Legado de Amado Nervo, vivo e influyente a 142 años de su natalicio

DISTRITO FEDERAL, México, 27/08/12, (N22/Conaculta).- 

Con tan solo nueve años y poco antes de morir su padre, Amado Nervo (Tepic, Nayarit, 27 de agosto, 1870- Montevideo, Uruguay, 24 de mayo, 1919) solía pasar muchas noches en su compañía mirando las estrellas, así como muchas mañanas contemplando la llegada del amanecer.

Aquella costumbre, confesó alguna vez, lo hizo cobrar conciencia de los ciclos que rigen la naturaleza, y de cómo la oscuridad y luz no parecían ser polos opuestos, sino elementos simbióticos, por ello su manera de sortear con las desgracias personales y la melancolía, fue a menudo la de la poesía que exaltaba el amor.
“El mundo no es triste, yo estoy triste”, afirmaba el poeta, quien después de perder a su progenitor, tuvo que sobreponerse al suicidio de su hermano Luis, quien también se dedicaba a la poesía.
Aquella pérdida transformó por completo su perspectiva del mundo y lo llevó a preguntarse las razones que podría tener el ser humano para terminar con su vida. “A menudo las perspectivas nos envuelven y ponen ante nosotros un velo insalvable, en nosotros está el cambiar de posición para ver más allá”, afirmaba Nervo a principios del siglo XX.
Su nombre completo era Juan Crisóstomo Ruiz de Nervo y Ordaz, pero su padre lo llamaba Amado y con los años decidió adoptar este nombre para firmar sus ensayos y poemas.
Con el suicidio de su hermano también se intensificaron sus ideas místicas. Combinó sus estudios de leyes con su ingreso al seminario de Zamora, donde incluso tuvo la clara idea de convertirse en sacerdote y abandonar los estudios.
Sin embargo, al cabo de un tiempo, Nervo afirmaría que prefería “llevar la fe consigo sin ninguna atadura”, y aceptó un trabajo burocrático en Tepic para ayudar económicamente a su familia.
Sin embargo las letras seguían siendo su principal actividad, llegó a decir que su principal propósito era el de “ganarse la vida escribiendo”, y ejercer su carrera profesional como un complemento.
En 1894, en pleno periodo porfirista, Nervo se traslada a la bulliciosa Ciudad de México, donde el ambiente intelectual en los cafés y los proyectos arquitectónicos realizados por especialistas franceses traídos por el dictador, enmarcaban un ambiente propicio para sus ambiciones periodísticas y literarias.
Una mañana se presentó con sus escritos ante Manuel Gutiérrez Nájera, director de la revista Azul, quien sorprendido por su talento, lo invitó a colaborar con un puesto fijo.
Sería en esa publicación donde conocería a Luis G. Urbina y otros escritores y poetas con los que comenzó a compartir impresiones sobre la necesidad de un verdadero movimiento literario y poético a nivel latinoamericano.
Colaboró también con el diario El Nacional con diversas crónicas sobre teatro, para después dirigir un suplemento en el periódico El Mundo, al que describía como unas “vacaciones pagadas en busca de artículos”, aunque también comenzó a publicar algunos poemas y a darle un matiz literario.
Aquel ambiente laboral fue propicio para avanzar en su primer trabajo novelístico, titulado El bachiller, con el que una vez concluido, recorre de puerta en puerta todas las casas editoriales recomendadas por sus amigos literatos.
Finalmente El bachiller se publica en 1895 y contra los vaticinios tiene una buena acogida por parte del público lector, aspecto que anima a Nervo a preparar una segunda publicación, esta vez con otra de sus principales pasiones: la poesía.
En 1896, un año después de la aparición de su novela, aparece la compilación de sus poemas más personales, bajo el nombre de Perlas negras.
En tanto, Nervo discutía con su amigo escritor Jesús Valenzuela, sobre la importancia de contar con un espacio propio de publicación literaria, es así como surge la revista Moderna que se publicó por varios años, hasta que  por penurias económicas tienen que cerrar.
Sin trabajo y sin dinero, Amado Nervo se enteró de la próxima celebración de la gran Exposición Universal, en París, y decide visitar a los editores del periódico El Imparcial para ofrecer sus servicios como corresponsal.
El 12 de abril viaja en ferrocarril a la frontera norte de México, recorre la costa este de los Estados Unidos y se embarca en Nueva York con destino a París, vía Dublín-Liverpool-Londres. Las impresiones de Amado Nervo sobre este viaje quedan registradas en diversas crónicas escritas entre abril y finales de agosto.
En la llamada Ciudad Luz se encuentra con Rubén Darío y deciden compartir habitaciones en la casa del 29 Faubourg-Montmartre. Ahí se enfrasca en la bohemia, los cafés y las reuniones con artistas como  Justo Sierra, Luis Quintanilla, Jesús F. Contreras y  Manuel Ugarte.
Poco después es despedido vía telegrama por los editores de El Imparcial y tiene que realizar traducciones en París para sobrevivir, pero un 31 de agosto en París conoce a Cécile Louise Dailliez Largillier, quien se convertiría en su musa, y de quien confesaría “su presencia me hace ver pequeño cualquier problema”.
Con ella viviría en México y en Madrid, pero se convertiría también en su amor más tormentoso debido a su prematura muerte en 1912. Nervo, en un estado de luto profundo le escribe La amada inmóvil, considerado una de sus obras más melancólicas y desgarradoras, editada curiosamente de manera póstuma en 1920, por Alfonso Reyes.
Años después, debido a sus conexiones con los círculos culturales y políticos, Amado Nervo ejerce varios cargos diplomáticos. En 1918 la Secretaría de Relaciones Exteriores de México  lo nombra ministro plenipotenciario en Argentina, Uruguay y Paraguay, sin embargo, su salud se muestra resquebrajada a causa del luto de varios años por la muerte de su esposa.
En 1919, el 24 de mayo,  Amado Nervo fallece a causa de una crisis de uremia en un hotel de Montevideo, Uruguay. Al día siguiente el gobierno de ese país  decreta honores en su memoria. Cuatro meses después aparece en México su libro Amado Nervo y la crítica literaria.
Su cuerpo es trasladado a México hasta noviembre de ese año. Poco después, sus restos son sepultados en la Rotonda de las Personas Ilustres en el Panteón de Dolores. Su obra  conformada por clásicos como El éxodo y las flores del camino (1902), Almas que pasan (1906), Juana de Asbaje (1910), Serenidad (1912), El diablo desinteresado (1916) y  El estanque de los lotos (1919), son consideradas, a 92 años de su fallecimiento, joyas de la cultura iberoamericana.
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