Un habitar común

Cuando la organización del espacio se realiza en función del máximo rendimiento y del consumo, dejando de lado a la comunidad, volver al habitar común, ¿es posible?

 

Ciudad de México (N22/Ana León).- En la misma estela que el Comité Invisible y con la influencia de sus textos –A nuestros amigos y La insurrección que viene– bajo el nombre de Consejo Nocturno se aglutinan autores de ocasión, situado en la Ciudad de México, cuyos miembros reflexionan sobre la transformación de la urbe y el espacio habitable en lo que se conoce como metrópoli. Bajo la “gestión mundial capitalista” el espacio físico donde se desarrollan las actividades básicas del humano, sociales y culturales,  ha mutado, se ha homogeneización con otras ciudades a nivel global, esto como producto de la economía neoliberal.

La forma-metrópoli que ahora experimentamos, ¿a qué organización social responde? Las ciudades se diseñan hoy para ser vistas y no habitadas, ¿adónde huir entonces? se pregunta el Consejo en el libro Un habitar más fuerte que la metrópoli, editado por Pepitas de Calabaza. “La metrópoli es”, escriben, “la organización misma de los espacios y de los tiempos que persigue directa e indirectamente, racional e irracionalmente, el capital; organización en función del máximo rendimiento y de la máxima eficiencia posible en cada momento.” A las ciudades, se les exige entonces perfeccionar sus usos y procesos en razón de la producción y de relaciones económicas.

Dentro de este mega dispositivo metropolitano se aglutinan diferentes estilos de vida de la mano de la economía capitalista. Habitar plenamente se convierte entonces en un gesto revolucionario frente al despojo de los residentes locales desplazados por la llegada de residentes de clase media en un camino hacia la limpieza de las ciudades (¿de qué?), su ordenamientos y disposición no para la vida sino para la contemplación.

“Con la arquitectura del mall y sus vitrinas transparentes, se borran de manera ficticia las fronteras entre afuera y adentro, radicalizando así la más demoníaca de las religiones: con fragmentos estériles que se reunifican separadamente como totalidad orgánica, ‘el espectáculo de la vida’ acaba por convertirse en la vida del espectáculo. La metrópoli supervisa así un constante exilio interior: un desplazamiento entre el ser y el estar, un paso de la presencia a la mera representación. La vivienda, el trabajo, el entretenimiento, el gimnasio, el restaurante, todo se exhibe detrás de un cristal, ya no para comercializar productos o servicios sino experiencias, que en cuanto mercancías destruyen, sin embargo, la posibilidad de toda experiencia.”

Si la metrópoli deviene una institución que promueve el consumo y la soledad organizada, ¿cómo volver a la autodeterminación territorial?: convirtiendo a la comunidad en potencia.

Imagen: edificio Nuevo León, Tlatelolco, 1985 / © Marco Antonio Cruz