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Entre su cumpleaños (1 de mayo) y el próximo estreno de su nueva cinta (4 de mayo) Isla de perros, celebramos a este creador de mundos
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Ciudad de México (N22/Ana León).- Odiarlo o amarlo. No creo que se arriesgue al afirmar que a este cineasta sólo puedes llegar por estos dos caminos. Su obsesión por el detalle, sus actores fetiche, los scouts, el diseño, los desórdenes familiares, los lazos familiares, la simetría, la fantasía… son parte de un universo inconfundible de refinado humor negro y sensibilidad narrativa donde una mirada adulta e infantil se mezclan de manera continua.
Lo convencional está fuera del espectro de Wes Anderson, “pone a personajes realistas en situaciones surrealistas”, ha dicho en entrevistas. Y es capaz de no sólo de generar una estética peculiar que ha trascendido a la publicidad –ha realizado campañas para Stella Artois, Prada y American Express, entre otras– sino de imprimir una textura peculiar a cada uno de sus personajes.
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Godard, Charles M. Schulz (caricaturista), Orson Welles, Stanley Kubrick, son algunas de las influencias que se pueden detectar en el cine de Anderson. Con Isla de perros, que se estrena el próximo 4 de mayo, rodada con marionetas y maquetas, recordamos que nunca es demasiado Wes Anderson; con esta cinta obtuvo el premio al mejor director en el festival de Berlín.
Aquí, en esta historia en la que todos los perros de Japón son desterrados a un vertedero de basura en medio del océano, Anderson (Houston, 1969) vuelve a temas sociales, de amistad, de familia, de compañerismo, de solidaridad, sobre el medioambiente, a la invención de universos, en este caso el de una comunidad y un gobierno. Y es en este “tuvimos que inventarnos”, que muchas veces le hemos escuchado, porque “la historia lo requería”, que vemos desplegarse entonces un nuevo universo andersoniano.
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¿Saturado? ¿Abigarrado? ¿Lleno de color? Sí, sin embargo, no hay detalle, montaña, tatuaje, color amarillo –mejor dicho, mostaza–, palabra, gesto, entonación, acento o broma, que no tenga razón de ser en la filmografía de este fabricante de mundos hijo de un creativo publicitario y una arqueóloga. Cada detalle en las cintas del texano busca complementar el carácter y el tono tanto de la historia como de sus personajes. Más que pensar o contemplar cada filme, con el que se relaciona de manera física, Anderson ha declarado: “lleno cada película con la personalidad que ella quiere tener”.
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Para entenderlo, sólo hay que verlo. Y si usted es uno –me atrevo a decir de los pocos– que no gustan del cine de Anderson, bien podría iniciar con esta cinta o con El fantástico Sr. Zorro, su otra película en stop motion, o Los Tenenbaums: Una familia de genios o Viaje a Darjeeling con Hotel Chevalier como prólogo, o Moonrise Kingdom y el Gran Hotel Budapest o, incluso, cavar más profundo y llegar a Ladrón que roba a ladrón.
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