Ricardo Garibay, el escritor con memoria de caleidoscopio

Ricardo Garibay se encuentra parado en el balcón de una casa vieja al lado de un pequeño hombre, medio calvo, medio sonriente. Está al lado de Alfonso Reyes en la antigua sede de El Colegio de México. Garibay está al lado de un pugilista que más que hablar, cantaba. Un canto que Ricardo conservó en su memoria, pues ésta era una grabadora. Garibay con traje oriental en un set de televisión. Ricardo llorando con letras la muerte de su padre. Este  novelista entrañable que viajó de los libros a los medios de comunicación, que plasmó la segunda mitad del siglo XX con su pensamiento, hubiera cumplido 90 años. A continuación presentamos una semblanza escrita por la poeta Lucía Rivadeneyra, conocedora de la obra del hidalguense. (N de la R)

  • Navegante entre géneros y recuerdos 

Por Lucía Rivadeneyra*


Distrito Federal, 17/01/13, (N22).-  

Ricardo Garibay, el hombre
que deseaba “ser inmortal y después morir”, nace el 18 de enero de 1923, en
Tulancingo, Hidalgo. Emigra, muy pequeño, a la Ciudad de México, al barrio de
Tacubaya. Ahí crece y puede decirse que, de alguna manera, sobrevive en medio de la pobreza y la violencia
cotidiana.

Entra a la Escuela Nacional
Preparatoria, en donde hace amigos que marcarán su vida: Rubén Bonifaz Nuño,
Jorge Hernández Campos y Fausto Vega. En esta etapa se marca su destino,
adquiere una pasión perpetua por la literatura. No hubo entrevista en donde no
declarara que sus maestros en el oficio de escribir fueron la Iliada, la
Biblia, Gabriel Miró y Alfonso Reyes.

Fue, es, un gran escritor
que navegó entre las aguas profundas de la novela y del cuento, así como en el
periodismo, en las memorias, en el teatro, en el guión cinematográfico. Muestra
de su oído agudo para aprehender el habla popular, el habla cotidiana, son Las glorias del gran Púas y Diálogos mexicanos.

Lecturas imprescindibles, los
cuentos de El gobierno del cuerpo o
la novela La casa que arde de noche,
por la que obtuvo el premio al mejor libro extranjero en Francia, en 1975; o la
novela Triste domingo donde refleja
su madurez narrativa y cuyo personaje, Salazar, al decir de Garibay, “es
posible que sea el hombre que ya no podré ser, pero me gustaría haber sido…
probablemente es el hombre que anhelé ser”.

Otra obra medular en su
producción es Beber un cáliz, con la
que gana el Premio Mazatlán 1965; de ella, el escritor José Emilio Pacheco
dijo: “significa para la prosa mexicana lo mismo que Algo sobre la muerte del mayor Sabines para nuestra poesía”. Sus
crónicas Lo que ve el que vive, y sus
memorias Cómo se gana la vida o Fiera infancia y otros años dan un
panorama de la capacidad de observación y de la memoria privilegiada que poseía.
Participó en programas de televisión y de radio en los que el común denominador
fue su pasión por la literatura; pero, también, la que fue su otra pasión, las
mujeres.

Ricardo Garibay abandonó
este mundo en 1999, en Cuernavaca. Sin embargo, en cierta forma, su deseo se
cumplió: su palabra es inmortal. Y él, hoy, hubiera cumplido 90 años.

*Lucía Rivadeneyra nació en Morelia, Michoacán. Es poeta y periodista. Autora de los poemarios Recoldos (1989), En cada cicatriz cabe la vida (1999) y Vagabundeos (2003), entre otros más. Ganó el Premio Nacional de Poesía Joven «Elías Nandino», el Premio de Poesía «Enriqueta Ochoa» y el Premio Nacional de Poesía «Efraín Huerta». 

Foto: Colección Alicia Reyes – Capilla Alfonsina

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