«Arquelogía mexicana» analiza los códices prehispánicos

Por Gamaliel Astivia 
Distrito Federal, 08/02/13 (N22).-
Los códices, grandes relatores de
historias nacionales son un tesoro documental que enmarcan las huellas de
nuestro pasado. Elaborados como un registro pictográfico en su mayoría, han
tomado el papel de testigos de diversas circunstancias, acontecimientos y
personajes desde la época precolombina, la colonia y hasta nuestros días.

La revista Arqueología Mexicana en
su edición especial número 48 nos presenta la segunda parte de una serie
dedicada a «La colección de códices de la Biblioteca Nacional de Antropología e
Historia “Dr. Eusebio Dávalos Hurtado” en la que diversos especialistas
antropólogos y científicos sociales nos dan a conocer la riqueza que contienen
éstos documentos antiguos.

Xavier Noguez, profesor-investigador
de El Colegio Mexiquense, nos habla en un artículo sobre las características particulares
del Códice Moctezuma, el cual consta
de una tira irregular de papel de amate sin imprimatura que mide 250 cm de
largo por 20 cm de ancho. En este códice se observa a “un español y un indígena
combatiendo, representan el asedio y caída de la Ciudad de México a manos de
conquistadores españoles. Dentro de la cronología visible en el códice se
pueden apreciar sucesos que datan aproximadamente de 1483 a 1523; sin embargo, en otra referencia se encuentran sucesos que podrían ubicarse hacía 1426 -1431.
Uno de los hechos trascendentales que se muestran pictográficamente es la
presentación forzada de Motecuhzoma Xocoyotzin ante sus súbditos con la
intención de detener los ataques hacia los españoles, sitiados en la Ciudad de
México-Tenochtitlan, en el año de 1520.

Códices como el Libro de Oraciones, realizado por fray
Jacobo de Testera, sirvieron a los colonizadores para instruir en la nueva
cultura a los indios. Este códice surgió como una herramienta de enseñanza de la
religión católica a los nativos. Fray Jacobo de Testera llegó a México en 1529
“trayendo consigo un lienzo pintado todos los misterios de nuestra santa fe
católica y un indio hábil en su lengua los explicaba”. Este códice es explicado en este número de la revista Arqueología mexicana por Miguel
León-Portilla, investigador emérito de la UNAM, quien nos muestra la
historicidad de este códice originario de la región de Toluca, habitado en
parte por mazahuas.

Así como en la actualidad los
textos se producen con distintos fines, los códices tomaban diversos papeles
según eran creados. La Rueda Calendárica
No.5 de Veytia
corresponde a un calendario de 365 días con base 20, es
decir, “se encuentra dividido en 19 secciones, correspondientes a cada una de
las 18 fiestas o veintenas, sistema que se usó ampliamente en varias áreas de
Mesoamérica antes de la llegada de los españoles. El códice es uno de los siete
ejemplos que dio a conocer el historiador novohispano Mariano Fernández de
Echeverría y Veytia (1720-1780). Copia tardía de un prototipo ya perdido, fue
publicado por primera vez en 1770. La referencia original se ubica en la zona
del valle Poblano-Tlaxcalteca.

Su uso no ha sido meramente
informativo o de referencia, en algunos casos han servido para soportar
argumentos legales, reclamar territorios y asociar genealogías. Por ejemplo, el
códice de la Genealogía de la Familia
Mendoza Moctezuma
se entiende en “el empeño de ciertas familias por
demostrar que eran descendientes del cacique don Diego de Mendoza, gobernador
de Tlatelolco entre 1549-1562. Pero mientras en Tlatelolco vivían sus legítimos
descendientes, en algunos pueblos del estado de Hidalgo estaban aquellos que
decían serlo. Así, el Códice Muro o
Códice Ñunaha,
que describe una “relación histórica y genealógica de los
gobernantes del señorío de Coxcaltepec, Oaxaca, que vivieron tanto en la época
prehispánica como en el periodo colonial; fue elaborado en 1590 por órdenes,
posiblemente, de doña Marta de Guzmán, cacique de Coxcaltepec, para comprobar
sus derechos a la posesión del señorío y restablecer la legitimación de su
linaje.

También para Luz María Mohar Betancourt, articulista de la revista, hablar de los códices es hablar de
la “documentación pictográfica (…) que ocupa un lugar central para conocer la
forma en la que los grupos prehispánicos plasmaron, sobre diferentes tipos de
soportes, su religión, sus luchas, su territorio, sus genealogías, así como sus
obligaciones tributarias, entre otros”. Desde aquellos tiempos, los tlacuilos o pintores-escritores anónimos fueron los encargados de plasmar esa “conciencia histórica que dio
origen a los archivos del acervo que hoy se encuentra en el BNAH.

13MAG 

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