Leila Guerriero: Hacer preguntas para contar historias

Su libro Plano americano reaparece revisado y ampliado. Aprender a hacerse invisible para poder mirar y escuchar con atención es un ejercicio que la periodista argentina ha implementado por años para poder llevar al papel la mirada de otros

Ciudad de México (N22/Ana León).- “¿Miedo? No. Cuando me pongo en modo trabajo se acaba todo.” Con esa frase lapidaria y la disciplina que deja ver podría esbozarse en un par de trazos a la periodista y escritora argentina Leila Guerriero (Junín, 1967). Pero acotarla a este par de palabras significaría entonces  hacer una lectura muy pobre de una mujer que ha aprendido a hacerse invisible para hacer visible a otros o, mejor dicho, para hacer visibles las historias de otros, la mirada de otros, porque al final un perfil es eso: “la mirada de otro”.

Cuando empezó a hacer perfiles no sabía en realidad que los hacía, “un texto integrado”, era la mejor definición que podía dar a un trabajo que conjuntaba una sumatoria de voces, material de archivo y referencias a libros y películas. Fue hasta que un “músico culto, muy enterado”, señaló la definición correcta para lo que hacía que desde entonces hace perfiles. Claro que también hace entrevistas con mujeres asesinas, en villas miseria, con gente que no tiene que ver nada con lo cultural, pero es justo este recorte de su trabajo el que se aloja en las poco más de 561 páginas de Plano americano. Editado por Anagrama y publicado originalmente en 2013, este texto vuelve a la mesa de novedades de las librerías del país –en España se publicó alrededor de dos meses atrás– revisado y ampliado.

“Hay textos de mediano y largo alcance, y mediano me refiero a que son textos como el de Piglia (Ricardo) y Martel (Lucrecia) que están construidos con base en una sola entrevista con ellos, aunque hay una revisión enorme de toda su obra, relectura de trabajos académicos sobre su trabajo, y otros de muy largo aliento como el perfil de Idea Vilariño o el de Nicanor Parra”. Y aunque pareciera que en esos de “mediano” alcance se invirtiera menos tiempo que en los de largo alcance, detrás de cada uno de estos textos hay horas de trabajo, de observar, de afilar la curiosidad y de escuchar “lo que el entrevistado decide contar como verdad”.

“Uno trata de que el otro confíe y que note una escucha interesante para contar su historia, ser un buen depositario de su historia. Pero yo voy y trato de llegar hasta donde mi imaginación en un punto da para llevar esa charla lo más a fondo posible. A veces hay que tensar un poco las cosas, a veces implica hacer preguntas incómodas –no hay por qué hacerlas al principio. Uno también va un poco conociendo al otro y descubriendo de qué manera tenés que preguntar y descubriendo también cosas que no sospechabas que estaban ahí y en las que vale la pena indagar un poco más. Pero yo no me pongo el límite, en todo caso vas notando que el otro se escapa o se niega a hablar de algunas cosas o se siente incómodo y eso también es información, no quiere decir que porque no te conteste no te esté contestando, en realidad te está diciendo algo.”

Nicanor Parra, Rodolfo Fogwill, Idea Vilariño, Dorotea Muhr, Felisa Pinto, Sara Facio, Pedro Henríquez Ureña, Lucrecia Martel, Nicola Costantino, Juan José Millás, Hebe Uhart, Amelita Baltar y Roberto Arlt son algunos de los personajes que habitan estas páginas.

Todo empieza con una llamada, lo más obvio si están vivos. Otras veces es necesario hacer el primer contacto por medio de las editoriales, de sus editores, de gente que les conoce. Pero nunca hay “demasiado reporteo” antes de que la entrevista sea aceptada, “te quedás con una montaña de material leído y produce mucha frustración eso.” A cada uno de ellos se les mira de frente, de costado, de todos los ángulos posibles sin que noten que son mirados pero sí escuchados: “preguntar como quien no sabe, escuchar como quien tiene tiempo y estar allí como quien no está”, escribía Guerriero en un texto publicado en su libro Zona de obras (2014). “Demostrarle al otro que estoy escuchando de verdad, que estoy muy interesada, sin impostaciones, y demostrar también que tengo todo el tiempo del mundo. Eso a la gente, aunque pueda parecer lo contrario, cuando vos planteas un perfil muy largo, la serena mucho, no se sienten impulsados a contarte todo en quince minutos. Es generar confianza en el otro, que el otro sienta que sos un buen paño para dibujar su historia.»

Siempre llega puntualísima y sin fotógrafo. Lleva consigo un puñado de preguntas en la cabeza, el grabador, un libro y un torrente de rizos que tiran para arriba.

–Llegaste -dice una voz potente que proviene de la penumbra, a espaldas de la mujer menuda–. Qué puntual, ¿tenés sangre inglesa?

La recibe de esta forma Dorotea Muhr, mujer de Juan Carlos Onetti, cuyo perfil se aloja también en este libro.

Nunca lleva fotógrafo porque “me parece que el momento de la entrevista es un momento de muchísima intimidad y el momento de la fotografía es un momento de muchísima intimidad, y cada uno tiene que tener su espacio para desarrollarlo. Es súper incómoda para un fotógrafo tener al entrevistador ahí, el entrevistado le habla al entrevistador y no se queda quieto y no puede establecer una relación real con el fotógrafo y lo mismo pasa con el entrevistador, digamos, cuando hay una tercera persona. A mí me inhibe mucho preguntar cosas incluso delante de algún pariente de la persona que estoy entrevistando. Y a veces la gente no se suelta de la misma manera, casi nunca se sueltan de la misma manera. Entonces trato, cuando el tiempo me lo permite, cuando no hay exigencias, que cada uno tenga su espacio de trabajo. La narración fotográfica también es importante y necesita su espacio, su tiempo. El fotógrafo también necesita conectar con el retratado.” Pero sí hace fotos para refrescar la memoria cuando aquello que vio y que escuchó llega al papel, aunque “siempre aviso que no son para publicar”, dice.

Si uno lee lo que Leila Guerriero ha escrito sobre escribir es fácil notar que hay todo un ritual posterior al trabajo de archivo y de campo, que el perfil tal como lo leemos pasa por un proceso largo y de aislamiento para tomar su forma final y por unas quince o dieciséis lecturas antes de ser enviado al editor. En alguno de estos textos que compila Zona de obras y que antes aparecieron en revistas como El Malpensante, Soho, Babelia, la Revista Sábado (de El Mercurio) o que fueron leídos en alguna charla o instituto, dice que como bien escribió Truman Capote en Música para camaleones, que “escribir es encadenarse a un pobre, pero implacable amo.” Y que “cuando Dios le entrega a uno un don, también le da un látigo; y el látigo es únicamente para autoflagelarse.” Y así Guerriero se encadena voluntariamente a horas y días de interminable transcripción, escritura y edición del perfil en turno, para entonces una vez que éste es enviado al editor, no volver a leerlo. “Cuando se publicó mirás el lucimiento del texto en general, pero volver a leerlo publicado es como ‘ya está, ya lo conozco’, quiero leer algo de alguien que no conozco.”

Tampoco piensa en enviárselo a sus entrevistados, “no se tiene por qué mostrar el perfil, ni la crónica ni nada […] Algo que tengas, una duda sobre algún dato, podés levantar el teléfono y preguntar.” Y fue, curiosamente, uno de sus maestros, quien le enseñó esto, la misma persona que se lo pidió: “Homero Alsina Thevenet me lo pidió y yo le dije, –Homero, si te diera a leer el perfil no sería digna discípula tuya, ¿qué me estás pidiendo? Y no se lo entregué y se murió antes de que se publicara. Me quedé un poco rara con eso porque yo cumplí con mi deber pero, no sé. La verdad es que yo no sabía que estaba tan mal. Se lo hubiera mandado pero no le habría dado oportunidad de cambiar absolutamente nada. Pero no, no lo doy. Te diría que de todas formas no me arrepiento de no habérselo mandado a Homero. Hice lo que se tenía que hacer. Lo que él me enseñó que se tenía que hacer.»

Y es que para esta escritora, la amistad no es algo que busque en sus entrevistados, «porque nunca pretendo ser amiga de quienes entrevisto», escribió en Zona de obras, «porque no escribo para disgustarlos, pero sé que no tengo que escribir para que les guste» y porque como nos cuenta en entrevista, «en general el entrevistado cree que tiene interés en vos, pero es un interés un poco que dura lo que dura el tiempo de las entrevistas y ese interés no se sostiene después en el tiempo.»

Leila Guerriero “piensa mucho en la escritura, en la tarea de escribir” y es justo en la palabra y en su uso, donde ha encontrado «un espacio de resistencia, de pelea y también de insolencia.»