de conseguir y porque tratan temas dolorosos para México o que tratan temas no oficiales de esos hechos dolorosos. Sino de cosas que sólo pasan en México, por ejemplo, El móndrigo, una bitácora apócrifa hecha por el gobierno para desprestigiar el movimiento estudiantil, está en la exposición y uno más intervenido por unos artistas de aquí de México. Otros tiene que ver con el enmascaramiento, donde la portada es una y el contenido es otro.

Frente a la historia oficial hay una construcción, también, de la historia no oficial. ¿La Biblioteca Roja abona a contar la historia no oficial tanto de México como de Argentina?

El trabajo sobre la memoria siempre es eso, buscar en otro lugar. Hay un camino construido, la pregunta es si esas historias oficiales narran verdades […], ¿cuáles son nuestros recursos para contrastar esas verdades?, ¿desde dónde cada uno? ¿cómo podemos aportar a, por lo menos, visibilizar que esa verdad no es la “verdad histórica” y argumentar? Generar  movimientos de opinión, de colaboración en torno a eso es fundamental. Dice Bruno Groppo, “los archivos sólo hablan a partir de las preguntas que les hacemos” y creo que la proliferación de miradas es necesaria porque otras preguntas nos llevan a otros lugares y a otras respuestas.

Hablas sobre “poner el cuerpo” y la implicación del cuerpo cuando se hace el desentierro, en muchos aspectos de la reconstrucción de la memoria se habla del poner el cuerpo en el espacio público, por ejemplo, ¿para ustedes qué significado tiene ese ‘poner el cuerpo’?

Creo que es fundamental encontrar, cada uno, la manera de poner el cuerpo, de implicarse. Creo que no hay una manera de poner el cuerpo, es algo muy personal pero fundamental porque también el cuerpo es un territorio de disputa social. No somos tan conscientes de eso, de cómo el cuerpo es un territorio en disputa y que siempre que nosotros seamos libres de la posesión de ese cuerpo en el espacio social es una posibilidad para revertir y para hacer una acción en oposición a la desaparición y a la limitación de las libertades de nuestros cuerpos. La manera de expresarse es, también, a través del cuerpo, del estar y de la presencia.

Además, estamos en un momento mediatizado por la virtualidad, donde podemos estar con un “like” en Facebook, diciendo que sí, que somos políticamente muy correctos, pero creo que nada sustituye que cuando haya una causa por la cual nos tenemos que manifestar tenemos que estar presentes. Nada sustituye la presencia.

¿Cuál es la diferencia o qué diferencia hacen ustedes, si hay diferencia, entre las ideas de  víctima, familiar y ciudadano?

No sé si se pueden separar esas tres cosas. Es una complejidad cuando hay una implicación directa en la que estás en una desaparición forzada de un familiar, nunca vas a dejar de ser familiar, hay algo de estar atravesado subjetivamente por toda esa historia y por esa ausencia. Inevitablemente se llega siempre, desde el lugar del familiar, a generar conquistas para los ciudadanos en general; tanto en Argentina como en México, los que buscan son los familiares. Y la víctima, ahí es mucho más complicado […] yo no podría dudar que un sujeto de desaparición forzada es víctima, no se puede poner en duda el lugar de la víctima.

*La Biblioteca Roja Mexicana se exhibe en el Museo del Chopo, éste es su último fin de semana.

**Todas las imágenes cortesía del Museo del Chopo / © Rodrigo Fierro