Lo inclasificable de Salvador Elizondo volverá a 80 años de su nacimiento

CIUDAD DE MÉXICO, México, 18/12/12, (N22/Conaculta).- “Toda tentativa de escritura es un tratado, aunque esté condenada al fracaso; por el carácter imposible del lenguaje, es la escritura el intento por instaurar un orden”, escribió Salvador Elizondo en su célebre «Tractatus Rethoruco-Pictoricus», publicado en el libro El grafógrafo.

Considerado una de las voces más inclasificables de la literatura nacional y latinoamericana, Salvador Elizondo siguió siempre con fervor la sentencia que solía repetir a sus amigos y conocidos: “El poeta que escribe muere para nacer en el poeta que lee”.

El Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (Conaculta) recuerda al autor de obras emblemáticas de nuestras letras como Farabeuf y El grafógrafo, a 80 años de su nacimiento

Hay escritores que afirman escribir solo para sí mismos, pero los especialistas coinciden en que si algo distingue la obra de Elizondo es haber creado esos vasos comunicantes con aquel a quien, en lo abstracto, imaginaba algún día abriendo y leyendo uno de sus libros.

Con Farabeuf o la crónica de un instante, publicado en 1965, Elizondo obtuvo el Premio Villaurrutia y un reconocimiento internacional que lo convirtió en una voz recurrente para una juventud que buscaba nuevos horizontes literarios, aspecto que se consagró con su numerosas traducciones al alemán, francés e italiano, además de otros libros como El hipogeo secreto (1968) y El retrato de Zoe (1969).

Con el grafógrafo, Salvador Elizondo logró lo que en opinión de Mallarmé es convertir al libro en un universo y al mundo en su lectura, mostrando que el hecho de abrir un libro y tratar de entender y sentir los conceptos que su autor trató de plasmar en él es una de las más elaboradas funciones de la naturaleza humana.

Quizá por ello, Salvador Elizondo, gran lector desde su niñez, estaba convencido que la obra depende por igual del espectador que del creador, siendo el acto de leer el que confiere existencia a un libro, y en esa polaridad autor-lector es el último quien instaura el espacio exacto en que tiene lugar el texto.

Para muchos expertos y lectores, su inmortal Grafógrafo se extiende como una escultura para mirar, como algo que se complace en ser visto por el lector, desde el tono de la primera proposición de que nace, porque son sus libros extraños objetos que parecen haber sido escritos con la mirada.

Se dice que para entrar de lleno al mundo de Elizondo es necesario que el lector se introduzca en las diversas fases que marca su obra, dividiéndolas en  andamiajes ficticios, ensayísticos y periodísticos, además de sus narraciones como Narda o el verano (1966); El retrato de Zoe y otras mentiras (1969); El grafógrafo (1972);Camera lucida (1983) y Elsinore: un cuaderno (1988).

Fallecido el 29 de marzo de 2006, Salvador Elizondo dejó más de 30 mil páginas de un diario personal que comenzó a la edad de nueve años y cuyas últimas anotaciones las realizó pocos días antes de su muerte.

Sus escritos muestran sus diversas pasiones de vida y su siempre inagotable sed por buscar  nuevos caminos. Fue cineasta, torero, físico nuclear y pintor, profesión que abandonó, no por completo porque sus diarios están llenos de dibujos, después de ver en Roma los cuadros de Paolo Uccello.

En opinión de su amigo, el también fallecido escritor Daniel Sada, el estudio, el análisis, la reflexión y los juegos imaginarios de Elizondo son el sustento indiscernible de su labor creativa. La intromisión en un tema es el preámbulo de una cuantía de hallazgos a la que está expuesta una mente curiosa, pero también es el cotejo de algo previamente concebido. 

“La vida interior sería vacua si no tuviese el beneficio de una organización constante. Para Salvador Elizondo toda invención tendrá que recaer en sueños y fantasías, y el sueño será entendido no sólo como producto final emanado de la psique, sino como una visión del mundo y de la escritura. El sueño es otra aportación de los recuerdos, tiene la facultad de propiciar acomodos atemporales en la memoria, a la vez que se le puede fragmentar cuantas veces se quiera. La multiplicidad de sensaciones puede edificar un sueño, pero también desestructurarlo o transfigurarlo. En este sentido el sueño es más real que la contemplación, ya que no exige una fidelidad a ultranza”.

En este sentido, nada más cercano a estas afirmaciones que el texto que dedica Salvador Elizondo a Octavio Paz y que da título a El grafógrafo:

“Escribo. Escribo que escribo. Mentalmente me veo escribir que escribo y también puedo verme ver que escribo. Me recuerdo escribiendo ya y también viéndome que escribía. Y me veo recordando que me veo escribir y me recuerdo viéndome recordar que escribía y escribo viéndome escribir que recuerdo haberme visto escribir que me veía escribir que recordaba haberme visto escribir que escribía y que escribía que escribo que escribía. También puedo imaginarme escribiendo que ya había escrito que me imaginaría escribiendo que ya había escrito que me imaginaría escribiendo que había escrito que me imaginaba escribiendo que me veo escribir que escribo”.

Imagen:http://bit.ly/SN23qK
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