Goethe y Proteo actúan en «La grande belleza»

Por Marcos Daniel Aguilar


Ciudad de México, 20/ 03/14, (N22).- Jep Gamdardella tiene todas las características del olimpismo griego, esa virtud que tanto gustó y practicó en su vida Goethe, y que analizó tanto en sus epístolas y ensayos la filósofa hispana María Zambrano. El protagonista de la película La grande belleza del director Paolo Sorrentino posee los elementos de algunas de las figuras mitológicas de la antigua Grecia. ¡Claro! La virtud de la eterna juventud, a la que sólo se puede llegar por dos caminos: morir joven como Aquiles, o ser paciente, fuerte y alegre como Odiseo.

En este caso Gambardella sería un eterno viajero, burlón y perspicaz que anda en los mares buscando no a su Itaca, sino navegando por los mares de su instinto, tratando de sobrevivir. Sin embargo, Jep, el sextoagenario escritor y periodista, galán incas(z)able, alegre y reflexivo, se parece más a la figura de Proteo, aquel hombre que Odiseo se encontró en repetidas ocasiones pero que siempre vio con una cara diferente, pues Proteo tiene la capacidad de cambiar de forma y de actitud cuantas veces lo desee.

Estas dos virtudes, la de la eterna juventud y la capacidad de transformación son las que tiene el personaje de este filme que es una bien montada puesta en escena sobre el hombre occidental, citadino, en medio de un mundo tan disparatado como es éste del siglo XXI. Gambardella -interpretado por el actor de teatro  Toni Servillo- es el granito en el arroz de una comunidad de artistas y escritores que se encuentran sumidos en la depresión. Subidos al rápido tren ultra moderno, el cual dicta que una persona vale entre más dinero tenga, más viajes haya hecho, más joven se vea físicamente, Jeppino se da cuenta de este micro universo frívolo que no lleva a ningún lado.

Gambardella medita sobre si echó a perder su vida o no, a pesar de ser exitoso, rico y mujeriego, porque tal vez pudo haber escrito un libro mejor, en vez de publicar «articulitos» para las revistas, o tal vez pudo formar una familia con la mujer que más amó en la juventud. Como el mismo Servillo dijo en una entrevista para el diario El País, Jep es un cínico sentimental que se da cuenta en dónde está parado; que observa la degradación, que la asume y sigue adelante dentro de ella, sin salir de la farándula europea romana.

Por ello, digo que este personaje es Proteo, pues tiene el poder de cambiar su perspectiva con el afán de ser feliz y sentirse lleno de vida a pesar de estar en medio de la basura, hecho que para otros resultaría triste. ¿Que si la película es contemplativa, con secuencias largas, muy hechiza en los diálogos? Sí, sí lo es, como lo es el cine italiano, como lo ha sido a lo largo de su tradición. Tal vez estamos acostumbrados al cine sórdido francés o a la inmediatez gringa, pero La grande belleza ve al mundo que todos estamos compartiendo y sintiendo, ese universo alejado de los valores y roto por la intolerancia, pero con otros ojos, unos ojos pausados pero con la brillantez de quien acepta la vida para eso, para vivirla, con todo y sus circunstancias. Lo que muy pocos podrían soportar.

Como nota extra: la crítica que en el filme se hace en relación con lo absurdo e incompresible que suele ser el arte contemporáneo le da un guiño sarcástico y abre una ventana de reflexión sobre lo que el día de hoy comprendemos como arte. Tal vez como su nombre lo indica, en este siglo XXI, la verdadera belleza no está en los museos o instalaciones, sino en la meditación y el goce de la existencia, como lo diría el mismo Goethe en Fausto al reflejar el concepto clásico de olimpismo grecolatino. Un Fausto-DonJuanezco-meditabundo-nostálgico-alegre-jovial como lo es el mismo Jep Gambardella desde su latinidad italiana occidental. ¡Viva La grande belleza!      

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